La luz filtrada de la mañana es un
enunciado de la impermanencia. El sol, tamizado de una bruma acrisolada no
alcanza a caldear los laberínticos senderos de la existencia.
Seres mutantes despiertan con el alba,
o quizá nunca durmieron. Avanzan, descarriados por las laderas de sus propios
infiernos, como Dantes atormentados por visiones imposibles, por premoniciones
inquietantes.
Ayer es un recuerdo vago de una
memoria amnésica y descabezada, afligida por trascendentales cambios que erosionan
sin pausa el pensamiento dolorido, desasistido, desolado.
Nuevos corceles avanzan desbocados
creando tendencias, apuntándose a la novedad con ínfulas de suficiencia. Es un
tiempo de derrotas imposibles, de navegaciones por aguas ignotas, sin cartas ni
estrellas. Los pilotos, en otra época comprometidos y sabios, han sido
reemplazados por ignorantes engreídos, la construcción compleja y artificiosa
de la civilización se desmorona como castillo de naipes a una velocidad
vertiginosa.
El Bosco nos mira más de cerca que
nunca, presintiendo horrores desde los rostros horrendos de nuestros
semejantes, semblantes deformados en almas maltratadas, miradas recelosas,
seres arrogantes, individuos alzados sobre sí mismos incapaces de alcanzar el
suelo.
Un deterioro persistente, tenaz, se ha
instalado en la esencia de la vida contemporánea, en lo social, en lo político,
en lo privado y en lo público. Del orden al caos, un caos atávico, desprovisto
de toda ética, de retorcida moral.
El pensamiento simple pesa, aplastando
todo principio de duda con rutilante estulticia, alisando el horizonte,
aligerando la reflexión hasta convertirla en ideología, en principio de
enfrentamiento entre iguales, en tiranía de pequeños dictadores sujetos a su
particular victimario.
La calidad del mundo se deteriora rápidamente,
tan rápido como progresa la tecnología y el antipensamiento; los ecosistemas,
el clima, el aire y el agua, los derechos, la libertad, el nivel de vida. Un
mundo en el que cunde la desigualdad, el desprecio por el otro, la economía
extractiva y excluyente, el control y la vigilancia, un mundo en el que
prospera el Miedo.
La M30, arteria rápida de la ciudad,
plagada, atascada como cada día por vehículos con un solo ocupante. Es la
jungla, un reflejo de una sociedad en extremo individualista, complacida de su
propia imperfección incuestionada, nadie renuncia a su parcela privada de
locomoción. En medio de esta selva, pilotos de GTA serpentean entre el tráfico incapaces
de escapar del video juego, saltan carriles, sorprenden con sus maniobras al
resto de conductores, otros más empanados permanecen atentos a sus teléfonos
que se han convertido en una extensión de sí mismos.
El metro, las calles están repletas de
ciudadanos relegados a una realidad distante, la que dictan unos aparatos
tecnológicos, que los mantienen hiperconectados a todo tipo de basura que se
esparce en las redes sociales, el mundo fenoménico se ha vuelto invisible,
irreal, porque los seres que lo habitan transitan por mundos virtuales, menos
exigentes, más simples, más quiméricos.
El regeton mató a la estrella del
Jazz, el MP3 socavó la HIFI, los tuits acabaron con la poesía, Facebook con la
intimidad, la hiperconexión nos desconectó de nuestros semejantes, la
democracia nos condujo a la tiranía de las
élites y los lobbies, la universalidad de la educación nos ha hecho
maleducados, la libertad de pensamiento y expresión desemboca en el albañal del
linchamiento y la descalificación del “enemigo”, la justicia se despacha en la
plaza pública de los medios con presunción de culpabilidad, el feminismo se
acerca peligrosamente a aquello que denosta, la libre elección es optar entre
unas pocas posibilidades, la cultura es un negocio de necios, la diferencia se
maltrata en el culto a una imposible igualdad.
El Universo cambia, todo muta, nada
permanece, y en nuestro pequeño mundo la mutación, como la imaginación,
produce monstruos.