Amanece,
observo en intenso contraluz las siluetas de las grandes torres de Madrid,
enmarcadas en la cristalera del salón.
Amanece,
y el tibio color aún indefinido tiñe la atmósfera de malva y plata. La escena
está aumentada, como por un catalejo, es ese curioso efecto de “relatividad
espacial” que produce un paisaje o un gran espacio abierto cuando un marco lo
encuadra a nuestra vista.
Una
visión extraña me hace advertir algo sorprendente en este cuadro matinal; una
de las torres es ostensiblemente más ancha en la cúspide que en la base, la
visión no ofrece dudas, es claramente una suerte de esbelta pirámide invertida,
me asalta la extrañeza de no haberme dado cuenta antes.
Amanece
y las sombras y las luces se difuminan, se confunde, contornos y dintornos se superponen
alterando la realidad.
Me
aproximo, según avanzo el efecto de aumento se convierte en su contrario, la
fracción de torres enmarcadas en la cristalera y de apariencia gigantesca, se
alejan a medida que disminuyen de tamaño, mientras se amplía el horizonte. Es
un zoom inverso y la escena en su conjunto cobra amplitud en tanto objetos y
formas empequeñecen.
La
luz de la alborada ilumina las torres, iridiscentes ahora en sus reflejos
metálicos, y el fondo aún en tinieblas se confunde en un oscuridad resistente a
la aurora.
Salgo
de mi asombro entendiendo la confusión; desde la imagen ceñida a un marco, la
luz dibujaba el fondo y la oscuridad contorneaba la silueta de las torres,
haciendo ver a la principal más estrecha en su base que en su ápice, la imagen
era el negativo de la realidad, pero tan contundente y concreto que se
estableció en la evidencia de la verdad.
Imagen
en negativo que como todas tiene su positivo intrínsecamente adherido a él,
visión extraña que determina la capacidad de confusión de la mente ante
cualquier imagen, que como ilusionista avezado, nos confunde transformando la
realidad del entorno. Más también revela la pluralidad de imágenes y de acontecimientos, encontrando
tanto en estos como en aquellas visiones calidoscópicas de la realidad, en las
que un simple moviendo hace aparecer o desaparecer fragmentos de cristal o
figuras enteras.
No hay mal sin bien, no bien sin mal, no hay suceso negativo que no implique un valor positivo y viceversa, por mucho que en algunos casos sólo seamos capaces de ver el lado más oscuro, como imagen enmarcada en el ventanal de nuestro particular salón, del que siempre podemos salir o al menos movernos.
No hay mal sin bien, no bien sin mal, no hay suceso negativo que no implique un valor positivo y viceversa, por mucho que en algunos casos sólo seamos capaces de ver el lado más oscuro, como imagen enmarcada en el ventanal de nuestro particular salón, del que siempre podemos salir o al menos movernos.