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19 de diciembre de 2013

Gente


Sombras como una letanía inflaman el aire, cantos desesperados resuenan entre edificios de acero y témpano, lamentos sordos y huecos hacen de la vida monotonía.
Gente, buena gente que llena calles, mercados, plazas, colma hogares y casas. Gente, que asomada a la desgracia, a la sin razón, a la injusticia aprieta los dientes y domestica el alma, alma y espíritu domesticados para no ladrar, para no morder ni tan siquiera a quién le ataca.
Es gente que mira a otro lado esperando que pase de largo el amargo trago, buena gente que no se subleva, que no pide ni grita ni nada, sólo espera que pase o que no pase nada.
Es la gente que alimenta, con su silencio y su mirada injusticia, devastación, escándalo, locura y perversión suprema, es la gente que aguanta todo sin queja. No llora cuando otro llora, se incomoda si otro se queja, mira a otra parte si alguien zozobra, si se le necesita su compromiso se aleja.
La buena gente que puebla pueblos, ciudades, países y tierras sin levantar la cabeza ante el poder establecido, ante el que cede siempre sin resistencia. Es la gente buena que sólo exige al que tiene por debajo para que no levante la cabeza.

6 de octubre de 2013

Luz


Las sombras son el escondite en el que se refugia la vida, es noche cerrado en los campos de Soria, una pequeña ciudadela como antorcha tenue se alza desde milenaria atalaya, la negrura inunda un universo en el que la luz es un hecho anecdótico que apenas interrumpe lo oscuro.
Sombras caminando van por estrechas callejuelas de sinuosa configuración árabe, plazas empedradas… Bajo el centenario tejo la escasa luz se torna espectral, la realidad se aproxima al sueño, se hace onírica, se deforma convirtiendo las ramas en manos, las hojas en dedos huesudos y despintados.
Sonidos elementales pueblan un aire ligero, lleno de presencias. Sobre ellos, entre ellos y bajo ellos el silencio, silencio como sustrato en el que acontece el sonido, como lienzo elástico donde se dibuja la vibración sonora, silencio compañero inseparable de la negrura que envuelve.
Luz irreal, leve y vaporosa que pinta mundos de otra época, viaje en el tiempo en la imaginación del viajero, realidad que se ensueña, fantasía verídica hecha de realidad.
Culturas y muertos se entrecruzan en muros alejados ya de todo tiempo, intemporales moradas, susurros parecen caminar por las calles desiertas.
Luz ausente alrededor, luz y sonido en fuga. En un rincón de la muralla un arco apuntado, sobrio y señorial habla en su lenguaje de siglos con acento árabe español, su entorno antes defensivo ahora parece invitar al sosiego, al encuentro, al amor.
Luz en un rincón del alma, luz en Medinaceli al anochecer.

19 de agosto de 2013

Espera


Del oeste, un viento suave, esponjoso y cálido trae en suspensión uno de esos tiempos de espera que despejan la frente y liberan el alma, instalando una leve calina en la retina de la memoria.
Una brisa de tiempo detenido, casi ausente, un tiempo extraño pero tonificante, es un lapso temporal sin expectativas ni reservas, un momento de entrega a la plena existencia.
Es esta una brisa amable de mediados de estío envuelta en un aire pálido y taciturno pero esencialmente vivo; “quién no conoce la pasión fronteriza y prohibida, vive sin conocer la vida”. Es la brisa de la calma veraniega, calma de la espera, una espera repleta de vida que espera, espera creencia y permanencia, espera esencia e inminencia.
Espiras de viento acarreando filamentos de otros tiempos detenidos en lejanos lugares, esencias de mar, montañas, desiertos, pensamientos, jirones de sentimientos que inflaman las velas del alma, alma en espera.
Espera recortada sobre el fondo azul descolorido de un rucio cielo canicular. “El calor de la pasión templa a los hombres y es la envidia de los dioses”.
Céfiro suave y delicado que portando va recuerdos, ideas, pasiones y encuentros.

