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17 de abril de 2020

Alambre


La vida, se abre camino con vigor hasta en las más extremas condiciones; pelea, avanza, progresa, evoluciona. Pero al mismo tiempo su equilibrio siempre está comprometido. La Vida se abre camino, sí, pero el individuo que la ostenta lo hace sólo momentáneamente, por un periodo tan fugaz como un destello.
En estos días inciertos, pasamos por la vida como quien camina por un alambre, cautos, aprensivos, con el escrúpulo del que no quiere que la mano invisible de la enfermedad lo señale.
Zambullidos en una plaga postmoderna, todo nos recuerda la fragilidad de nuestra propia vida, mientras nuestra mente, busca ansiosa la puerta de salida. El acomodo de la Sociedad del Bienestar no nos ha preparado para la resistencia y desde el principio se alza el deseo del pronto final de esta suerte de ensalmo en el que estamos inmersos.
Y aunque, la mirada fija en el horizonte final puede significar una baliza de esperanza, la incertidumbre temporal de su conclusión contribuye a magnificar la condena. Una vez más, nuestra mirada quiere anticipar el final, mirada hacia el futuro como artimaña para eludir la realidad, pero ésta no se encuentra tan lejos, está delante de nuestros sentidos, como siempre en el presente, el momento de realidad inaplazable, persistente y obstinado que se escapa en cada instante.
Vivir es capear el temporal, cuando se presenta, con los medios de que disponemos, poniendo en orden lo importante del manual de supervivencia, afrontando cada golpe de mar, cada desequilibrio en cubierta, achicando agua cuando es menester y enfrentando el destino con inevitables sombras de zozobra en el corazón pero, aun así, con templanza.
Complicar una situación caótica o peligrosa es lo fácil, hacer de la complejidad algo sencillo es lo realmente difícil, y esa es la ardua tarea de estos tiempos, aprehender la vida desde dentro, aprender a vivir desde el interior, saber que  prisión o libertad son condiciones del alma.

2 de abril de 2020

Cuanto


La cuantificación es un valor absoluto en este Universo contable que hemos construido. Todo aquello no cuantificable, pertenece al espectro de lo invisible y adolece de reputación o simplemente es negado.
Contamos riqueza y pobreza, cuantificamos éxitos y despreciamos fracasos, contabilizamos palabras y páginas en un texto, contamos población, votos. Recurrimos a la prestidigitación de la estadística para establecer nuestras decisiones, registramos el tiempo como unidad contable, enumeramos nacimientos, defunciones, enfermos, inmigrantes, dinero, apoyos y disidencias.
En estos días de oscuridad del alma humana, contabilizamos mascarillas, respiradores, EPIS, medicamentos, camas, UCIS, hospitales, fallecidos, infectados, curados, parados, ERTES, dotaciones, médicos, contamos el tiempo de confinamiento, dinero, ayudas, aplausos, insolidaridades…
No, las insolidaridades mejor no las contabilizamos no vaya a ser que mostremos nuestra vis más farisea. Pero no deja de ser atormentante el número de ancianos a los que, nuestra sociedad del bienestar está dando por descontados, considerados de antemano como bajas inevitables de esta guerra cainita.
Gobiernos democráticos, parapetados tras la emergencia, solicitan a los sanitarios que atiendan primero a los que más posibilidades tiene de curarse dejando a nuestros mayores, ellos que han sido nuestra vanguardia, en la retaguardia de los recursos.
Gobiernos con gran desparpajo y poco escrúpulo, aconsejan que a los mayores no se los lleve a hospitales para que fallezcan mejor en sus casas. Ancianos recluidos en guetos geriátricos a los que se aisló desde el principio en focos localizados de contagio, para conseguir aislarnos de ellos, con los previsibles resultados.
Los mayores tienen todas las perder, porque los números van va en su contra, disponen de menos tiempo potencial de vida, son el colectivo más afectado, el porcentaje de recuperados es menor, su recuperación es más lenta, aglutinan más afecciones y requieren más cuidados en un momento, en el que los recursos hay que optimizarlos.
Lo cuantitativo se impone sobre lo cualitativo, se impone incluso al derecho a la vida, porque tiene la ventaja de apoyarse en datos, en números, es la epifanía de nuestro tiempo.
Podrían aducirse otros criterios distintos; como privilegiar a los nacionales sobre los extranjeros, los payos sobre los gitanos, los hombres sobre las mujeres, los licenciados sobre los bachilleres, los que tienen un empleo sobre los desempleados, los de mayor cociente intelectual sobre de que tienen menos, los cultos sobre los ignorantes, los fuertes sobre los alfeñiques, ¿los primeros en llegar?…, y así podríamos extender la lista de criterios o desarrollar un algoritmo de entre todas ellas.
Sin embargo, cualquiera de estos criterios nos chirría al oído y a la mente, porque parecen criterios arbitrarios, sin fundamentos sólidos o incorrectos. Lo cierto es que son criterios tan tajantes y brutales como el aceptado, solo que este es un criterio cuantitativo, estadísticamente cierto. Buen oxímoron esto último.
Nosotros europeos, progresistas, socialdemócratas, liberales y patriotas, escogeremos esta criba, aceptaremos el triaje sin rechistar. Ya pasó antes con los inmigrantes, ahora es con nuestros mayores, pero todo esta bien, todo por el interés general, por el bien mayor ya que nosotros ni somos inmigrantes ni mayores. Descanse en paz, entre tanto, nuestra conciencia, los números nos avalan.