En
un entorno absorto en la taumaturgia de la posesión: posesión de dinero,
propiedades, objetos, salud, trabajo, personas, doctrinas, dogmas…, en una
creación entregada a la liturgia del mercado, donde el delicado aroma de la
flor o la fina inteligencia humana son meras mercancías objeto de compra-venta,
poseer es un fin en el que naufraga la civilización.
Poseer
eso, pertenecer a aquello, son dos vertientes de una misma cima por las que se
desliza el ser-consumidor. Extraña evolución: de adeptos a súbditos, de ahí a
ciudadanos para culminar en consumidores.
Yo
poseo, tu posees, el posee, nosotros poseemos, poseímos y poseeremos,… o tal
vez somos poseídos.
Frente
al delirio de ostentar, reclamo la simpleza de gozar, de gozar de las cosas sin
necesidad de poseerlas, sin querer, sin poder poseerlas. La imposibilidad de
adquirir una sonrisa no le resta un ápice a la capacidad de disfrutar de ella,
¿quién puede poseer una caricia?, o una mirada, ¿quién atesora la palabra de
consuelo, quién un pensamiento?. El deseo de poseer es mero conformismo con un
goce interino, pues la posesión tiene implícita la perversión de la pérdida y
la inapetencia por lo ya poseído.
Gozar,
disfrutar sin el yugo de poseer, es un acto de sublime libertad, sin
subordinación a la propiedad, con concesiones mínimas a la ambición del deseo,
un ejercicio de provisionalidad permanente.
La vida en dosis, a veces homeopáticas; disfrutar hoy de hoy, mañana es una entelequia, poseer una ilusión. Posesión y poseedor, bipolar juego de dominios donde objeto y sujeto se desdibujan intercambiando sus papeles, ¿poseedor o poseído?, qué es qué en cada instante....
La vida en dosis, a veces homeopáticas; disfrutar hoy de hoy, mañana es una entelequia, poseer una ilusión. Posesión y poseedor, bipolar juego de dominios donde objeto y sujeto se desdibujan intercambiando sus papeles, ¿poseedor o poseído?, qué es qué en cada instante....