Un torbellino rosáceo surge como de la nada ante
mis atónitos ojos, el cerebro sufre cierto retardo en interpretar la histriónica
imagen que acontece.
Es una mujer bañada, impregnada de rosa; larguísimo
abrigo de piel rosa palo, pantalones de un fucsia destellante, calcetines de
intenso rosa… Una extraña maniobra para desembarazarse del inmenso abrigo la
hace perder pié, a lo que contribuye notablemente el arranque del metro, y en
décimas de segundo el cerebro interpreta como cierta la amenaza de
derrumbamiento de esta superestructura femenina sobre mí, valoro con
desasosiego la amenaza, que de producirse, provocará sin duda lesiones.
Sin concluir de quitarse el abrigo y la chaqueta
que lleva debajo, operación que realiza al unísono, inicia un arriesgado
movimiento para sentarse y en un destello temporal pasa ante mi un inmenso
trasero que logra, no sin dificultad, encontrar acomodo en el asiento contiguo.
Un ademán de autoconservación ha hecho que me achique en el asiento hasta
plegarme sobre mi mismo.
Una vez superado el sobresalto, intento recomponer
la perdida compostura. Un suave pero intenso efluvio, como de verduras maceradas
en una solución alcohólica invade el aire circundante. Dudo. No sé si se trata
de un extraño perfume de esta neohippie o la exudación fermentada de su ingesta,
vegetariana por supuesto.
Antes de que pueda profundizar en la emanación, salta
hasta el asiento de enfrente, permitiéndome verla sin mirar.
Exhala una feminidad enfermiza, maltratada, una
feminidad ausente de sí misma, empaquetada en una indumentaria indescriptible y
remozada por estrafalarios adornos de perlas sintéticas que decoran el cuello y
su papada, las orejas y hasta la cadena de sus gafas, estas, en un intento malogrado
de estar a juego son de un rotundo rojo cereza.
No es una mujer gorda propiamente, se trata mas
bien de una mujer expandida, que se vierte ahora entre dos asientos. Su mirada
es aburrida, sin apreciable interés por el entorno, se diría que dormita
despierta, un sonámbulo de ojos abiertos es.
Se ha dejado la manga izquierda del abrigo y de la chaqueta puestas, ya que no finalizó la maniobra para desembarazarse de ellas, y ahora, cuelgan hasta el suelo del vagón en despreocupada caída. Debe llamarse Elisa. Suena el freno del convoy y se abren las puertas, he llegado a mi estación.
Se ha dejado la manga izquierda del abrigo y de la chaqueta puestas, ya que no finalizó la maniobra para desembarazarse de ellas, y ahora, cuelgan hasta el suelo del vagón en despreocupada caída. Debe llamarse Elisa. Suena el freno del convoy y se abren las puertas, he llegado a mi estación.