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15 de enero de 2007

De viaje

El verdadero viaje es un acercamiento hacia uno mismo, es una revisión de las referencias del viajero, viajar es tomar un rumbo y avanzar, avanzar y conocer, pero sobre todo descubrir a cada paso y cada paso.

Sentir el viaje mismo más allá incluso de lo que se ve, de los lugares visitados, nos aporta un sentido de trascendencia del que tan carentes estamos en nuestra aséptica civilización.

Ahora, recién viajado, mientras vago aún por los recuerdos, las sensaciones y las emociones que todavía palpitan sobre la piel, miro a mi alrededor con ojos no adaptados a la oscuridad de la realidad postiza, pero alcanzo a entrever una neblina opaca que nos envuelve, una densa opacidad que recubre un tono vital tan bajo que se diría un susurro, opacidad decorada con objetos, posesiones, pertenencias, maquillajes de realidad con los que ocultamos la esencia.

Miro, paseo la ciudad y echo en falta la vida, ese pulso vibrante, esa husmeante búsqueda, la incertidumbre, la atención centrada en cada acontecimiento, miro, paseo por nuestra civilización y veo autómatas, mundos mecánicos, expresión de estereotipos, certidumbres de adormidera, placidez establecida no por nuestro esfuerzo sino por el de otros muchos que lo hicieron antes que nosotros y por otros muchos que mantenemos en la línea que se extiende más allá del paralelo 36, más allá del tercero de los mundos, para garantizar nuestro nivel de sueño.

Viajé a la luz y ahora me deslumbra la oscuridad; avancé por senderos de polvo y piedra, compartí mesa con sucios, ruidosos y entrañables personajes, me embargo la incertidumbre de lo desconocido y con el mismo sigilo que amanece un acre olor africano fue calando en los sentidos y cuál droga chamánica impregnó todo el espacio sensorial traspasando la percepción, acercando una realidad distante y próxima, primitiva y vital, arcaica y de ahora.

Viajé a la luz de otro continente de cielo azul cibachrome, que es recuerdo de lo que fuimos, incómodos recuerdos que a veces trae el pasado, recuerdos de procedencia que tanto nos avergüenzan.

Vuelo al sur mientras escribo, y vuelven al recuerdo rostros ásperos de niños viejos, colores vivos sobre terrenos yermos, trajineo vital de una vida sin artificios no ausente de miedos, y arena, mucha arena. Miro y veo espacio y tiempo abundantes, kilómetros y minutos intensos.

Al sur de nuestra memoria existe un tiempo infinito que tuvimos, que perdimos por ciegos, un espacio inabarcable, amplio, definitivo, que rehuye de parcelas, de propiedades, espacio nómada con alma de tuareg y expresión austera.