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16 de agosto de 2022

Pluma

Cae la pluma desde el nido cadenciosa, silente, en lento y espiral descenso, apoyada en el aire, movida por el viento.

Es un plumón mullido y nacarado, con sus filamentos de seda aferrados a la transparencia inmaterial de la nada, obstinadamente asida a etérea atmósfera.

Mágica caída en abolida gravedad, sutil descenso en tiempo interrumpido. La mece el céfiro liviano un instante y remonta y queda suspendida en lo impalpable, cayendo de nuevo con la gracilidad y sutileza de lo incorpóreo.

Tiempo detenido, mágico, ralentizado hasta la conmoción de quien observa.

Plumón que el ave olvidó al alzar el vuelo guardas aún el recuerdo de volar como alma aventada sostenida en un aliento.

3 comentarios:

Sirenoide dijo...

Qué belleza de texto, casi tan ligero como esa pluma en la cadencia de su vuelo.

Observo con desazón cómo nos perturba a veces la sensación de no hacer nada útil, lo que llamamos días perdidos. Lo hondo que ha calado en nosotros la educación en la eficacia y el provecho.
Por eso tus hermosas palabras me llevan a esos “momentos pluma”: la sutileza, la elegancia de unas miradas cómplices y a ratos ausentes, de tenues caricias y sonrisas tímidas.
Una banal conversación que te conecta con otra realidad más sencilla, con la Naturaleza neta y desprovista de sofisticaciones. Todo eso que aligera y mejora nuestra existencia.
Un leve rayo de sol que apaga el día, una brisa leve que apenas mueve mi cabello y roza mi cara.

Pluma, brisa, atardecer...Éxtasis de vida leve

bassho dijo...

Precioso el texto, Palabrerías, con un ritmo interior que hace de tu prosa poesía, donde el alma rima palabras junto al viento, mientras cae gozosa, hacia dentro.

Necesitamos rimar la vida, contagiarnos de lo hermoso y leve, como Sirenoide responde, encontrando palabras donde lo leve es enorme.

bassho dijo...

La faenera

Las cuatro de la madrugada en el hospital, con pocas urgencias todavía, pero gracias a ello somos atendidos con premura y cordialidad.
Simpatía y buenas formas acuden a nuestro auxilio: una radiografía por allí, un análisis de sangre por acá; “vaya ojazos que tienes” le sueltan a mi padre que con 93 años no necesita llevar gafas todavía.
Tras el primer triaje pasamos a la zona de camas: pequeños boxes separados simplemente por cortinas en los que a esta hora reina una oscuridad que pretende respetar el sueño de los pacientes ingresados en ellos. Un ronquido por aquí, un susurro por acullá, la respiración pausada de la mayoría, y en una de las camas “la faenera”.
Una mujer de ochenta y muchos años se empeña en levantarse una vez y otra, impreca a las enfermeras y auxiliares a voz en grito, revuelve pañales, sábanas y ropas varias… Se empeña en irse a alguna parte, desconocida incluso para ella.
Llama fuerte a una tal Aurora intercalado con un tal Jesús mientras el personal intenta acallarla y tranquilizarla.
Pero indómita y brava la faenera ni calla ni se aguanta.
“Vaya faena que has hecho” la medio regaña una enfermera; “mira la que has liado” la comenta otra cuando acuden rápido para evitar que se lance fuera del lecho donde inquieta se revuelve.
A las cinco de la madrugada no duermo pero sonrío con las expresiones y el acento andaluz de esa faenera que sin saberlo, ni quererlo, está animando, y dando mucho trabajo extra, a este lugar en el que constatamos que somos, sobre todo, un amasijo de huesos y carne.
Entre cama y cama queda muy poco espacio para la filosofía, y poco o nada para la composición poética y, sin embargo, mucho para un buen baño de realidad descarnada y cruda que sentimos los que nos sentamos sobre estas sillas tan sencillas para el acompañante.
Tras cinco horitas arañadas a la madrugada y al sueño ya estamos fuera, dejando de momento lejanos a ese personal que nos ha tratado de lujo, y que seguirá bregando con el gracejo y la fuerza de aquella que se ha ganado el título, con todas las de la ley, de “la faenera”.