14 de julio de 2013

Bache


Detrás de lo aparente se encuentra la verdad. Absorto en la propia incertidumbre, mirando más allá de la piel de las cosas, donde estaba ella, sin estar. Perdido en el laberinto de la vida transitaba por una ciudad olvidada de sí mismo, olvidada de ella, una ciudad henchida de soledad, ahíta de tristeza.
Sintió cesar, una leve muerte emergió en el desvelo de la conciencia, por un instante y con alivio dejó de ser, conciencia de saber, conciencia de ser. El día no podía ser peor. La desesperanza conspiraba con la misma intensidad que el desconsuelo. Olas de fatiga golpeaban tenaces la borda desde la misma línea de flotación. Vértigo ante el peligro mostrándose desde lo alto de la resbaladiza pendiente del abatimiento. Una copa de rioja para atenuar el desasosiego.
Con el sabor agrio del vino aún en la garganta, corrió a refugiarse en el arte; arte Sumerio, navegación por el Tigris y el Eúfrates hacia una perdida Mesopotamia. Ventana abierta al aire fresco con el que disolver tanto desánimo. El sistema trabaja para mantener intacta toda desigualdad; leyes, normas, justicia, son un contubernio que crea cauces a la riqueza, un sistema que enriquece al rico y deja al pobre empobrecido sin remedio.
Inmersión en los mares del arte: arte antiguo, Picasso, Miró, Juan Gris, Robert Adams, descubrimiento de un Dalí ignoto. Arte llenando los huecos, impregnado lo interior de una visión que deja la cotidianeidad en el desván de lo consciente. Necesidad de arte. Buscaba pero no estaba, nada había, solo ausencias, buscaba sin encontrar.
La ciudad, oculta bajo el cielo de un abismal desencuentro, palidecía. El sordo sonido del tráfico semejaba un latido incongruente, voces aceradas cortaban el aire. Y el arte, el arte de nuevo, cómo bálsamo benefactor, volvió a salvarle de sí mismo.

17 de junio de 2013

Feudal


En el medioevo los señores feudales determinaban con arbitraria impunidad, los diezmos que habrían de pagar sus súbditos para sufragar sus conquistas, costear sus aventuras guerreras y su estilo de vida.

Los recaudadores solían ir acompañados de soldados que velaban con castrense celo por el cumplimiento de las órdenes de su señor.

Hoy como entonces, los ciudadanos degradados a súbditos de las modernas elites político-económicas pagan con sus impuestos los desmanes de una banca especulativa y delicuente mientras una moderna soldadesca reprime cualquier manifestación de descontento en las calles, ataviados, igual que aquellos, con armaduras, cascos y escudos.

26 de abril de 2013

Rostros


Surcos recorriendo toda la superficie, grandes pliegues acentuando la rudeza de un lugar seco y devastado.

Espacios cuarteados, tallados por los rigores de decenas de inviernos, de sinfín de estíos.

Cándidos, estructurales, surcos de la ira y de la bondad de los hombres. Como sendas que recorren sus rostros, rostros de tierra reseca tatuados con trazos de estilo y buril.

La vida cincela hoy nuestro rostro de mañana, como capa corácea a veces, como tela sutil otras.

Cada miedo, cada rencor, cada amor y desamor, cada pensamiento, locura o temor, cada sentimiento, desvelo, incertidumbre, aprecio y desprecio queda grabado en la profundidad del alma y en la superficie del rostro.

Rostros que desvelan lo mejor y lo peor, en afectadas facciones acumuladas, superpuestas.

Me asomo al abismo de mil rostros, rostros que me miraron, semblantes perdidos ya en los confines del tiempo, rostros atormentados, rostros que se perdieron.

Surcos de vida esculpen volúmenes y senderos hechos con jirones de lo que en cada instante habita en lo interior.

Rostros desfigurados, monstruos hechos rostro, rostros aún por cincelar, rostros nuevos y antiguos rostros, rostros bellos e impecables, libres aún de la gubia del tiempo.

Rostros ocultos que no quieren mostrar su realidad, rostros tapados, maquillados, operados, botulínicos rostros, rostros desesperados por ser quien no son.

Rostros duros protegiendo el interior débil, rostros débiles dulcificando el oscuro interior, rostros efigie, mueca o mohín, hieráticos rostros inexpresivos con la crueldad a flor de piel. Rostros inmutables ante el sufrimiento y otros empáticos hasta la extenuación.

Rostros todos que cuentan vidas en lenguaje de gestos, pliegues de piel como palabras escritas en un verso.

