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16 de agosto de 2022

Pluma

Cae la pluma desde el nido cadenciosa, silente, en lento y espiral descenso, apoyada en el aire, movida por el viento.

Es un plumón mullido y nacarado, con sus filamentos de seda aferrados a la transparencia inmaterial de la nada, obstinadamente asida a etérea atmósfera.

Mágica caída en abolida gravedad, sutil descenso en tiempo interrumpido. La mece el céfiro liviano un instante y remonta y queda suspendida en lo impalpable, cayendo de nuevo con la gracilidad y sutileza de lo incorpóreo.

Tiempo detenido, mágico, ralentizado hasta la conmoción de quien observa.

Plumón que el ave olvidó al alzar el vuelo guardas aún el recuerdo de volar como alma aventada sostenida en un aliento.

20 de julio de 2021

Regreso

Hoy regreso del mar, de un mar árido como el desierto, un mar tornadizo y tenebroso, largo, crespo, inconcebible mar.

Secretos ocultos del mar se deshacen en albos rociones como advertencias, aviso a navegantes de los caprichos ininteligibles de un mar de ensoñaciones insondables. Lejanos ecos oscuros, designios de fragilidad.

No podemos medirnos con el azul, misterioso abismo acuático que se extiende por el planeta dando y quitando la vida.

Navegar es cohabitar en esa franja laminar que retroalimenta influjos, en la que el viento siempre cizañero aliado de la luna y los planetas termina conmoviendo al veleidoso mar.

¿Cuántos mares pude ver en aquel mar? ¿Cuántos recorridos intuí en una misma derrota? ¿Cuántas vivencias caben en un instante de mar?

Mar, sorpresa de presente, iridiscencia de espuma, estallido de verdad, realidad insoslayable, mar, viento y mar.

5 de febrero de 2021

Mascarada

 

En el s.XVIII todos aquellos que necesitaban ocultar su identidad ante la autoridad o ante otros, disponían la capa sobre el antebrazo y llevándola a la altura de los ojos cubrían su rostro, evitando ser reconocidos. Eran los embozados, que con un simple movimiento de antebrazo se convertían en furtivos, en sospechosos.

Gesto de bandoleros, rufianes, maleantes, de los que se batían en duelo, cuando estos estaban prohibidos, y en general, de cualquier delincuente que no quería ser identificado.

El carnaval, como irrupción del caos en un mundo de orden, opresivo, de estricta moral, plagado de normas religiosas implacables y de censura sexual, propiciaba la ocultación mediante máscaras, para desvanecer la propia identidad y gozar de una explosión de libertad, por un efímero lapso de tiempo.

Embozados, enmascarados, sutiles velos tras los que esconderse, escudos protectores de la vergüenza, de la ignominia.

Algunos siglos más tarde, en plena era de las “libertades”, volvemos a embozar nuestros rostros con sutiles tisúes, que nos protegen de un enemigo invisible suspendido en el aire.

Pero hoy al contrario que antaño, son los enmascarados los que gozan de consideración, son ellos los que se ciñen al orden establecido, quedando el oprobio y la desconsideración reservada, a todo aquel no embozado.

En este mundo al revés en el que nos encontramos, paradigma de excelencia tecnológica, en el que la ciencia es una nueva religión y las ideologías suplantan a la razón hasta de los más razonables. En este mundo, sin embargo, existe una raza especial de hombres únicos, que despreciando toda precaución y mesura, nos desafían a todos desde sus modernos púlpitos promulgando sermones a cara descubierta.

Sí, son esta nueva raza híbrida de seres de humana apariencia y siniestra alma, los únicos que se atreven a mostrar sus rostros sin máscara ni reproche. Como aurigas sociales despliegan sus narrativas en medios de comunicación, en comparecencias, en homilías plagadas de lemas se cuelan por los intersticios de nuestras pantallas y nos amonestan y nos recriminan y nos empobrecen.

Son ellos, los nuevos sacerdotes que desde las áureas fortalezas en que se han convertido las instituciones, difunden sus consignas, expanden sus exégesis y nos enfrentan. Enfrentan a enmascarados con negacionistas a hombres con mujeres a hijos con padres, a blancanieves con los enanos, siempre dispuestos a quemar en los altares del poder, a todos los de opinión disidente.  

En esta sociedad enferma, donde todos nos vemos obligados a ocultar nuestro rostro con una máscara, sólo los elegidos, los elegidos por nosotros mismos, pueden mirar a cámara sin máscara aparente y sin mostrar emoción alguna… y mentirnos, mentirnos a cara descubierta, reiterando la mentira hasta que cristalice en el corazón de los hombres y les disculpen así de todos sus pecados, de todas sus fechorías, porque algún atávico juicio nos sigue diciendo que son las máscaras sin rostro, nosotros, de los que no te puedes fiar.

29 de octubre de 2020

Mitológico

En aquella región de encuentro en la que concurren sustancias de diferente naturaleza y estado, en el extenso territorio fronterizo y cambiante, que es el mar, habita un ser mitológico mitad animal, mitad máquina.  Un ser alado capaz de vivir en un universo limítrofe, entre lo líquido y lo etéreo.

Su esbelto cuerpo fusiforme descansa medio sumergido descifrando las leyes de la hidrodinámica, cabalgando las olas, cortando las aguas como un ariete.

