Camino por una calle cualquiera de la ciudad, la
nieve ha hecho su presencia hoy, y en su vertiginoso deshielo ha pintado todo
de humedad; muros, calzadas, calles, todo cubierto de un tono mojado, pardusco.
Me sorprende el monocromatismo imperante, a lo que
contribuye la intensa nubosidad que no deja pasar ni un rayo de sol, la luz es
por tanto tamizada, uniforme, filtrada.
No obstante este mono tono dominante, me lleva a
preguntarme sobre el color como hacía en la escuela, cuando aprendí que un
color nunca es un color sino la resultante de la interacción de múltiples
colores y que además, cada zona dentro de un mismo color tiene su dominante
intrínseca que varía a cada momento, por la luz, por la ósmosis cromática del
entorno…
Miré por tanto aquella acera grisáceo-pardusca por
la que deambulaba, con la mirada del que investiga el color, como me enseñaron
hace ya algún tiempo. Entornados los ojos dejando que aparezcan los colores que
se ocultan tras la apariencia. Y allí estaban mimetizados con la naturaleza de
la luz emanando matices, tonalidades, colores, gamas, un calidoscopio de
colores.
La banda exterior “gris oscura” que interrumpe el uniforme
mosaico de cuadrículas iguales, pasó del gris oscuro al azul ultramar con leves
reflejos de bermellón en ciertas esquinas. El resto de la acera cambiaba de
coloración a cada paso como si se hubiese derramado tintura de múltiples
colores, una gran mancha de siena natural se fundía rápidamente en una
plataforma púrpura que terminaba en un dibujo violeta.
Tonos verdes irisados aparecían ante los asombrados
ojos, se desplegaban los ocres, naranjas, reflejos azules, un mundo multicolor
que desaparecía al abrir del todo los ojos, reapareciendo en el instante que
estos se entornaban de nuevo.
El juego duró un rato, qué magnífico tramo de
calle, aparentemente gris, frío y desabrido, que sin embargo quiso abrir la
puerta a su mundo oculto y polícromo.