En el lago, de aguas a menudo turbias,
que es la mente, surge un despunte de brillo desde la profundidad incógnita,
una suerte de sencillo y suave eureka, sin pretensiones, que constituye el
dibujo claro de una solución a un problema o el diseño de algo que necesita
nacer.
Se trata de una suerte de patrón, una
guía sucinta pero clara, un esquema resolutivo, un atisbo de procedimiento, un
hilo que conduce a un fin. Así continúa un viaje que comenzó mucho antes, en el
mismo instante que algo impactó con la curiosidad y convirtió la necesidad en
reto.
Fue entonces cuando se originó un
proceso silente en el aquel recóndito lago, que primero removió sus aguas desde
lo más profundo para enseguida, dar paso a una clarificación transparente y
lúcida y en un momentáneo remanso, surgió una posible solución, sólo una de
entre las posibles.
Este sutil diseño, desde su surgencia,
pugna por ser, por tener vida, se convierte así en lo que es, una emergencia, y
emerge desde el mundo de las ideas a la realidad a través de la mano experta,
de la pluma hábil, del pincel vibrante.
Esta “inspiración”, en realidad es un
mandato, que desde los universos más profundos brota atravesando el espacio
sutil para hacerse uno con el cuerpo, quien obedece la orden y recrea el
diseño, la mano cumple la voluntad de aquello que está gestándose, siguiendo un
designio cuya naturaleza se escapa al intelecto.
Es el flujo de una sustancia esencial
que se transforma en materia, gracias a la energía del individuo que la
canaliza, que la hace posible, como
instrumento sublimador de lo incorpóreo, como canalizador de la fuerza
creadora, que lo traspasa haciéndose uno con el sujeto de la creación.
Un camino multidireccional, poliédrico
y tridimensional en el que el espacio es fractal y el tiempo dilatado se aleja
del cronómetro para instalarse en la resolución de una tarea imprescindible, sumergida
en el tenue ensimismamiento en el que la consciencia habita.
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