Y aunque de acuático cuerpo su alma es alada, alas prismáticas y cóncavas capaces de laminar el viento, descomponiéndolo en sutiles fuerzas que lo impulsan en todos los rumbos a barlovento, a sotavento.

Viento y agua, agua y viento…

Alza su elevada alma desde las aguas al cielo buscando la ráfaga, la ventolina, el ventarrón o el céfiro. Elegante, majestuoso navega el mar, acariciando el cielo.

Un ser espléndido que nada y vuela, que brinca y corre, que escora y cruje, que ara estelas de espuma y torsiona el viento.

Rasgos de cierta fiereza presiden su personalidad calma e inquieta. Transita en su silencioso singlar deslizándose con sencillez y prestancia sobre el azul acariciando la brisa, cediendo en la calma, fluyendo con el viento fresco y luchando en el temporal.

Dócil y fiero, caprichoso y obstinado al buscar su rumbo predilecto, un ser voluntarioso de distinguido través y aguda proa, adaptado a los azares de un universo fluido de inmisericorde braveza.

Su porte armónico, sustentado en la mesura de la ponderación de colosales fuerzas, se yergue aguerrido y galante sobre las aguas desafiando, con aplomo, los vaivenes que lo acechan.

Tumba y requiebra las olas mientras ciñe y esgrime los vientos, de compostura inigualable con sus alas desplegadas, es un ser alado y acuático que al navegante conmueve al verlo.

6 de junio de 2020

Tectónica


Movimientos convulsos azotan la geosfera formando grandes cordilleras: el Indukush, el Pamir, el Karakorum, el Himalaya, formidables pliegues que en su encuentro forman gigantescas estructuras, seres nuevos.
Movimientos de aproximación que elevan la tierra por encima de los siete mil y ocho mil metros sobre el nivel del mar, aventurando nuevos ecosistemas poco compatibles con la vida humana, naturaleza salvaje, desprovista de sentimientos y de razón; violenta y terrible, grandiosa, bella.
Corrientes tectónicas que elevan el territorio en las grandes franjas de encuentro, placas de extraordinaria densidad se funden en geológico abrazo formando materia nueva. Materia forjada de lo uno y de lo otro, en enigmático enlace en el que uno más uno suman tres; las dos fuerzas entrelazadas y la resultante de su ceñida.
Al mismo tiempo, fuerzas contrarias o tal vez las mismas, disipan espacios contiguos separando lo hasta ahora unido, resolviendo profundas simas, creando magníficas depresiones abisales de mayor calado que las más elevadas cimas; la fosa Tonga, la de Kermadec, las Marianas.
Encuentros, curioso término que define una cosa y su contraria: “acto de coincidir en un punto una o más cosas”, y a la vez “oposición, contradicción, discusión, riña o pelea”. Porque un abordaje es también un encuentro.
Las fuerzas que se agitan bajo la corteza terrestre, aún algo ignotas, se asemejan a las fuerzas que nos atraen hacia ciertos lugares y nos alejan de otros, al fluir vital que nos aproxima a determinadas personas y que nos aleja de otras a las que sin embargo apreciamos y querríamos en nuestras vidas.
Amigos, compañeros, hijos que se alejan en esa inefable deriva continental, en esta gran corriente tectónica que es la vida.

17 de abril de 2020

Alambre


La vida, se abre camino con vigor hasta en las más extremas condiciones; pelea, avanza, progresa, evoluciona. Pero al mismo tiempo su equilibrio siempre está comprometido. La Vida se abre camino, sí, pero el individuo que la ostenta lo hace sólo momentáneamente, por un periodo tan fugaz como un destello.
En estos días inciertos, pasamos por la vida como quien camina por un alambre, cautos, aprensivos, con el escrúpulo del que no quiere que la mano invisible de la enfermedad lo señale.
Zambullidos en una plaga postmoderna, todo nos recuerda la fragilidad de nuestra propia vida, mientras nuestra mente, busca ansiosa la puerta de salida. El acomodo de la Sociedad del Bienestar no nos ha preparado para la resistencia y desde el principio se alza el deseo del pronto final de esta suerte de ensalmo en el que estamos inmersos.
Y aunque, la mirada fija en el horizonte final puede significar una baliza de esperanza, la incertidumbre temporal de su conclusión contribuye a magnificar la condena. Una vez más, nuestra mirada quiere anticipar el final, mirada hacia el futuro como artimaña para eludir la realidad, pero ésta no se encuentra tan lejos, está delante de nuestros sentidos, como siempre en el presente, el momento de realidad inaplazable, persistente y obstinado que se escapa en cada instante.
Vivir es capear el temporal, cuando se presenta, con los medios de que disponemos, poniendo en orden lo importante del manual de supervivencia, afrontando cada golpe de mar, cada desequilibrio en cubierta, achicando agua cuando es menester y enfrentando el destino con inevitables sombras de zozobra en el corazón pero, aun así, con templanza.
Complicar una situación caótica o peligrosa es lo fácil, hacer de la complejidad algo sencillo es lo realmente difícil, y esa es la ardua tarea de estos tiempos, aprehender la vida desde dentro, aprender a vivir desde el interior, saber que  prisión o libertad son condiciones del alma.

