Si un inmigrante roba, al que se debe juzgar es a él, no
a todo el colectivo de inmigrantes. Cuando un musulmán comete un atentado, al que
se debería de condenar es a ese musulmán, no a todos los creyentes en el Islam.
Si una mujer es víctima o verdugo a la que debemos de proteger o condenar es a
esa mujer, no victimizar o condenar a todas las mujeres. Si un hombre mata, es
a él al que debemos juzgar no a todo el colectivo masculino.
De la tradición judeo cristiana, que arroja una condena
eterna sobre todos nosotros “pecadores” por el “pecado original” cometido por una
pareja de ficción, se hace eco hoy una izquierda ideologizada pero sin ideas
que, desde un feminismo montaraz hace responsable a la esencia del varón, cual
pecado original, de los atroces actos que comenten algunos, juzgando así anticipadamente
a todo el colectivo masculino en lugar de juzgar y en su caso condenar, a cada
uno de los culpables.
La culpa divide el mundo entre víctimas y verdugos. Fácil
es empatizar con la víctima, y complejo salir de esta condición si ésta es
alimentada. Empatizar con el verdugo sin embargo es más difícil, pero para que una
sociedad sea igualitaria, no olvidemos que la igualdad pasa por gozar de los
mismos derechos, necesita indefectiblemente mantener la presunción de inocencia
por igual, es decir, la necesidad de que se demuestre la culpabilidad, lo contrario
es hacernos a todos sospechosos de culpabilidad hasta que la posible inocencia sea
demostrada.
La culpa, que aleja de nosotros la responsabilidad es el yugo
de los simples y el arma de los malintencionados.
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