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30 de diciembre de 2015

Burbuja

Un paso, un simple y breve paso, un avance en el espacio casi insignificante, un paso lo sumergió de lleno en la burbuja.
Supo de su entrada en aquel recinto insustancial por el cambio en la percepción del sonido, un sonido hueco, opaco, un sonido sin ecos circunscrito exclusivamente a sí mismo, un sonido confuso y sin alma que se plegaba sobre una línea de tiempo abstracta e incomprensiblemente tarda.
Un sonido sin brillo ni contraste refería un tiempo enigmático y descontextualizado, como extraído de otro tiempo e inoculado en dosis espectrales dentro de aquella burbuja arcana.
Avanzó sin prevención en un intento de acomodar los sentidos a aquella realidad acolchada y sus pasos sordos, quedos, parecieron avanzar sobre un suelo amortiguado y blando.
Pronto, frente a su aturdida mirada, empezaron a desfilar un conjunto de seres inconcebibles, crisálidas palpitantes varadas en una eternidad atemporal, detenidos en un tiempo en huida, entes amalgamados sobre ridículos vehículos sin propulsión.
Cientos de ojos se clavaron en él en su ralentizado avance, cientos de ausencias le contemplaban desde otras vidas, desde grutas perdidas en páramos de soledad insondables,  ojos sin alma, sin consciencia, sin ser. Ojos de extraño brillo, ojos sin vida.
El espacio sinuoso y enroscado, cobró una presencia viscosa que se adhería a los objetos, a la piel y a la vida, un espacio abismal que se abría un momento para cerrarse inmediatamente después sobre sí mismo sin dejar rastro de la oquedad que lo había generado un instante antes.
Sintió la presencia de la vida como una escafandra, incluso su respiración parecía administrada por un regulador autónomo y la presión en las sienes se intensificó como una pulsión que cobrara existencia propia.
La exposición a aquella atmósfera no podía ser más que un hecho nocivo, intentaba sobreponerse a pesar del intenso calor, que espesaba el aire y hasta el pensamiento. Era el espacio principal en el que se almacenaban las crisálidas, cuya temperatura de supervivencia era definitivamente muy elevada.
Aquel extraño planeta-burbuja estaba habitado por seres cristalizados, envueltos en una mezcla de gases que parecían dificultar la comprensión y ralentizar el entendimiento, ondas de un hálito casi corpóreo convertían en fluido un aire casi irrespirable.
Ajustó su consciencia, casi automáticamente, a aquella realidad quimérica dejando solamente operativos los recursos vitales básicos, se trataba de una técnica de supervivencia para mantener el juicio crítico a salvo de los ataques de escrúpulos.
Avanzó hasta un sala contigua donde el aire, algo menos espeso y mucho más fresco, despejó su mente por un momento, la desconexión de la consciencia se había llevado también el discernimiento.
Entabló contacto con uno de los seres que habitaban en aquel inhóspito planeta y entendió que el motivo de su viaje había sido aquel encuentro. Discurrió por mundo oníricos incongruentes de la mano de aquel querido ser desconocido, transitó por lugares vedados a la razón por los que caminó con paso cauteloso, descubrió mundos al borde de la total desintegración y atravesó puertas de dinteles y jambas desdibujadas que no conducían a ningún lugar posible. Avanzó, siempre con su cicerone, por dilatadas entelequias perdidas en rincones de la memoria, angosturas de irracionalidad y puntiagudos riscos de locura hasta casi perder la conciencia.
No supo el tiempo de permanencia en la burbuja, pudo tratarse de horas o tal vez días, el tiempo espesado en volutas de incomprensible realidad tomaba una velocidad enfermiza, lenta hasta el paroxismo, hasta que aire húmedo y frío le anunció su salida de aquella vejiga espacia-temporal y poco a poco fue recuperando todos los sistemas de control y consciencia.
Unos días después no supo si aquél episodio había ocurrido en realidad o era producto de un sueño, los recuerdos casi se desdibujaban ya en su mente cuando de golpe, un paso, un simple paso le devolvió de nuevo al interior de la burbuja.