2 de abril de 2020

Cuanto


La cuantificación es un valor absoluto en este Universo contable que hemos construido. Todo aquello no cuantificable, pertenece al espectro de lo invisible y adolece de reputación o simplemente es negado.
Contamos riqueza y pobreza, cuantificamos éxitos y despreciamos fracasos, contabilizamos palabras y páginas en un texto, contamos población, votos. Recurrimos a la prestidigitación de la estadística para establecer nuestras decisiones, registramos el tiempo como unidad contable, enumeramos nacimientos, defunciones, enfermos, inmigrantes, dinero, apoyos y disidencias.
En estos días de oscuridad del alma humana, contabilizamos mascarillas, respiradores, EPIS, medicamentos, camas, UCIS, hospitales, fallecidos, infectados, curados, parados, ERTES, dotaciones, médicos, contamos el tiempo de confinamiento, dinero, ayudas, aplausos, insolidaridades…
No, las insolidaridades mejor no las contabilizamos no vaya a ser que mostremos nuestra vis más farisea. Pero no deja de ser atormentante el número de ancianos a los que, nuestra sociedad del bienestar está dando por descontados, considerados de antemano como bajas inevitables de esta guerra cainita.
Gobiernos democráticos, parapetados tras la emergencia, solicitan a los sanitarios que atiendan primero a los que más posibilidades tiene de curarse dejando a nuestros mayores, ellos que han sido nuestra vanguardia, en la retaguardia de los recursos.
Gobiernos con gran desparpajo y poco escrúpulo, aconsejan que a los mayores no se los lleve a hospitales para que fallezcan mejor en sus casas. Ancianos recluidos en guetos geriátricos a los que se aisló desde el principio en focos localizados de contagio, para conseguir aislarnos de ellos, con los previsibles resultados.
Los mayores tienen todas las perder, porque los números van va en su contra, disponen de menos tiempo potencial de vida, son el colectivo más afectado, el porcentaje de recuperados es menor, su recuperación es más lenta, aglutinan más afecciones y requieren más cuidados en un momento, en el que los recursos hay que optimizarlos.
Lo cuantitativo se impone sobre lo cualitativo, se impone incluso al derecho a la vida, porque tiene la ventaja de apoyarse en datos, en números, es la epifanía de nuestro tiempo.
Podrían aducirse otros criterios distintos; como privilegiar a los nacionales sobre los extranjeros, los payos sobre los gitanos, los hombres sobre las mujeres, los licenciados sobre los bachilleres, los que tienen un empleo sobre los desempleados, los de mayor cociente intelectual sobre de que tienen menos, los cultos sobre los ignorantes, los fuertes sobre los alfeñiques, ¿los primeros en llegar?…, y así podríamos extender la lista de criterios o desarrollar un algoritmo de entre todas ellas.
Sin embargo, cualquiera de estos criterios nos chirría al oído y a la mente, porque parecen criterios arbitrarios, sin fundamentos sólidos o incorrectos. Lo cierto es que son criterios tan tajantes y brutales como el aceptado, solo que este es un criterio cuantitativo, estadísticamente cierto. Buen oxímoron esto último.
Nosotros europeos, progresistas, socialdemócratas, liberales y patriotas, escogeremos esta criba, aceptaremos el triaje sin rechistar. Ya pasó antes con los inmigrantes, ahora es con nuestros mayores, pero todo esta bien, todo por el interés general, por el bien mayor ya que nosotros ni somos inmigrantes ni mayores. Descanse en paz, entre tanto, nuestra conciencia, los números nos avalan.

16 de marzo de 2020

Reinicio


En el universo digital, se produce el reinicio del sistema cuando éste ha llegado a un punto crítico de saturación, cuando la capacidad de proceso está seriamente comprometida y la incapaz de ejecutar su trabajo termina bloqueándolo.
Hoy segundo día de clausura de la vida tal como la entendíamos hasta ahora, asistimos a un reinicio, un reinicio social que tardará en recuperar su nivel de funcionamiento óptimo.
Nos cerraron bares y restaurantes, nos dejaron sin ocio físico, limitaron nuestros movimientos, nos recluyeron en definitiva en la cárcel del aislamiento. Paradoja para una sociedad ya sumida en el cautiverio de lo virtual.
Lo imposible, lo impensable, se hace cotidianeidad. Es el universo cuántico de Kafka, dónde cualquiera puede ser humano y coleóptero a la vez. Estar en la calle aparece como un acto delictivo, pasear lo es. Un miedo cerval avanza ante la cercanía del otro por temor a un invisible enemigo. Todos somos sospechosos; unos de ser anfitriones de un virus con nombre de última versión de software, otros por no respetar la reclusión forzosa. Nuestros vecinos se afanan en acaparar vituallas para un asedio, que sería si una guerra. Asistimos atónitos a la subversión del polo del pensamiento que ha migrado del cerebro al recto. ¿No es una pérdida de dignidad privilegiar al papel higiénico?.
Llega el reinicio en un momento propicio, aplicado sobre una ciudadanía en decadencia, que jerarquiza la seguridad por encima de la libertad, un mundo de seres dóciles, adocenados, necesitados de la norma exacta para salir ilesos de una vida, de la que todos se declaran inocentes .
Descubrimos con asombro, que los escenarios distópicos no son patrimonio exclusivo de la ciencia ficción, aparecen ahora como una opción plausible, cuando el entramado del artificio social se bloquea o su incapacidad de procesamiento alcanza un nivel tan crítico, que hace necesario REINICIAR.

