Abrumado por el desarrollo de los acontecimientos, el ser humano contempla inerte el bagaje emprendido por la humanidad hacia su propia destrucción. Un camino plagado de avisos y contenciones de un planeta benévolo y paciente, que ha sido transformado compulsivamente por una acción humana, que algunos aún insisten en negar.
Esta metamorfosis planetaria comenzó hace mucho tiempo, con la aparición del hombre sobre la Tierra. Una mutación paulatina, constante y sistemática, que emprendió el camino desde un estadio natural hacia una artificialidad que impregna casi todo lo que nos rodea.
Un paso decisivo lo dio Roma con el advenimiento de la ciudad en su sentido moderno, la “civitas”, que no dejaba de ser un intento amplio y decidido de establecer límites diáfanos a la naturaleza.
Esta “ciudad romana”, se constituyó en un espacio de exclusión de lo natural, creado al margen de las vicisitudes extremas a las que el hombre estaba sometido, cuando vivía de lleno en la naturaleza. Fuerzas incontrolables dominaban a un hombre que sentía el poder mágico de lo natural como un yugo insoslayable, inexplicable y al que decidió poner coto, construyendo un entorno a su medida, que no a la medida de los dioses.
Este entorno pronto demandó nuevas necesidades, que hasta entonces no se habían planteado, porque la naturaleza las proveía de modo sostenible aunque no modulable por la mano del hombre: nuevos objetos, soluciones, comodidades, vías de contacto, de comunicación, construcciones, infraestructuras y un sinfín de objetos y materiales hicieron su aparición.
Además, la manera de relacionarse de los hombres entre ellos y con el nuevo medio también cambió, por primera vez el contacto humano era tan estrecho y la colaboración buscaba fines en común tan ambiciosos y extensos. Así nació el derecho y las normas sociales, que nuevamente de manera artificial, generaron una estructura idiosincrática que permitía la reunión y convivencia de grandes grupos humanos, mucho más allá de la pequeña tribu unida por la simple supervivencia.
Todo este proceso fue dando lugar a una sofisticación cada vez más acusada, el inicial saber aplicado: la agrimensura, la geometría, las matemáticas, la ingeniería civil, dieron paso a una ciencia pujante y a una tecnología que se valía de esta ciencia para cobrar vida propia, sufriendo ambas en unos pocos siglos una vertiginosa sofisticación.
Toda esta sofisticación de procesos, objetos, pensamientos, estilos de vida, se ha ido incrementando con ritmo exponencial, sin fin, o mejor dicho con un fin sospechosamente autodestructivo, ya que se trata de una espiral infinita cuyo centrípeto movimiento acelerado constantemente con el paso de los tiempos, genera una acción transformadora que parece no querer cesar mientras siga existiendo una sola brizna natural que reemplazar, aprovechar, estrujar o diseccionar.
Todo refinamiento puede serlo hasta el paroxismo, toda opulencia tiene siempre un más allá, toda prosperidad material anhela su incremento, todo bienestar es siempre mejorable, cualquier posesión por magnífica y lujosa que sea es susceptible de ser sustituida por otra de mejor factura y exquisitez.
Refinamiento, lujo, suntuosidad, esplendor, artificialidad, sofisticación...
Sofisticación: acción o efecto de sofisticar.
Sofisticar: adulterar o falsificar con sofismas un razonamiento, quitar naturalidad a algo con exceso de artificio o pulimento o educación
Sofisticado: falto de naturalidad, afectadamente refinado.