26 de marzo de 2013

Música


Entro en el tubo, el sonido atronador del metro reverbera en el silencio sordo de los viajeros; ensimismados, ausentes, parecen haber abandonado su personalidad en la entrada.
Me siento. Algo constriñe este pequeño universo plagado de seres autómatas. El vagón está lleno pero no repleto, es primera hora de la mañana, una procesión de individuos lejanos se deja llevar hacia sus trabajos como portando una pesada carga a sus espaldas.
Se abren las puertas en la estación. Junto a un par de viajeros entra un sujeto de tez oscura, grueso y sucio, arrastra un carro de la compra al que ha adaptado un pequeño amplificador de sonido y una caja de ritmos. Su aspecto es francamente desagradable, en la mente del vagón se dibuja un pensamiento de hastío, de desaprobación.
Sin reparar en el entorno el individuo se toma su tiempo preparándose para la interpretación, conecta el sonido y una melodía indefinida arranca sus primeros compases, el músico ocasional saca un violín que parece haber pasado al menos una guerra.
Rasga el violín y el abyecto indigente que entró en el vagón se transforma en un ser delicado, que extrae de su desvencijado instrumento una melodía tan excepcional como desconocida. Todo el espacio se colma de unos acordes plenos de fuerza y profundidad. El ambiente del vagón sufre una metamorfosis, una energía renovada recorre cada rincón, cada individuo. La música nos toca con manos intangibles en lo más hondo del alma a cada uno de los viajeros.
La melodía misteriosamente aún hoy parece resonar, habitar dentro. El concierto se mantiene por espacio de dos estaciones, un concierto plagado de encuentros sonoros que renuevan el ánimo, disparan una corriente de vital energía. Finaliza y el músico ocasional recorre el vagón en busca de el pago por su arte. Son contados los que entregan si quiera una moneda. Miro el euro que tengo en la mano y con cierto sonrojo le entrego una recompensa ínfima frente al beneficio aportado.
Pagamos con caridad el talento, una insignificante propina a cambio de transcender el oscuro muro mental que inunda el metro esta mañana.
Hoy la música nos ha salvado de nosotros mismos, de nuestra propia mediocridad, de la persistente negrura.

28 de febrero de 2013

Tono


Camino por una calle cualquiera de la ciudad, la nieve ha hecho su presencia hoy, y en su vertiginoso deshielo ha pintado todo de humedad; muros, calzadas, calles, todo cubierto de un tono mojado, pardusco.
Me sorprende el monocromatismo imperante, a lo que contribuye la intensa nubosidad que no deja pasar ni un rayo de sol, la luz es por tanto tamizada, uniforme, filtrada.
No obstante este mono tono dominante, me lleva a preguntarme sobre el color como hacía en la escuela, cuando aprendí que un color nunca es un color sino la resultante de la interacción de múltiples colores y que además, cada zona dentro de un mismo color tiene su dominante intrínseca que varía a cada momento, por la luz, por la ósmosis cromática del entorno…
Miré por tanto aquella acera grisáceo-pardusca por la que deambulaba, con la mirada del que investiga el color, como me enseñaron hace ya algún tiempo. Entornados los ojos dejando que aparezcan los colores que se ocultan tras la apariencia. Y allí estaban mimetizados con la naturaleza de la luz emanando matices, tonalidades, colores, gamas, un calidoscopio de colores.
La banda exterior “gris oscura” que interrumpe el uniforme mosaico de cuadrículas iguales, pasó del gris oscuro al azul ultramar con leves reflejos de bermellón en ciertas esquinas. El resto de la acera cambiaba de coloración a cada paso como si se hubiese derramado tintura de múltiples colores, una gran mancha de siena natural se fundía rápidamente en una plataforma púrpura que terminaba en un dibujo violeta.
Tonos verdes irisados aparecían ante los asombrados ojos, se desplegaban los ocres, naranjas, reflejos azules, un mundo multicolor que desaparecía al abrir del todo los ojos, reapareciendo en el instante que estos se entornaban de nuevo.
El juego duró un rato, qué magnífico tramo de calle, aparentemente gris, frío y desabrido, que sin embargo quiso abrir la puerta a su mundo oculto y polícromo.

