Surcos recorriendo toda la superficie, grandes pliegues
acentuando la rudeza de un lugar seco y devastado.
Espacios cuarteados, tallados por los rigores de decenas de
inviernos, de sinfín de estíos.
Cándidos, estructurales, surcos de la ira y de la bondad de
los hombres. Como sendas que recorren sus rostros, rostros de tierra reseca
tatuados con trazos de estilo y buril.
La vida cincela hoy nuestro rostro de mañana, como capa
corácea a veces, como tela sutil otras.
Cada miedo, cada rencor, cada amor y desamor, cada
pensamiento, locura o temor, cada sentimiento, desvelo, incertidumbre, aprecio
y desprecio queda grabado en la profundidad del alma y en la superficie del
rostro.
Rostros que desvelan lo mejor y lo peor, en afectadas facciones
acumuladas, superpuestas.
Me asomo al abismo de mil rostros, rostros que me miraron,
semblantes perdidos ya en los confines del tiempo, rostros atormentados,
rostros que se perdieron.
Surcos de vida esculpen volúmenes y senderos hechos con
jirones de lo que en cada instante habita en lo interior.
Rostros desfigurados, monstruos hechos rostro, rostros aún
por cincelar, rostros nuevos y antiguos rostros, rostros bellos e impecables,
libres aún de la gubia del tiempo.
Rostros ocultos que no quieren mostrar su realidad, rostros
tapados, maquillados, operados, botulínicos rostros, rostros desesperados por
ser quien no son.
Rostros duros protegiendo el interior débil, rostros débiles
dulcificando el oscuro interior, rostros efigie, mueca o mohín, hieráticos
rostros inexpresivos con la crueldad a flor de piel. Rostros inmutables ante el
sufrimiento y otros empáticos hasta la extenuación.
Rostros todos
que cuentan vidas en lenguaje de gestos, pliegues de piel como palabras
escritas en un verso.