Colores ocres envueltos en circulares
mundos envuelven el día, un día próximo a su conclusión, largo ya, anuncio de
la estación cálida.
Sombras violáceas cercan los futuros
atardeceres, que se deslizarán por la pendiente de los desencuentros, antiguos
desencuentros amparados en disfraces nuevos.
Vientos de revancha inflaman la
atmósfera, enrarecida ante la ausencia de destino, cambiantes formas
holográficas conforman un espacio denso, abarrotado, irrespirable.
Un crisol atormentado rebosa
descrédito, juicios en revolución cristalizan sentencias, veredictos, ante
millones de ojos centinelas. La libertad se vende cara en los templos de la
hipocresía, en el reino de la estulticia desenfrenada.
Nada parece servir ya, el revisionismo
se ha instalado en el cuarto oscuro y medra en deshilachados sarmientos de oscuras
tendencias, es necesario cambiarlo todo, rehacer mil veces lo hecho, con mirada
nueva plagada de dogmas viejos.
Nadie alcanza a ver cuando perdimos la
primera batalla, por qué va tan mal esta guerra, por qué estamos en guerra. ¿En
guerra con quién?, con nosotros mismos: cruzadas ideológicas, invasiones del
lenguaje, conflictos de palabras, batalla de sexos, conflagración contra el
pensamiento, conflicto de libertades, hostilidad entre iguales que nos hace
diferentes.
Un resplandor ígneo subyace, sus
emanaciones, en ocasiones, hacen asfixiante el aire. Un magma telúrico empieza
a brotar a borbotones en la mente de un nuevo hombre, un plasma territorial,
sectario, geológico, ancestral, surge ante una humanidad incapaz de comprender
ya ningún suceso, incapaz de dar sentido a lo que acontece.
Está naciendo el nuevo ser, títere de
si mismo, conmovido, afectado, inerte, descatalogado, un ser humano ajeno,
plagado de opinión pero sin criterio, pleno de doctrinas pero sin ideas,
henchido de consignas pero sin discurso, huestes de forajidos de la palabra son
los nuevos intelectuales.
Millones de seres masa, enaltecidos
por indignaciones indignas atropellan la inteligencia, que se aparta ante la
avalancha de una barbarie tan ancestral como el hombre.
Estamos en un mundo en el que la
vigilancia se ha hecho moda, ya no es necesario que nadie nos vigile, ningún
poder, ningún cuerpo policial. Millones de ciudadanos son los nuevos vigilantes,
armados con sus cámaras. Sus dispositivos son capaces de verlo todo, grabarlo
todo, juzgarlo todo, en el nuevo circo público de las redes, en el colector
virtual hediondo e insalubre del “moderno” espacio público.
El vórtice se generó hace tiempo,
tardó en llegar pero cuando lo hizo una descomposición rápida, un colapso en
expansión se desencadenó con la fuerza de la mentira y continúa su propagación,
siguiendo tal vez, la corriente general del universo.