1 de julio de 2019

Cumbre


El eje cóncavo del meridiano gira en rítmica rotación encendiendo el día, apagando la noche. En el valle alto de montaña, el tiempo se mide por la oscuridad que cede por el este con lentitud inexorable.
Día y noche cohabitan en el territorio del hielo y la nieve, la luna recortada en lo oscuro a poniente, luces multicolor en avance por levante.
La travesía en el entorno helado avanza con un frío que cede un instante ante el misterioso silencio del alba, para resurgir con fuerza un instante después, es el enigma de las montañas que refuerzan su hechizo en los tránsitos del día.
El camino se adentra en un bosque espeso, al que la tímida alba aún no llega, el día es blanco, la nieve lo cubre todo; montaña, árboles, arbustos y sendero.
La vereda se estrecha sinuosa mientras asciende, liberando la vista de un bosque rendido por la altura. La nieve helada hace el caminar cauto y atento mientras la derrota continúa por una franca ladera abierta al sur.
El camino remonta con el resplandor del amanecer, hasta desembocar en un altiplano de origen glaciar que se abre súbitamente hacia el norte en un recodo del camino, un suave collado por el que fluye un viento cortante e intenso que desciende de las cumbres proceloso, inclemente.
Es el momento de refugiarse bajo el gorro térmico y los guantes gruesos y de tener a mano el piolet. Atravesando el frío, el camino asciende por una pendiente pronunciada hasta alcanzar el circo del glaciar, hoy laguna, donde el camino se funde hasta perderse en lo blanco.
La travesía inicia aquí una nueva andadura, sorteando la laguna por el oeste entre canchales de grandes rocas sepultadas por la nieve, que son una trampa para el avance, avance lento, de zancadas altas para desenterrar las botas de una nieve que cede hasta las rodillas.
Sorteada la laguna, al norte, se abren amplios corredores de nieve en la base, que se van estrechando y empinando para alcanzar la cresta montañosa unos cientos de metros más arriba.
El progreso el lento ahora, penoso en ocasiones, nieve, hielo y roca se entrecruzan, los crampones y el piolet se incrustan en el hielo, ceden con la nieve polvo y chirrían en los pasos de roca. La pendiente empieza a ser muy empinada, el paisaje espléndido, majestuoso. Un silencio frío intimida en las paradas.
No hay camino, como en el poema, ni camino ni senda ni huellas, se activa la mente buscando el paso más seguro y certero, trepando por escarpaduras que luego es preciso desandar, paralelismo de la vida.
La ascensión se hace más exigente a medida que progresa, la cornisa de salida es un techo de hielo impracticable con una amplia zona de desprendimientos, fragmentos de hielo se acumulan bajo una cresta amenazante, que muestra una helada visera aérea. La salida aún no es segura, existe la posibilidad de tener que descender sin culminar la cumbre por esta ruta, es el precio de la aventura, es, una vez más, la incertidumbre que necesita ser negociada.
A la derecha, unos ochenta metros más arriba, se vislumbra un posible paso sin visera de hielo, entre dos amplios perfiles de rocas. Se trata de una zona muy aérea y expuesta, cuya verticalidad ha impedido la formación del techo volado de hielo sobre la cornisa, o tal vez se haya desprendido, la salida es por esa zona o el retroceso.
El plano inclinado se acentúa hasta alcanzar la posible salida, unos cien metros de tobogán de nieve y hielo están bajo los crampones que muerden ahora un hielo blando pero consistente, sólido.
Cruzan la mente temores, miedos, vértigos, incertidumbre y prisa por salir de allí, un remolino de aprensiones intenta hacerse fuerte en el momento más crítico de la ascensión, una alarma que quiere prosperar ante los indicios de amenaza.
La respiración centra la mente, un parón en el presente recupera la concentración en cada paso, ligero pero sin prisa, asegurando cada delicado momento, cada pequeño avance, todo es presente, todo es uno; la montaña, la escalada, la técnica para progresar, el movimiento, el frío, la nieve, la roca y el hielo, hasta superar la cornisa y descansar en lo alto como un ser surgido de un abismo.

15 de febrero de 2019

Sombras

Entre las sombras, en los lugares apartados donde la luz no llega, miríadas de corpúsculos infinitesimales vagan por espacios entrópicos de gelatina laberíntica, en confusión de oscuridad.
Más allá, en los territorios de la apariencia, la luz se filtra diáfana en premeditada ocultación de las tinieblas, que permanecen lóbregas al abrigo de cualquier mirada.
En las sombras, la vida se mueve en las sombras, ocultando aquello que no se debe dejar ver, escamoteando intenciones, soslayando el sentir de lo profundo.
Ecos de tinieblas, en ocasiones, afloran al torrente de claridad y es entonces cuando lo abismal, fuera del refugio de la penumbra, inflama la existencia en ensordecedor estallido y un nuevo orden surge, reiniciando la vida.
Estallido de las sombras en la luz, implosión de las tinieblas luminosas.
Luz como excepción en un Universo nocturno, luz habitando la obstinada oscuridad como destellos tenues en la negrura reinante.
Lo oscuro, lo desconocido hace girar galaxias en torno a agujeros negros de insondable realidad, dotándolas del movimiento que es la vida, como motor telúrico del Cosmos. Oscuridad velada, alentadora del descubrir, propulsora del conocimiento, del saber, fuente de investigación y pensamiento.
No existe destello lumínico sin el umbroso espacio que hay detrás, como no existe sonido sin el silencio, umbría que le precede y lo sobrevive dotando de sentido al lúcido resplandor.
El día de nuestras creencias, de cada una de nuestras certezas se hospeda en la noche profunda y sideral como un nómada vagando entre etéreos relumbros de inspiración.

