Las sombras
son el escondite en el que se refugia la vida, es noche cerrado en los campos
de Soria, una pequeña ciudadela como antorcha tenue se alza desde milenaria
atalaya, la negrura inunda un universo en el que la luz es un hecho anecdótico
que apenas interrumpe lo oscuro.
Sombras
caminando van por estrechas callejuelas de sinuosa configuración árabe, plazas
empedradas… Bajo el centenario tejo la escasa luz se torna espectral, la
realidad se aproxima al sueño, se hace onírica, se deforma convirtiendo las
ramas en manos, las hojas en dedos huesudos y despintados.
Sonidos
elementales pueblan un aire ligero, lleno de presencias. Sobre ellos, entre
ellos y bajo ellos el silencio, silencio como sustrato en el que acontece el
sonido, como lienzo elástico donde se dibuja la vibración sonora, silencio
compañero inseparable de la negrura que envuelve.
Luz irreal,
leve y vaporosa que pinta mundos de otra época, viaje en el tiempo en la
imaginación del viajero, realidad que se ensueña, fantasía verídica hecha de realidad.
Culturas y
muertos se entrecruzan en muros alejados ya de todo tiempo, intemporales
moradas, susurros parecen caminar por las calles desiertas.
Luz ausente
alrededor, luz y sonido en fuga. En un rincón de la muralla un arco apuntado,
sobrio y señorial habla en su lenguaje de siglos con acento árabe español, su
entorno antes defensivo ahora parece invitar al sosiego, al encuentro, al amor.
Luz en un rincón del alma, luz en Medinaceli al anochecer.