Los
largos brazos de la noche se deslizan bajo mis pies, la tenue penumbra se torna
oscuridad, avanzan las tinieblas, pardas, grises, negras...
La
muerte mira desde la atalaya sin perder detalle, me sumerjo en aguas frías y
oscuras sin percibir la realidad.
Ira,
rebeldía, entrega…, una inconsistente línea de pensamiento desbordante, un
clamor por el cambio, una obstinada idea de revolver los cimientos de la
instalada realidad.
Miro
un paisaje yermo y desconsolado, una llanura quemada por un insistente sol,
miro la distancia a todas partes, el brillo del espejo en la mirada.
Luz
azul, temor acrisolado, manto de esmeralda para la reconciliación del alma,
capa de alabastro para el postrer temblor.
Largos
brazos nocturnos me abrazan, como para quedarse, empujados por el opaco
resplandor de una materia macilenta y melancólica. Pensamientos de agonía, leve
cándido temor.
Ayer
resplandecía, hoy apagado todo resplandor…, vida monótona se agolpa en la
cocina, refulgente vida en el recibidor. ¿Dónde estás cuando ya me he ido?, ¿a
dónde volverás, después de volver yo?
Volverá
sobre la empalizada a crecer la hierba renovada, volverá la vida al corazón, la
madurez, se pierde ahora en la nada, el resplandor es un eco de anteayer.
Enfrente
un toro de brillante lustre, perlas de nácar gravitando sobre su testuz, miro
sin ver el trascendente tiempo, veo sin mirar la menguante luz.
Fuegos
de ayer iluminan ahora, luces de hoy sobre el monumental ayer, cambio ya el
paso sobre el paso cambiado, cambia la luz brillo y resplandor.
Cansado
estás de estar ya tan cansado, libre de pensar sobre el final del camino,
camino libre de sólo pensar, cambia la luz de poniente, céfiro vaporoso que
otorga halos de crepúsculo a la luz casi estival.