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25 de agosto de 2018

Inspiración


En el lago, de aguas a menudo turbias, que es la mente, surge un despunte de brillo desde la profundidad incógnita, una suerte de sencillo y suave eureka, sin pretensiones, que constituye el dibujo claro de una solución a un problema o el diseño de algo que necesita nacer.
Se trata de una suerte de patrón, una guía sucinta pero clara, un esquema resolutivo, un atisbo de procedimiento, un hilo que conduce a un fin. Así continúa un viaje que comenzó mucho antes, en el mismo instante que algo impactó con la curiosidad y convirtió la necesidad en reto.
Fue entonces cuando se originó un proceso silente en el aquel recóndito lago, que primero removió sus aguas desde lo más profundo para enseguida, dar paso a una clarificación transparente y lúcida y en un momentáneo remanso, surgió una posible solución, sólo una de entre las posibles.
Este sutil diseño, desde su surgencia, pugna por ser, por tener vida, se convierte así en lo que es, una emergencia, y emerge desde el mundo de las ideas a la realidad a través de la mano experta, de la pluma hábil, del pincel vibrante.
Esta “inspiración”, en realidad es un mandato, que desde los universos más profundos brota atravesando el espacio sutil para hacerse uno con el cuerpo, quien obedece la orden y recrea el diseño, la mano cumple la voluntad de aquello que está gestándose, siguiendo un designio cuya naturaleza se escapa al intelecto.
Es el flujo de una sustancia esencial que se transforma en materia, gracias a la energía del individuo que la canaliza,  que la hace posible, como instrumento sublimador de lo incorpóreo, como canalizador de la fuerza creadora, que lo traspasa haciéndose uno con el sujeto de la creación.
Un camino multidireccional, poliédrico y tridimensional en el que el espacio es fractal y el tiempo dilatado se aleja del cronómetro para instalarse en la resolución de una tarea imprescindible, sumergida en el tenue ensimismamiento en el que la consciencia habita.
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4 de agosto de 2018

Espejismo


Voces centenarias, desaparecidas, alzan sus murmullos en el viento del noroeste, la oscuridad plateada mece al navío entre sombras de inquietud indefinible.
Sálvora, recostada a poniente ofrece su silueta sinuosa, sugestiva, misteriosa, perfilada por los ecos de naufragios y leyendas, faros abandonados, salazones y puertos yermos.
Navegamos por la frontera atlántica sobre un mar de espejismos, espectros del pasado nos alcanzan enlazando con el tiempo nuevo. Rasgaduras pretéritas escapan por sotavento dejando paso a vientos de estreno, vientos portantes, impredecibles, rebosantes de esa energía intangible que es el alma del velero.
El fondeo nos acoge con amenazantes e imprecisas inminencias. Un bufido atávico se enrola en la jarcia entre emanaciones de silencio, tintineo de drizas y golpes de mar secos. El aire es húmedo, marinero.
La mar y el viento dieron su beneplácito para la recalada, tras un rumbo de través envuelto en brumas bajas, silencios en cubierta, rueda firme, compás y radar. Entre el celaje, espectral, un navío surge por la amura de estribor, de ceñida, enseñando las vergüenzas en su escora, un saludo escueto para desaparecer como por ensalmo a la popa.
Agua, sol y viento, sol, viento y agua y más viento, singlamos en un ambiente frío dentro de una burbuja de visibilidad de un cuarto de milla, el rumbo preciso lo marca como siempre el viento.
Navío y patrón son uno, seres sufrientes, dolidos de singladuras e infortunios, almas gemelas viejas antes de tiempo, que vestidos de desaliño apenas dejan entrever su ánimo de otro tiempo, antiguos sueños de marino y de navío, arrojos muertos, perdidos los anhelos.
Mares y océanos en los que naufraga el mundo, no sólo los marineros, y entre naufragio y naufragio extraemos el impulso de este céfiro impetuoso, soplo de vida para patrón y velero.
Una incierta noche, larga como el tiempo, envuelve el alma del marino, “enjuto y seco”, libre de la vida, esclavo del miedo. Oscuridad profunda del alma humana, más sombría que el profundo océano, cercos de miseria envueltos en aquella locura instalada dentro.
Pero la navegación prosigue, la mar siempre cambiante como nuestro compañero el viento, tan reiterado en este escrito como en nuestro éxodo; empopada, ceñida, través, cambios en el insustancial elemento, sutil e implacable, fino y grueso, largo y racheado, frío, cálido, severo.
Las distancias se acompasan con el tiempo, millas eternas en las encalmadas, fracciones de mar cabalgadas hacia barlovento, la vida transcurre lenta con la intensidad de lo esencial, alejándose por popa lo superfluo.
Ciencia y arte iluminan un camino sin rastros, hitos ni senderos, el navío marca la senda, una vereda de espuma trazada en agua azul intenso a lo largo de su eje de crujía, repleta de luminiscencias, guiño de brillos que dibujan sutiles requiebros de luz sobre el espejo de popa, mientras la mar se calma aplacada, a sotavento.
Tomar el viento para dejarlo escapar por la baluma, las velas respiran infladas de vida y el barco navega cortando el agua, que cede el paso al magnífico ser alado que la sobrevuela mientras el timón conversa con al navegante, en un lenguaje silente repleto de sensaciones, sutilezas de mar entre las manos, sigilo de viento en los dedos. El mástil es la aguja de un reloj que marca siempre el presente.
Mar y viento confluyen en la alquimia de la navegación a vela, una alquimia que transforma energías incontestables en elegante movimiento, aunque ellas no se pongan de acuerdo. Un largo bordo nos acerca a nuestro destino entre islas salpicadas en este mar antiguo y austero.
Las singladuras se atropellan en la memoria del navegante, con la suave sensación de un espejismo lejano, intenso, cierto.