Del oeste, un
viento suave, esponjoso y cálido trae en suspensión uno de esos tiempos de
espera que despejan la frente y liberan el alma, instalando una leve calina en
la retina de la memoria.
Una brisa de
tiempo detenido, casi ausente, un tiempo extraño pero tonificante, es un lapso
temporal sin expectativas ni reservas, un momento de entrega a la plena
existencia.
Es esta una
brisa amable de mediados de estío envuelta en un aire pálido y taciturno pero
esencialmente vivo; “quién no conoce la pasión fronteriza y prohibida, vive sin
conocer la vida”. Es la brisa de la calma veraniega, calma de la espera, una
espera repleta de vida que espera, espera creencia y permanencia, espera
esencia e inminencia.
Espiras de
viento acarreando filamentos de otros tiempos detenidos en lejanos lugares,
esencias de mar, montañas, desiertos, pensamientos, jirones de sentimientos que
inflaman las velas del alma, alma en espera.
Espera
recortada sobre el fondo azul descolorido de un rucio cielo canicular. “El
calor de la pasión templa a los hombres y es la envidia de los dioses”.
Céfiro suave
y delicado que portando va recuerdos, ideas, pasiones y encuentros.