Sombras, sombras nos rodean, atisbos inciertos de aromas de sospecha, espectros de personalidades, vestigios que impregnan la memoria.
Panoramas efímeros de frágiles pilares asientan nuestras vidas, la incertidumbre se ha instalado entre nosotros. Nuevas realidades antiguas pueblan nuestras almas, viejas veleidades nuevas las atenazan.
Consciencia de la marcha, éxodo de pensamiento, diáspora de la razón, expatriación de la realidad tejida en la nube.
Todo suena a despedida, despedida soñada, imaginado adiós perturbado en el pétreo ambiente creado, la luz de gas se hizo eléctrica para hacernos luz de gas.
Ausencias, aire colmado de ausencias: la tuya, la mía, la recurrente ausencia. Antiguas y recientes. Suenan clarines de retirada, de huida, evacuación, fuga taimada.
Me despido de ti entre brumas legendarias, neblinas de ayer complacientes, danzarinas, brumas que ocultan lo que es envolviéndolo en recuerdos, igualando ausencia y presencia.
La escena es un cuento, el bar nos traslada a la vieja Habana. Conversando de viajes entre amigos nos despedimos, y la despedida tiene algo de adiós. Vértigo de pensamiento, temor de mañana. Pero la escena sigue bañada en una irreal luz sorollesca, la camarera pasea su esbelto cuerpo entre las gasas de un lánguido vestido que invita a soñar.
Hay algo de antiguo romanticismo; viajes a destinos lejanos, viajeros alejados del turismo, amigos viejos y antiguos amigos, pulso primaveral de comienzo del estío, pasión por soñar.
El aire cálido y la ginebra suavizan las formas, calman al tenso ego, disipan toda responsabilidad. Todo es luz, luz caribeña en la céntrica urbe, luz del corazón para un adiós.