27 de agosto de 2015

Ecología

Oikos (casa) logos (tratado)

El hombre se relaciona con sus iguales y con el medio en el que vive desarrollando un proceso de adaptación inverso, una adaptación a sí. El desarrollo humano es una carrera hacia la construcción de un mundo ajustado a las veleidades humanas, convirtiendo la adaptación al medio en un medio adaptado.
El hábitat en que vivimos es la tecnosfera, un espacio artificial y tecnológico presidido por máquinas, tecnología y artificio. Es este un hábitat en el que se interrelacionan una gran diversidad de seres, la humanidad con un entorno cada vez más unívoco.
Las ideas también se desarrollan y relacionan con el entorno creando verdaderos ecosistemas; las religiones son ecosistemas perfectos donde los individuos se interconectan con símbolos e imágenes generadores de cuerpos de representación con los que habitan, conviven, a los que aman e incluso por los que dan la vida.
Las ideas cuando derivan en teorías, filosofías, ideologías generan su propia ecología y esta, puede ser una o la contraria dependiendo del entorno espacio temporal en el que se desarrolle, así las ideas que son adoptadas como imprescindibles en un lugar o en un tiempo, son rechazadas por completo en un lugar o tiempo distintos.
Dentro de esta gran tecnosfera carente de naturalidad, la sofisticación de las ideas es parte de una tendencia a la compleja artificiosidad. Las ideas más descabelladas toman protagonismo en un mundo, cuya complejidad extrema lleva a un alto grado de simplicidad mental en el individuo, un individuo que se encuentra incapaz de aprehender una representación de la complicada diversidad que lo rodea.
Las ideas más incoherentes cobran identidad en cuerpos ideológicos sin argumentos ni concurrencia de la razón, es la revancha del mito que se vuelve a imponer desde el corazón del logos.
Viejas ideologías vuelven con fuerza en nuestros días, pensamientos descabellados erradicados en siglos pasados regresan con intención de instalarse, tecnócratas y cientifistas hacen de su modelo dogma, repitiendo el patrón del pensamiento religioso que tanto abominan.

Como en todo ecosistema la supervivencia de las ideas necesita de un número de individuos suficiente para que crezcan e inteligencia, es decir, adaptación para que prosperen.

7 de mayo de 2015

Certidumbre

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No sabía nada, el mundo danzaba a su alrededor sin tocarlo sin dejar rastro alguno en su refractaria conciencia, todo estaba bien, todo siempre estuvo bien, en su sitio, todo colocado y acomodado de tal manera, que nada ni nadie podía influirlo.
Siempre fue igual, desde su infancia su entorno había mantenido un orden cercano a la perfección, los acontecimientos se sucedían como sujetos a un mandato, la vida estaba regida por una suerte de oculta ordenanza que todo lo alcanzaba, que todo lo prescribía.
Un cauce cómodo y profundo le conducía amablemente hacia un destino, que se vislumbraba desde cualquier punto del camino. Un sendero perfectamente delimitado, trazado en completa ausencia de sueños, disponía y colocaba sucesos, acontecimientos, relaciones, actividades, amistades, ocio, posesiones, estilo de vida en un sistema armónico que creaba su propia conducta, su propia manera de ser y de creer.
No sabía nada de cuanto ocurría alrededor, y menos aún por qué pasaba nada. Todas las existencias distintas de la suya eran opacas, informes, incomprensibles alineaciones carentes del benefactor orden. Fuera, más allá de la ley estaba el vacío, la nada, un mundo desértico e inhóspito poblado de seres indiferentes, un espacio huero.
La vida siempre le trató bien y esta desgracia le complacía, henchía de plena satisfacción un alma rebosante de sí misma. Si todo me va tan bien es porque lo merezco, porque soy valioso, porque soy mejor que los demás, pensaba. Era un ser satisfecho, un triunfador, alguien  dotado de esa natural displicencia del que siempre se sintió afortunado, la fortuna familiar contribuyó en algo a esta posición también heredada.
El poder se le daba bien, ese era realmente su talento, esa era su verdadera pasión, lo que más amaba en el mundo. Y el poder, complacido de sí mismo y agradecido, le devolvía con creces sus alardes, dotándole de una posición social y económica por encima de toda nubosidad reinante, por encima incluso de las rutas aéreas.
Sus desplazamientos siempre en primera clase o con chófer, sus amistades dignas de una corte. Todo respiraba dominio, autoridad, soberanía y autocomplacencia. Mandaba. Dominaba. Su autoridad y hegemonía alcanzaba muy lejos, al menos hasta el horizonte de su vista.
Nunca tuvo la suerte de enfrentarse a una crisis porque sus asesores las anticipaban, y su condición le garantizaba sacar partido de ellas sin necesidad de esforzarse, jamás sufrió un desamor porque quién se acercaba a él no osaba de ningún modo rechazarlo, nunca vio de cerca la desesperación, ni la privación, no tuvo nunca suerte en la vida, ni tan siquiera en la muerte, una muerte rápida y certera que al igual que su vida no le pudo enseñar nada.