18 de enero de 2019

Igualdad


Si un inmigrante roba, al que se debe juzgar es a él, no a todo el colectivo de inmigrantes. Cuando un musulmán comete un atentado, al que se debería de condenar es a ese musulmán, no a todos los creyentes en el Islam. Si una mujer es víctima o verdugo a la que debemos de proteger o condenar es a esa mujer, no victimizar o condenar a todas las mujeres. Si un hombre mata, es a él al que debemos juzgar no a todo el colectivo masculino.
De la tradición judeo cristiana, que arroja una condena eterna sobre todos nosotros “pecadores” por el “pecado original” cometido por una pareja de ficción, se hace eco hoy una izquierda ideologizada pero sin ideas que, desde un feminismo montaraz hace responsable a la esencia del varón, cual pecado original, de los atroces actos que comenten algunos, juzgando así anticipadamente a todo el colectivo masculino en lugar de juzgar y en su caso condenar, a cada uno de los culpables.
La culpa divide el mundo entre víctimas y verdugos. Fácil es empatizar con la víctima, y complejo salir de esta condición si ésta es alimentada. Empatizar con el verdugo sin embargo es más difícil, pero para que una sociedad sea igualitaria, no olvidemos que la igualdad pasa por gozar de los mismos derechos, necesita indefectiblemente mantener la presunción de inocencia por igual, es decir, la necesidad de que se demuestre la culpabilidad, lo contrario es hacernos a todos sospechosos de culpabilidad hasta que la posible inocencia sea demostrada.
La culpa, que aleja de nosotros la responsabilidad es el yugo de los simples y el arma de los malintencionados.
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4 de diciembre de 2018

Lluvia


Llovía, llovía una fina lluvia de pensamientos, imágenes, recuerdos, ideas, visiones, retazos de sentimientos y emociones, en el espacio sutil de una mente en busca de silencio.
El viento racheaba los corpúsculos intangibles en múltiples direcciones, en un mundo multidimensional que se resistía al mutismo.
Grupos de pequeñas gotas se arremolinaban en torno a una figura que la brisa modelaba, hasta darle un contenido más corpóreo que al resto. Aparecían así figuras en una lúcida oscuridad que impregnaba la visión momentáneamente, para sucumbir un poco después ante otro ente espectral que dominaba la escena por unos instantes.
El viento, caprichoso, parecía dibujar las figuras que se mostraban en aquel universo incorporal mixtura de imagen y sonido, formando remolinos, vórtices de extraña complexión alimentando, desde las partículas más elementales, complejos sistemas de pensamiento.
Por un momento atemporal, la atención se centró en uno de esos fragmentos en creación, en una molécula de pensamiento, en lo que parecía una semilla vibrante destinada a prosperar en ese cosmos atómico, nuclear. Y entonces sucedió. Algo más allá de lo observado, contempló que aquél pensamiento; nítido, rotundo, concreto, no se estaba verbalizado en ningún lenguaje, no constituía una frase, una reflexión, ni tenía forma de oración, no estaba formulada en ningún sistema de comunicación verbal conocido ni era tampoco una imagen, y sin embargo, contenía un mensaje preciso pleno de significado.
El descubrimiento de este bosón perdido que compartía o era parte de la sustancia de la que están hechos los pensamientos, fue como un cometa en el cielo nocturno, surgió de una aparente nada y volvió a ella después sin dejar rastro, como un hecho aislado en la sutil cosmología mental.
¿Era un pensamiento semilla? ¿acaso el pensamiento surge antes de que intervengan el lenguaje o la visión para diseñarlo? ¿cómo podía un enunciado preciso expresarse sin la intervención de la imagen ni la palabra?
Mundos dentro de mundos, en la cosmografía del pensamiento humano, tan recóndita e inexplorada como las distantes estrellas y astros de un firmamento repleto de galaxias y acontecimientos desconocidos, una nueva subpartícula mental había sido hallada en el laboratorio de la mente.