13 de febrero de 2013

Igualdad


Con la llegada del último convoy del metro la salida expulsa una bocanada de viajeros. Es invierno y el frío intenso. La salida del metro es una enorme escotilla semejante a la abertura de acceso de un gigantesco hormiguero. De él manan ahora un número ingente de personajes que desde el punto de convergencia que es la boca de metro, divergen en el exterior dispersándose en todas direcciones.
Con movimientos rápidos, inquietos, se trasladan los recién nacidos del fondo de la tierra, seres surgidos de las catacumbas de una ciudad que se agita en una aparente búsqueda insaciable, siempre nerviosa, de pulso frenético. Una actividad ferviente impregna a cada uno de los individuos que manan a raudales al frío de un desapacible asfalto ceniciento.
Individuos rígidos, mecanizados, de convulsos movimientos que tienen algo de maquinal, de involuntario, son movimientos ajenos a sus propios dueños. Pero hay algo más inquietante en la escena, las individualidades se difuminan hasta que el conjunto toma la apariencia de un único individuo, un individuo colectivo.
Los colores, o mejor la ausencia de colores unifican el conjunto con pinceladas de irrealidad, todos los personajes llevan trajes oscuros, todos parecen uno y el mismo, la uniformidad es completa y la escena, decolorada, está como realizada en blanco y negro, un extraño aspecto de igualdad impregna una imagen más cinematográfica que real.
El frío contribuye a esta visión quimérica que hace de la realidad fábula y de la fábula realidad. Seres lejanos, grises, seres autómatas, seres extraños vomita esta mañana la boca del metro, como liberándose de aquello que no ha podido digerir, el resultado de una mala digestión. 
La mañana avanza y el uniformado aluvión humano se disuelve ahora, esperando paciente hasta la próxima hora punta, tan similar a esta como los términos de una igualdad.

16 de enero de 2013

Retrato con figura


Un torbellino rosáceo surge como de la nada ante mis atónitos ojos, el cerebro sufre cierto retardo en interpretar la histriónica imagen que acontece.
Es una mujer bañada, impregnada de rosa; larguísimo abrigo de piel rosa palo, pantalones de un fucsia destellante, calcetines de intenso rosa… Una extraña maniobra para desembarazarse del inmenso abrigo la hace perder pié, a lo que contribuye notablemente el arranque del metro, y en décimas de segundo el cerebro interpreta como cierta la amenaza de derrumbamiento de esta superestructura femenina sobre mí, valoro con desasosiego la amenaza, que de producirse, provocará sin duda lesiones.
Sin concluir de quitarse el abrigo y la chaqueta que lleva debajo, operación que realiza al unísono, inicia un arriesgado movimiento para sentarse y en un destello temporal pasa ante mi un inmenso trasero que logra, no sin dificultad, encontrar acomodo en el asiento contiguo. Un ademán de autoconservación ha hecho que me achique en el asiento hasta plegarme sobre mi mismo.
Una vez superado el sobresalto, intento recomponer la perdida compostura. Un suave pero intenso efluvio, como de verduras maceradas en una solución alcohólica invade el aire circundante. Dudo. No sé si se trata de un extraño perfume de esta neohippie o la exudación fermentada de su ingesta, vegetariana por supuesto.
Antes de que pueda profundizar en la emanación, salta hasta el asiento de enfrente, permitiéndome verla sin mirar.
Exhala una feminidad enfermiza, maltratada, una feminidad ausente de sí misma, empaquetada en una indumentaria indescriptible y remozada por estrafalarios adornos de perlas sintéticas que decoran el cuello y su papada, las orejas y hasta la cadena de sus gafas, estas, en un intento malogrado de estar a juego son de un rotundo rojo cereza.
No es una mujer gorda propiamente, se trata mas bien de una mujer expandida, que se vierte ahora entre dos asientos. Su mirada es aburrida, sin apreciable interés por el entorno, se diría que dormita despierta, un sonámbulo de ojos abiertos es.

Se ha dejado la manga izquierda del abrigo y de la chaqueta puestas, ya que no finalizó la maniobra para desembarazarse de ellas, y ahora, cuelgan hasta el suelo del vagón en despreocupada caída. Debe llamarse Elisa. Suena el freno del convoy y se abren las puertas, he llegado a mi estación.