Un ejército de desheredados habita
entre nosotros, en nuestros barrios, en nuestras mismas casas, en los parques
donde juegan nuestros hijos, en las oscuras cavernas del metro habitan.
Son huestes indistinguibles, en
apariencia normales, carentes de signos externos que desvelen su condición de
apestados. Entre ellos hay hombres y mujeres, jóvenes, maduros, viejos, los hay
de distintas razas y religiones, inmigrantes, nacionales y comunitarios.
Mesnadas de parias de andrajosas almas,
de segregados espíritus, de macilentas emociones se debaten en las ciudades por
alcanzar las migajas de un subempleo, mendigos del trabajo, desventurados
esperadores de un empleo enmarcado en tono oscuro, casi negro.
Son legión, se aglutinan en las colas
de los eufemísticos servicios de empleo, viven en privado, viven privados de
derechos, de recursos, viven sin apoyos y sin rentas, viven sin esperanzas ni
ilusiones, viven sin motivo ni anhelos. ¿Viven? Sobreviven a la penuria
económica, pero sobre todo a la penuria mental, al desahucio interior, al
oprobio y a la vergüenza autoinflingidas.
La pobreza avanza a un ritmo
proporcional al que la riqueza crece y se concentra, los recursos diezmados se
agotan para los de siempre, para la inmensa minoría. La sociedad mira a otra
parte, todos quieren dejar de lado la miseria, el espectáculo de los pobres es
zafio y estridente para unos ciudadanos adscritos al lujo barato, a la inmoralidad
de las modas, al miedo, al pavor a perder lo poco que poseen: casa, coche,
smartphone…
Pero las milicias de desdichados
crece, se multiplica, se enquista con un paro estructural de larga duración. La
escasez es la norma para muchos, hoy los potentados son los parias de ayer;
funcionarios, empleados de grandes compañías, mileuristas…
La sociedad se derrumba desolada ante
el paso de este ejército de imposibles, mientras los informativos bombardean con
los acuerdos políticos que no se producen y las altas temperaturas estivales,
reescribimos el idioma con plurales en ambos sexos, desesperamos por no tener
el nuevo Iphone o perseguimos pokemons por las calles.
Mientras, la horda desorganizada
padece sin rechistar en supervivencia silente y descarnada y las ideologías de
otro tiempo comienzan a prosperar en la vieja Europa reclutando nuevos ejércitos.