A
veces siento el dintorno de lo concreto que asciende llenando de matices el
entorno, es entonce cuando huyo ante la presión de lo concreto, ante la
dictadura de la forma definida, ante la palabra exacta exenta de toda vaguedad.
Mi
alma me aleja de la gente concreta, de las relaciones precisas, de lo
esteriotipado, huyo de ese territorio marcado por infinidad de rastros, de
huellas que van dibujando un mapa del otro, de los otros concretos,
delirantemente precisos, inconfundibles ellos. Estas señas territoriales son
como las marcas que los cánidos dejan con su orina como vestigios de sí mismos
impresos en un área, una huella personal e inconfundible, marcas semejantes a
la concreción de formas, palabras y relaciones que establecen los seres
humanos.
Concreciones
cinceladas en la conciencia del otro, traza indeleble con afán puramente
definitorio, influyente, son estelas que imprimen los demás para perdurar en
nosotros, son impresiones que nos dejamos hacer para poseer al otro en su
ausencia.
Huyo
de la condena del pensamiento subyugado por los sedimentos de reliquias
concretas, légamo que se deposita en la mente, en el alma. Prisión
incondicional decretada en torno a lo concreto, al ser concreto de los otros,
al no ser yo que prospera y se concreta.
Prisión
concreta, libertad en abstracto.
Me
abstraigo en abstracto, hasta que te desdibujas, perdiendo forma y contenido,
te alejas hasta desvanecerte en remoto, cede lo concreto poco a poco y la mente
abstracta recupera su abstracta libertad, su independencia más total; no esto,
no aquello, nada me influye demasiado, nada me alcanza en exceso, me sitúo de
nuevo en la equidistancia, anhelada atalaya desde donde divisar la nada.
Desafección
por cuanto me circunda, borrachera de libertad o delirio de soledad…