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29 de junio de 2007

Huida

Inconforme con la vida gris que propugnaba su fulgurante carrera profesional y la supranacional para la que trabajaba, recogió sus cosas, incluida la palmera que decoraba su despacho y se marchó en busca de una existencia más acorde con aquellos que cantaba su corazón, la mañana surgió así incierta pero luminosa aunque la tarde volvió a teñir de gris el cielo de su memoria.

Un gris austral, un gris netamente sureño se instaló de nuevo insistente, en el horizonte de su realidad, y los cantos de sirena de la inconformidad sonaron con fuerza no pudiendo sujetarlo ni las cadenas del bienestar, ni las bridas de la opinión, y así fue como dejó nuevamente empresa y compañía, porque la luz de su verdad brillaba con más fuerza que la plegaria de seguridad que dictaba la norma social.

Se fue haciendo un inconforme profesional, descubrió que la coincidencia es un milagro, comprendió que el camino andado en solitario era una sendero a contracorriente, que discurría entre los vertiginosos riscos de la contradicción. Apostó por seguir la tenue estela de lo que creía y no equivocar sus pasos hacia el espejismo gregario de la seguridad.

Y en el transcurso de su marcha comprendió, que aquella solitaria aventura, era sobre todo una huída de sí mismo y una necesidad de reconciliación universal brotó clara, profunda, incierta y turbadora. Un nuevo horizonte se abrió ante el, una página en blanco, más vertiginosa y abismal que todo el camino andado. Así fue como supo que había crecido, que sus decisiones le habían hecho avanzar por un camino desconocido, poco frecuentado, pero cierto, un camino hecho de si mismo y de todos aquellos avatares que le impulsaron, le empujaron, le retuvieron o le apoyaron en cada paso, así fue como descubrió la incertidumbre de si mismo, el sello inequívoco y vertiginoso que imprime la verdadera y necesaria aventura.

18 de junio de 2007

Luz de estío

Atardece un sol de verano, turbio, brumoso, cálido,
anunciador de un largo y caluroso estío,
languidece el día resistiéndose a desaparecer.
Soles, en mi ventana soles, todos los soles;

soles de verano, de otoño, de invierno y de primavera,
soles de mi recuerdo y mi discordia,
soles de luz y de oscuridad.
Luces del final del día: luces amarillas, verdes, rosas, añil...,
luces diversas, coloristas como un tío vivo de feria.
Cae la luz y el sol, se oculta hoy anunciando el verano.

1 de junio de 2007

El ladrón de instantes

Llevaba cuarenta años amarrado a aquel portal que hoy lucía renovado, por la remodelación del centro histórico que había tenido lugar hace unos pocos años, así, junto con las vidrieras de los descansillos, el ascensor de caja de madera y la barandilla labrada, él era de lo poco que había sobrevivido como herencia del pasado.

Tardes y mañanas enteras de tedioso contemplar el paso de la existencia, desde la caverna que era aquel oscuro y angosto portal del viejo Madrid, tan fresco en los calurosos días de verano. La soledad y el hastío habían hecho de él un portentoso conversador ocasional, un prodigio parlante de verborrea fácil, capaz de elevar cualquier nadería a la categoría de asunto vital. Gozaba de una facilidad sin límites para hacer de cualquier situación chascarrillo, para templar una liviana conversación en los instantes más inoportunos, contaba para ello con un elenco de anecdotario que prodigaba a la más mínima oportunidad, incluso auque esta no existiera.

Era un profesional, sin duda, un administrador de soledades que alternaba sabiamente, con esas pequeñas dosis de ocioso parloteo, en las que convertía el paso de cualquier vecino o transeúnte por el portal.

Era un ladrón de instantes, pequeños instantes con los que alimentaba una vida de silencios y soledades, en un intento de llenar aquel vacío portal. Hurtaba momentos a hurtadillas, colándose clandestina y subverticiamente en vidas ajenas entre el espacio que separaba la puerta, de las escaleras; su inefable reino. Eran sus dominios, y como cazador de tiempos muertos, no se le escapaba ni una sola pieza que le interesara de verdad, porque con el tiempo se había convertido en un gourmet, en un paladeador de instantes, que como experto, sabía apreciar de un simple vistazo el potencial de cualquiera para una jugosa conversación o con quién sacar el mejor partido a su nuevo chascarrillo.

El ladrón de instantes viejo y algo entumecido se jubiló ayer, y la portería del número 2 de la calle San Comodín, se liberó por fin de los abordajes de aquel pirata de tiempos, pero el portal está hoy más oscuro y triste que nunca.