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12 de febrero de 2014

Cripta


Luz colándose entre las ramas de esbeltos y frondosos árboles, el bosque que puebla el valle está salpicado de pinos con grandes manchas de hayas, de robles y a medida que el valle gana altura algún indómito serbal.
El frío de la mañana contrasta con un resplandeciente sol que alumbra el cañón y las cumbres altivas que se alzan en lo alto. El silencio y la soledad son físicos.
Un enrocado camino asciende con brío dubitativo hacia la atalaya de las cimas, se trata de un sendero esquivo que rehúye ser pisado. Su pronunciada pendiente hace perder pie con frecuencia en el tortuoso ascenso. Rumor de viento entre las ramas. La distancia, como siempre en la montaña, es mayor de lo que aparenta, la montaña es una dama que se resiste a entregarse con facilidad, siempre impone su exigencia, a menudo caprichosa exigencia.
El frío y el viento maquillan la montaña junto con el agua y el sol, el montañero se expone también a todos ellos, al duro maquillaje de las montañas que ama. Esta ascensión, no muy prolongada, siempre fue penosa y agotadora, mucho más que otras más largas y pronunciadas, sin que exista una lógica explicación.
El caminante busca un encuentro de otro tiempo, un encuentro con las cumbres, con sus cumbres, un promontorio que se alza por encima de bosques y valles, por encima de rocas y ríos, ese vértice que da sentido al abismo, ese apogeo rocoso desde el que se vislumbra la magia de la altitud. El caminante busca un encuentro que se resiste para ceder finalmente ante la persistencia, ante la voluntad firme e inequívoca de coronar.
El habitual recibimiento de viento y frío anuncian el punto más alto y más expuesto de esta cuerda montañosa. Blancas las peñas de estas Peñas Blancas, blancas y frías. Grupo de colosales peñas de paredes verticales que se alzan como torreones sobre la pendiente, diedros, chimeneas, placas, plano inclinado sobre plano inclinado en un delirio de verticalidad cubista, fobia a lo horizontal.
No hay apenas lugares donde sentarse, todo es puro desnivel, una oquedad construida por el desprendimiento de una gran roca encajada entre dos altos muros, da paso a una especie de mirador sobre el abismo, es la parte más aérea y expuesta de esta escarpadura. Abajo el frío abismo, al lado sólo el cielo.
Una inquietante presencia habita en estas rocas, la siente el caminante hoy igual que entonces, o será tal vez la aprehensión; este glacial granito, el silencio duro como metal, la montaña desafiante y altiva, el vértigo de las alturas…
Algo sobrecogedor impregna el aire, son vientos de ahora mezclados con miedos prístinos, cervales, una vez más la extraña sensación de profanar un sepulcro, porque eso es realmente este lugar, un sepulcro, una cripta extrínseca de roca maciza, el lugar en el que hace ya más de treinta años murió despeñado el compañero de cordada, descanse en paz.