25 de agosto de 2018

Inspiración


En el lago, de aguas a menudo turbias, que es la mente, surge un despunte de brillo desde la profundidad incógnita, una suerte de sencillo y suave eureka, sin pretensiones, que constituye el dibujo claro de una solución a un problema o el diseño de algo que necesita nacer.
Se trata de una suerte de patrón, una guía sucinta pero clara, un esquema resolutivo, un atisbo de procedimiento, un hilo que conduce a un fin. Así continúa un viaje que comenzó mucho antes, en el mismo instante que algo impactó con la curiosidad y convirtió la necesidad en reto.
Fue entonces cuando se originó un proceso silente en el aquel recóndito lago, que primero removió sus aguas desde lo más profundo para enseguida, dar paso a una clarificación transparente y lúcida y en un momentáneo remanso, surgió una posible solución, sólo una de entre las posibles.
Este sutil diseño, desde su surgencia, pugna por ser, por tener vida, se convierte así en lo que es, una emergencia, y emerge desde el mundo de las ideas a la realidad a través de la mano experta, de la pluma hábil, del pincel vibrante.
Esta “inspiración”, en realidad es un mandato, que desde los universos más profundos brota atravesando el espacio sutil para hacerse uno con el cuerpo, quien obedece la orden y recrea el diseño, la mano cumple la voluntad de aquello que está gestándose, siguiendo un designio cuya naturaleza se escapa al intelecto.
Es el flujo de una sustancia esencial que se transforma en materia, gracias a la energía del individuo que la canaliza,  que la hace posible, como instrumento sublimador de lo incorpóreo, como canalizador de la fuerza creadora, que lo traspasa haciéndose uno con el sujeto de la creación.
Un camino multidireccional, poliédrico y tridimensional en el que el espacio es fractal y el tiempo dilatado se aleja del cronómetro para instalarse en la resolución de una tarea imprescindible, sumergida en el tenue ensimismamiento en el que la consciencia habita.
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4 de agosto de 2018

Espejismo


Voces centenarias, desaparecidas, alzan sus murmullos en el viento del noroeste, la oscuridad plateada mece al navío entre sombras de inquietud indefinible.
Sálvora, recostada a poniente ofrece su silueta sinuosa, sugestiva, misteriosa, perfilada por los ecos de naufragios y leyendas, faros abandonados, salazones y puertos yermos.
Navegamos por la frontera atlántica sobre un mar de espejismos, espectros del pasado nos alcanzan enlazando con el tiempo nuevo. Rasgaduras pretéritas escapan por sotavento dejando paso a vientos de estreno, vientos portantes, impredecibles, rebosantes de esa energía intangible que es el alma del velero.
El fondeo nos acoge con amenazantes e imprecisas inminencias. Un bufido atávico se enrola en la jarcia entre emanaciones de silencio, tintineo de drizas y golpes de mar secos. El aire es húmedo, marinero.
La mar y el viento dieron su beneplácito para la recalada, tras un rumbo de través envuelto en brumas bajas, silencios en cubierta, rueda firme, compás y radar. Entre el celaje, espectral, un navío surge por la amura de estribor, de ceñida, enseñando las vergüenzas en su escora, un saludo escueto para desaparecer como por ensalmo a la popa.
Agua, sol y viento, sol, viento y agua y más viento, singlamos en un ambiente frío dentro de una burbuja de visibilidad de un cuarto de milla, el rumbo preciso lo marca como siempre el viento.
Navío y patrón son uno, seres sufrientes, dolidos de singladuras e infortunios, almas gemelas viejas antes de tiempo, que vestidos de desaliño apenas dejan entrever su ánimo de otro tiempo, antiguos sueños de marino y de navío, arrojos muertos, perdidos los anhelos.
Mares y océanos en los que naufraga el mundo, no sólo los marineros, y entre naufragio y naufragio extraemos el impulso de este céfiro impetuoso, soplo de vida para patrón y velero.
Una incierta noche, larga como el tiempo, envuelve el alma del marino, “enjuto y seco”, libre de la vida, esclavo del miedo. Oscuridad profunda del alma humana, más sombría que el profundo océano, cercos de miseria envueltos en aquella locura instalada dentro.
Pero la navegación prosigue, la mar siempre cambiante como nuestro compañero el viento, tan reiterado en este escrito como en nuestro éxodo; empopada, ceñida, través, cambios en el insustancial elemento, sutil e implacable, fino y grueso, largo y racheado, frío, cálido, severo.
Las distancias se acompasan con el tiempo, millas eternas en las encalmadas, fracciones de mar cabalgadas hacia barlovento, la vida transcurre lenta con la intensidad de lo esencial, alejándose por popa lo superfluo.
Ciencia y arte iluminan un camino sin rastros, hitos ni senderos, el navío marca la senda, una vereda de espuma trazada en agua azul intenso a lo largo de su eje de crujía, repleta de luminiscencias, guiño de brillos que dibujan sutiles requiebros de luz sobre el espejo de popa, mientras la mar se calma aplacada, a sotavento.
Tomar el viento para dejarlo escapar por la baluma, las velas respiran infladas de vida y el barco navega cortando el agua, que cede el paso al magnífico ser alado que la sobrevuela mientras el timón conversa con al navegante, en un lenguaje silente repleto de sensaciones, sutilezas de mar entre las manos, sigilo de viento en los dedos. El mástil es la aguja de un reloj que marca siempre el presente.
Mar y viento confluyen en la alquimia de la navegación a vela, una alquimia que transforma energías incontestables en elegante movimiento, aunque ellas no se pongan de acuerdo. Un largo bordo nos acerca a nuestro destino entre islas salpicadas en este mar antiguo y austero.
Las singladuras se atropellan en la memoria del navegante, con la suave sensación de un espejismo lejano, intenso, cierto.

