Luz colándose
entre las ramas de esbeltos y frondosos árboles, el bosque que puebla el valle
está salpicado de pinos con grandes manchas de hayas, de robles y a medida que el
valle gana altura algún indómito serbal.
El frío de la
mañana contrasta con un resplandeciente sol que alumbra el cañón y las cumbres
altivas que se alzan en lo alto. El silencio y la soledad son físicos.
Un enrocado
camino asciende con brío dubitativo hacia la atalaya de las cimas, se trata de
un sendero esquivo que rehúye ser pisado. Su pronunciada pendiente hace perder
pie con frecuencia en el tortuoso ascenso. Rumor de viento entre las ramas. La
distancia, como siempre en la montaña, es mayor de lo que aparenta, la montaña
es una dama que se resiste a entregarse con facilidad, siempre impone su
exigencia, a menudo caprichosa exigencia.
El frío y el
viento maquillan la montaña junto con el agua y el sol, el montañero se expone
también a todos ellos, al duro maquillaje de las montañas que ama. Esta
ascensión, no muy prolongada, siempre fue penosa y agotadora, mucho más que
otras más largas y pronunciadas, sin que exista una lógica explicación.
El caminante
busca un encuentro de otro tiempo, un encuentro con las cumbres, con sus
cumbres, un promontorio que se alza por encima de bosques y valles, por encima
de rocas y ríos, ese vértice que da sentido al abismo, ese apogeo rocoso desde
el que se vislumbra la magia de la altitud. El caminante busca un encuentro que
se resiste para ceder finalmente ante la persistencia, ante la voluntad firme e
inequívoca de coronar.
El habitual
recibimiento de viento y frío anuncian el punto más alto y más expuesto de esta
cuerda montañosa. Blancas las peñas de estas Peñas Blancas, blancas y frías.
Grupo de colosales peñas de paredes verticales que se alzan como torreones
sobre la pendiente, diedros, chimeneas, placas, plano inclinado sobre plano
inclinado en un delirio de verticalidad cubista, fobia a lo horizontal.
No hay apenas
lugares donde sentarse, todo es puro desnivel, una oquedad construida por el
desprendimiento de una gran roca encajada entre dos altos muros, da paso a una
especie de mirador sobre el abismo, es la parte más aérea y expuesta de esta
escarpadura. Abajo el frío abismo, al lado sólo el cielo.
Una
inquietante presencia habita en estas rocas, la siente el caminante hoy igual
que entonces, o será tal vez la aprehensión; este glacial granito, el silencio
duro como metal, la montaña desafiante y altiva, el vértigo de las alturas…
Algo
sobrecogedor impregna el aire, son vientos de ahora mezclados con miedos
prístinos, cervales, una vez más la extraña sensación de profanar un sepulcro,
porque eso es realmente este lugar, un sepulcro, una cripta extrínseca de roca
maciza, el lugar en el que hace ya más de treinta años murió despeñado el
compañero de cordada, descanse en paz.