Un paso, un simple y breve paso, un
avance en el espacio casi insignificante, un paso lo sumergió de lleno en la
burbuja.
Supo de su entrada en aquel recinto
insustancial por el cambio en la percepción del sonido, un sonido hueco, opaco,
un sonido sin ecos circunscrito exclusivamente a sí mismo, un sonido confuso y
sin alma que se plegaba sobre una línea de tiempo abstracta e
incomprensiblemente tarda.
Un sonido sin brillo ni contraste
refería un tiempo enigmático y descontextualizado, como extraído de otro tiempo
e inoculado en dosis espectrales dentro de aquella burbuja arcana.
Avanzó sin prevención en un intento de
acomodar los sentidos a aquella realidad acolchada y sus pasos sordos, quedos, parecieron
avanzar sobre un suelo amortiguado y blando.
Pronto, frente a su aturdida mirada,
empezaron a desfilar un conjunto de seres inconcebibles, crisálidas palpitantes
varadas en una eternidad atemporal, detenidos en un tiempo en huida, entes
amalgamados sobre ridículos vehículos sin propulsión.
Cientos de ojos se clavaron en él en
su ralentizado avance, cientos de ausencias le contemplaban desde otras vidas,
desde grutas perdidas en páramos de soledad insondables, ojos sin alma, sin consciencia, sin ser. Ojos
de extraño brillo, ojos sin vida.
El espacio sinuoso y enroscado, cobró
una presencia viscosa que se adhería a los objetos, a la piel y a la vida, un
espacio abismal que se abría un momento para cerrarse inmediatamente después
sobre sí mismo sin dejar rastro de la oquedad que lo había generado un instante
antes.
Sintió la presencia de la vida como
una escafandra, incluso su respiración parecía administrada por un regulador
autónomo y la presión en las sienes se intensificó como una pulsión que cobrara
existencia propia.
La exposición a aquella atmósfera no
podía ser más que un hecho nocivo, intentaba sobreponerse a pesar del intenso
calor, que espesaba el aire y hasta el pensamiento. Era el espacio principal en
el que se almacenaban las crisálidas, cuya temperatura de supervivencia era
definitivamente muy elevada.
Aquel extraño planeta-burbuja estaba
habitado por seres cristalizados, envueltos en una mezcla de gases que parecían
dificultar la comprensión y ralentizar el entendimiento, ondas de un hálito
casi corpóreo convertían en fluido un aire casi irrespirable.
Ajustó su consciencia, casi
automáticamente, a aquella realidad quimérica dejando solamente operativos los
recursos vitales básicos, se trataba de una técnica de supervivencia para
mantener el juicio crítico a salvo de los ataques de escrúpulos.
Avanzó hasta un sala contigua donde el
aire, algo menos espeso y mucho más fresco, despejó su mente por un momento, la
desconexión de la consciencia se había llevado también el discernimiento.
Entabló contacto con uno de los seres
que habitaban en aquel inhóspito planeta y entendió que el motivo de su viaje
había sido aquel encuentro. Discurrió por mundo oníricos incongruentes de la
mano de aquel querido ser desconocido, transitó por lugares vedados a la razón
por los que caminó con paso cauteloso, descubrió mundos al borde de la total
desintegración y atravesó puertas de dinteles y jambas desdibujadas que no
conducían a ningún lugar posible. Avanzó, siempre con su cicerone, por
dilatadas entelequias perdidas en rincones de la memoria, angosturas de
irracionalidad y puntiagudos riscos de locura hasta casi perder la conciencia.
No supo el tiempo de permanencia en la
burbuja, pudo tratarse de horas o tal vez días, el tiempo espesado en volutas
de incomprensible realidad tomaba una velocidad enfermiza, lenta hasta el
paroxismo, hasta que aire húmedo y frío le anunció su salida de aquella vejiga
espacia-temporal y poco a poco fue recuperando todos los sistemas de control y
consciencia.
Unos días después no supo si aquél
episodio había ocurrido en realidad o era producto de un sueño, los recuerdos
casi se desdibujaban ya en su mente cuando de golpe, un paso, un simple paso le
devolvió de nuevo al interior de la burbuja.