26 de marzo de 2015

Seguridad

Azul, su color es azul, un color huido del marrón tierra que fue y de aquel gris que de neutro sólo tenía el color.
El azul es hoy el color de la seguridad, una seguridad omnipresente, seguridad evidenciada, anunciada, expresada, demandada, anhelada seguridad.
En poco tiempo, como salidos de algún rincón en el que se hallaban ocultos, comenzaron a surgir y a tomar las calles principales, los edificios públicos y las plazas también.
Subrepticiamente pero con la determinación del que ejerce la autoridad con mano firme, se instalaron en el paisaje cotidiano en estaciones, aeropuertos, centros oficiales, avenidas, congreso, senado, sedes de algunos partidos, frente a sucursales bancarias, campus universitarios, delegaciones oficiales y también de forma inopinada aquí y allá, siguiendo un ritual sencillo y ancestral: el paseo.
Grupos de tres individuos de azul ceñido pasean con el aire desafiante del que está en posesión de la fuerza, parapetados detrás de sus chalecos antibalas y rifles de asalto o ametralladoras, estos modernos cerberos pasean con pasos largos y calmados, dejándose ver entre la multitud con inusitada insistencia.
Estas nuevas misiones paseantes han sido encomendadas a agentes antidisturbios que han dejado la porra para empuñar fusiles automáticos, que han abandonado su posición, un tanto atribulada, detrás de los escudos para pasear por las calles y recintos públicos sin pudor, a cara descubierta sin máscaras ni cascos.
¿Qué seguridad dan estos alazanes alfa artillados?, ¿Qué seguridad ofrecen estos rambos azules de anchas espaldas y estrechas cabezas? La seguridad es siempre una excelente excusa para propagar el miedo, para atenazar el pensamiento, para inhibir la acción.
Seguridad es un eufemismo de inseguridad. Seguridad representada por peones de azul que transitan con andares de nuevo sheriff, inseguridad de mezquinos políticos que atormentados por su incapacidad, necesitan mantener un control imposible sobre una población transmutada en jauría de sospechosos a los que hay que vigilar.

Patrullas de azules pasean entre nosotros sin mezclarse, sin identificarse, cada vez se les ve más, son muchos, casi una plaga, aun así no son suficientes, necesitamos más porque la seguridad es una amante insatisfecha que siempre pide más, más madera para quemar, más maderos para mantener un estado policial que vigile de cerca al presunto ciudadano.

5 de febrero de 2015

Haikus


Luz oculta en vapores de nube
luz azul sobre el Talmud.

El viento, suave, trae noticias de humedad,
los gritos de los niños las empujan.

¿Qué color tierra es el de la tierra?
el ámbar mate, sin brillo, de la piedra.

Cabalgando va sobre la ira la desdicha,
montura de fuego es.

La distancia abrió un espacio en el tiempo,
extenso abismo ante los dos.

Cantos de ruptura en el aire,
viaje al profundo interior.