No sintió como se deslizaba, ni tan siquiera
apreció el tránsito hacia aquel lugar, tan solo, llegado el momento, comprendió
que estaba allí, fue como si sucediera simplemente.
Aquel espacio le sobrecogía de manera imprecisa,
había algo en él que anunciaba su propio espacio, el reducto de su propia
existencia, algo que le enfrentaba con una suerte de epílogo.
Una vez allí, continuó con su trabajo, no era un
trabajo arduo ni mucho menos, sino fuera por la callada inquietud que lo perseguía
con insistencia. Se trataba de mirar, de indagar, de averiguar en definitiva a
través de los indicios que quedaban en aquel lugar la personalidad que los
creó, las claves de una mente que había extendido las alucinaciones por el comedor, el salón, la bañera, los tejados, el taller…, como el que
extiende una sábana sobre la cama o un mantel encima de la mesa, con la misma
naturalidad y simplismo.
El tiempo parecía estacionario, detenido para
siempre en un presente continuo que anticipaba un futuro sin lograr alcanzarlo
nunca, un espacio estático y eterno que al mismo tiempo se desplomaba, se
volvía impreciso y difuso, de una realidad inconsistente, apócrifa.
Miraba con pasión los rincones desde los que iba
rescatando retazos de asombro, briznas de realidad, pizcas de genialidad
mezcladas con átomos de locura, un cosmos complejo y perverso sustentado en una
vida simple e intrascendente.
Era una distorsión en el espacio-tiempo, una rareza
que como agujero de gusano se colaba en otro plano de realidad espacial y
temporal. Por que ¿qué espacio era aquel? ¿cuál era su plano de existencia?
¿cuál su génesis? ¿cuál su realidad?.
Era una surgencia de desconocido origen que
indagaba en los planos más profundos de la mente, en el limbo del subconsciente
donde toda realidad es posible y todo mundo imaginado es realidad. Recorría la
casa del loco, transitaba por el frenopático de la imaginación, de una
imaginación antigua, ancestral, un reducto del pasado que conectaba con el
presente a su través.
Sin quererlo se sentía como el vehículo inevitable
que transportaba una locura, una sinrazón, una herencia muerta. Indagaba y a
cada paso la muerte detenida y eterna le miraba a los ojos, de cerca, sin
arrogancias ni pudor.
Descubrió que el origen de la inquietud era el roce
de la muerte, rotunda y sin atenuantes. Cada palabra que leía, cada dibujo que
veía, cada referencia que investigaba eran materia muerta, harapos de lo que
fue, entonces por primera vez, notó el polvo cubriéndolo todo, como un manto
que viraba los colores a blanco y negro, una espesa capa de polvo que se
introducía por cada poro de su piel, que inhalaba con cada respiración, que
cubría sus ojos en cada parpadeo, un polvo como ceniza que se pegaba a la piel
y al corazón.
Caminaba sobre cenizas y a cada paso se levantaba
una polvareda, ahora lo veía con precisión. Pero no se trataba de las cenizas
residuales de un incendio, sino de las cenizas de la nada, aquellas que provoca
el simple paso del tiempo, como vestigio plomizo que todo lo iguala, haciendo
análogo lo desemejante, uniformando la diferencia.
La presión se atenuó al entender que aquel espacio
en el que indagaba era un sepulcro, un sepulcro que no estaba ubicado en ningún
lugar concreto, un sepulcro mental en una mente universal que fagocitaba sus
recuerdos haciendo ceniza la realidad de otro tiempo.
Aquel sería su destino y el de todos, un limo de
cenizas que con suerte o sin ella alguien alguna vez pretendería revivir,
evidentemente sin éxito. Entendió que su aspiración por revivir, por resucitar
aquel legado era una ruta cierta que sin embargo le enfrentaba a la arqueología
no de los restos sino de lo que fue: sentimientos, anhelos, pasiones, miedos,
alegría…
Una iconografía plagada de momentos que quedaron
congelados en láminas, cuadros, escritos, objetos, expresiones de aquel si
mismo que fue y cuyos perfiles hoy están difuminados por la mano borrosa del
tiempo.
Nadaba en vestigios que le anudaban por dentro, porque toda historia, aunque ajena, es siempre la propia historia, historias y vidas que empiezan a hacerse una cuando dejamos de dar vueltas alrededor del sol.