20 de junio de 2018

Evocación


Noche, noche avanzada, preludio de libertad incontestable, nubes, nubes iridiscentes salpican un cielo alto y templado, de una oscuridad insondable como la vida, como el insondable universo que encubre.
Una presencia libre sobrevuela valles infinitos, praderas de incalculable extensión, acantilados oscuros como el mar que enmarcan. Un viento suave mece el alma navegante por derroteros que los ojos no pueden ver.
La existencia es liviana, etérea, transparente, libre de cargas, es un viaje sin movimiento, un desplazamiento estático y continuo, tan eficaz como incomprensible, que avanza entre reflejos quedos y oscuridades infinitas.
Lo corpóreo queda atrás, anclado en los lejanos temores del invierno, cuando la sustancia de lo real parecía no tener fin ni principio, en aquel tiempo detenido en sí mismo, el espíritu vuela, cabalga libre por llanuras innominadas, por mares sin pseudónimo ni designación.
Sin temores ni trabas todo incita a la partida, al éxodo, entre ritmos eléctricos y melodías de estimulante inspiración. La luna, introvertida en bajo relieves refulgentes juega con las nubes, trazando aureolas mágicas entre los compases nocturnos.
El alma vuela itinerante, emancipada, soberana, sin ligaduras ni freno, mientras la vida se desliza más abajo, en el fondo de un desfiladero profundo y distante, envuelta en la umbría que le es propia.
La soledad es tan absoluta que por ella se desliza la manifestación de todo el Universo, multitud de presencias concurren en el vacío aparente, en el fluido incorpóreo de la suave brisa de un metafórico norte.
Fluye el incorpóreo mar en un compás de olas largas, como estiradas en inconcreta cadencia, suavidad en esencia, en dócil comunión con la existencia que brota, que surge a cada instante ocultándose a la febril mirada, al tacto impalpable de lo que no es cotidiano.
Un silente despertar, una surgencia de algo invisible, impalpable, se resbala por la inmaterialidad, ecos intangibles de un deleite arcano y profundo. La odisea continúa.

14 de mayo de 2018

Masa


Colores ocres envueltos en circulares mundos envuelven el día, un día próximo a su conclusión, largo ya, anuncio de la estación cálida.
Sombras violáceas cercan los futuros atardeceres, que se deslizarán por la pendiente de los desencuentros, antiguos desencuentros amparados en disfraces nuevos.
Vientos de revancha inflaman la atmósfera, enrarecida ante la ausencia de destino, cambiantes formas holográficas conforman un espacio denso, abarrotado, irrespirable.
Un crisol atormentado rebosa descrédito, juicios en revolución cristalizan sentencias, veredictos, ante millones de ojos centinelas. La libertad se vende cara en los templos de la hipocresía, en el reino de la estulticia desenfrenada.
Nada parece servir ya, el revisionismo se ha instalado en el cuarto oscuro y medra en deshilachados sarmientos de oscuras tendencias, es necesario cambiarlo todo, rehacer mil veces lo hecho, con mirada nueva plagada de dogmas viejos.
Nadie alcanza a ver cuando perdimos la primera batalla, por qué va tan mal esta guerra, por qué estamos en guerra. ¿En guerra con quién?, con nosotros mismos: cruzadas ideológicas, invasiones del lenguaje, conflictos de palabras, batalla de sexos, conflagración contra el pensamiento, conflicto de libertades, hostilidad entre iguales que nos hace diferentes.
Un resplandor ígneo subyace, sus emanaciones, en ocasiones, hacen asfixiante el aire. Un magma telúrico empieza a brotar a borbotones en la mente de un nuevo hombre, un plasma territorial, sectario, geológico, ancestral, surge ante una humanidad incapaz de comprender ya ningún suceso, incapaz de dar sentido a lo que acontece.
Está naciendo el nuevo ser, títere de si mismo, conmovido, afectado, inerte, descatalogado, un ser humano ajeno, plagado de opinión pero sin criterio, pleno de doctrinas pero sin ideas, henchido de consignas pero sin discurso, huestes de forajidos de la palabra son los nuevos intelectuales.
Millones de seres masa, enaltecidos por indignaciones indignas atropellan la inteligencia, que se aparta ante la avalancha de una barbarie tan ancestral como el hombre.
Estamos en un mundo en el que la vigilancia se ha hecho moda, ya no es necesario que nadie nos vigile, ningún poder, ningún cuerpo policial. Millones de ciudadanos son los nuevos vigilantes, armados con sus cámaras. Sus dispositivos son capaces de verlo todo, grabarlo todo, juzgarlo todo, en el nuevo circo público de las redes, en el colector virtual hediondo e insalubre del “moderno” espacio público.
El vórtice se generó hace tiempo, tardó en llegar pero cuando lo hizo una descomposición rápida, un colapso en expansión se desencadenó con la fuerza de la mentira y continúa su propagación, siguiendo tal vez, la corriente general del universo.

26 de abril de 2018

Lapso


Cada segundo se destruye un segundo y surge uno nuevo, es el filo preciso y finísimo de un presente continuo, la arista de un cambio constante, una sucesión de instantes en la que sólo existe uno, éste en el que la mente lee este texto como en sordina.
Nada permanece, todo cambia, sólo el cambio es permanente y sin embargo, seguimos aferrándonos a aquello que no es, como si tuviese un valor indeleble.
Entre las estrellas, miles de agujeros negros contemplan como inconmensurables imanes el desgaste de galaxias, mundos suspendidos en una infinitud imposible de comprender.
Luz viajando por un espacio inexistente, soles apagados en materializaciones de gases, estrellas y mundos en dimensiones insondables de otro tiempo.
Ayer acaba de terminar y un nuevo hoy se filtra en la estela de un tiempo fugaz, inasible. La idea de un tiempo continuo nos aleja de la única verdad, la impermanencia como destino último de toda existencia.
La noche es la norma en el universo, el día, una circunstancia excepcional en los minúsculos destellos donde la luz se detiene un instante, antes de regresar a la noche.
De oscuridad y silencio está hecha la galaxia y los mundos, noche y silencio conectando el infinito.

