El poder se ocultó para poder ostentarse así mismo sin estorbos ni sacrificios inoportunos. Aprendió de las grandes revoluciones que el poder ejercido por el vulgo podía hacer perder la cabeza al mayor de los aristócratas y se apropió del discurso ilustrado haciendo gala de gran adaptabilidad.
Diez de cada diez encuestados declara sin pudor que si dispusiera de más dinero consumiría más. “Consumiría Más”. Esta declaración suicida, representa el pináculo de un iceberg cuya gran masa se oculta bajo una superficie de sociedad, bienestar y libre economía. El consumo nos domina y el poder oculto, que lo dirige e inspira, es dueño y señor de voluntades individuales y colectivas.
El consumo, que todos sin excepción; ricos o pobres, urbanitas o rurales, europeos o chinos, enaltecemos con nuestros deseos inagotables de tener más para consumir más, es una maquinaria al servicio de un poder que adormece conciencias, deprava actitudes y pone al pairo a la humanidad entera ante los avatares del mercado. Una humanidad que sufre y muere con el decaer de un consumo, que si por el contrario crece, resulta insostenible y letal. Trampa fatal, falacia aceptada por los ciudadanos de todos los mundos posibles, desde el primero hasta el último.
Autocracia y democracia se dan la mano para discurrir juntas por el sendero de la enajenación de un individuo, cuya libertad se limita a su capacidad de elegir aquello que puede comprar..