En el universo digital,
se produce el reinicio del sistema cuando éste ha llegado a un punto crítico de
saturación, cuando la capacidad de proceso está seriamente comprometida y la
incapaz de ejecutar su trabajo termina bloqueándolo.
Hoy segundo día de
clausura de la vida tal como la entendíamos hasta ahora, asistimos a un
reinicio, un reinicio social que tardará en recuperar su nivel de
funcionamiento óptimo.
Nos cerraron bares y restaurantes,
nos dejaron sin ocio físico, limitaron nuestros movimientos, nos recluyeron en
definitiva en la cárcel del aislamiento. Paradoja para una sociedad ya sumida en
el cautiverio de lo virtual.
Lo imposible, lo
impensable, se hace cotidianeidad. Es el universo cuántico de Kafka, dónde cualquiera puede ser humano y coleóptero a la vez. Estar en la calle aparece como
un acto delictivo, pasear lo es. Un miedo cerval avanza ante la cercanía del
otro por temor a un invisible enemigo. Todos somos sospechosos; unos de ser anfitriones
de un virus con nombre de última versión de software, otros por no respetar
la reclusión forzosa. Nuestros vecinos se afanan en acaparar vituallas para un asedio,
que sería si una guerra. Asistimos atónitos a la subversión del polo del
pensamiento que ha migrado del cerebro al recto. ¿No es una pérdida de
dignidad privilegiar al papel higiénico?.
Llega el reinicio en un
momento propicio, aplicado sobre una ciudadanía en decadencia, que jerarquiza
la seguridad por encima de la libertad, un mundo de seres dóciles, adocenados, necesitados
de la norma exacta para salir ilesos de una vida, de la que todos se declaran
inocentes .
Descubrimos con asombro, que
los escenarios distópicos no son patrimonio exclusivo de la ciencia ficción, aparecen ahora
como una opción plausible, cuando el entramado del artificio social se bloquea
o su incapacidad de procesamiento alcanza un nivel tan crítico, que hace necesario REINICIAR.