31 de enero de 2018

Mutación

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La luz filtrada de la mañana es un enunciado de la impermanencia. El sol, tamizado de una bruma acrisolada no alcanza a caldear los laberínticos senderos de la existencia.
Seres mutantes despiertan con el alba, o quizá nunca durmieron. Avanzan, descarriados por las laderas de sus propios infiernos, como Dantes atormentados por visiones imposibles, por premoniciones inquietantes.
Ayer es un recuerdo vago de una memoria amnésica y descabezada, afligida por trascendentales cambios que erosionan sin pausa el pensamiento dolorido, desasistido, desolado.
Nuevos corceles avanzan desbocados creando tendencias, apuntándose a la novedad con ínfulas de suficiencia. Es un tiempo de derrotas imposibles, de navegaciones por aguas ignotas, sin cartas ni estrellas. Los pilotos, en otra época comprometidos y sabios, han sido reemplazados por ignorantes engreídos, la construcción compleja y artificiosa de la civilización se desmorona como castillo de naipes a una velocidad vertiginosa.
El Bosco nos mira más de cerca que nunca, presintiendo horrores desde los rostros horrendos de nuestros semejantes, semblantes deformados en almas maltratadas, miradas recelosas, seres arrogantes, individuos alzados sobre sí mismos incapaces de alcanzar el suelo.
Un deterioro persistente, tenaz, se ha instalado en la esencia de la vida contemporánea, en lo social, en lo político, en lo privado y en lo público. Del orden al caos, un caos atávico, desprovisto de toda ética, de retorcida moral.
El pensamiento simple pesa, aplastando todo principio de duda con rutilante estulticia, alisando el horizonte, aligerando la reflexión hasta convertirla en ideología, en principio de enfrentamiento entre iguales, en tiranía de pequeños dictadores sujetos a su particular victimario.
La calidad del mundo se deteriora rápidamente, tan rápido como progresa la tecnología y el antipensamiento; los ecosistemas, el clima, el aire y el agua, los derechos, la libertad, el nivel de vida. Un mundo en el que cunde la desigualdad, el desprecio por el otro, la economía extractiva y excluyente, el control y la vigilancia, un mundo en el que prospera el Miedo.
La M30, arteria rápida de la ciudad, plagada, atascada como cada día por vehículos con un solo ocupante. Es la jungla, un reflejo de una sociedad en extremo individualista, complacida de su propia imperfección incuestionada, nadie renuncia a su parcela privada de locomoción. En medio de esta selva, pilotos de GTA serpentean entre el tráfico incapaces de escapar del video juego, saltan carriles, sorprenden con sus maniobras al resto de conductores, otros más empanados permanecen atentos a sus teléfonos que se han convertido en una extensión de sí mismos.
El metro, las calles están repletas de ciudadanos relegados a una realidad distante, la que dictan unos aparatos tecnológicos, que los mantienen hiperconectados a todo tipo de basura que se esparce en las redes sociales, el mundo fenoménico se ha vuelto invisible, irreal, porque los seres que lo habitan transitan por mundos virtuales, menos exigentes, más simples, más quiméricos.
El regeton mató a la estrella del Jazz, el MP3 socavó la HIFI, los tuits acabaron con la poesía, Facebook con la intimidad, la hiperconexión nos desconectó de nuestros semejantes, la democracia nos condujo a la tiranía de las  élites y los lobbies, la universalidad de la educación nos ha hecho maleducados, la libertad de pensamiento y expresión desemboca en el albañal del linchamiento y la descalificación del “enemigo”, la justicia se despacha en la plaza pública de los medios con presunción de culpabilidad, el feminismo se acerca peligrosamente a aquello que denosta, la libre elección es optar entre unas pocas posibilidades, la cultura es un negocio de necios, la diferencia se maltrata en el culto a una imposible igualdad.
El Universo cambia, todo muta, nada permanece, y en nuestro pequeño mundo la mutación, como la imaginación, produce monstruos.

7 de diciembre de 2017

Umbral

Avanzaba por la conocida carretera una mañana en que la luz dialogaba e invadía el aire. Suave, la autovía era un torrente suave por el que se deslizaba el viejo volvo, tranquilo, calmado.
El aire brillaba en luz mientras un vehículo, de plateado remate trasero, adelantaba con la misma parsimonia con la que se fugaba el tiempo. Entonces sucedió.
Un umbral se abrió, un instante, corto e infinito, dejando ver detrás los ecos de un mundo primordial, entre lo onírico y lo vivencial. Brotes fugaces de un submundo conocido y cercano desplegaron sus efluvios con la certeza contundente de la realidad que los ojos han visto.
Un suspiro, una mirada directa al abismo, a un precipicio lovecraftiano, a un talud de realidad coexistente, cuántica, primigenea, oculta.
Las sombras, de una verdad indescriptible dejaron su aroma de húmeda cotidianeidad, cuya mirada reconocible asombra al alma.

Se cerró el resquicio tenue de aquel limen incalculable y en su obstrucción se perdió su recuerdo, dejando tan sólo el delirio de un aroma.