¿Qué vamos a hacer con la desesperanza?, desaliento
labrado a fuego por un modelo de vida desatinado y condenado al fracaso.
Qué haremos con el vértigo de quién no encuentra
trabajo, qué con los desahuciados, qué con los parias del tercer mundo que
mueren de hambre a diario, qué con tantas expectativas segadas por una economía
que todo lo devora.
Pero sobre todo, qué vamos a hacer con el ejército
de desheredados de esa clase media, movida por un deseo de consumo frenético
carente de expectativas de ser colmado.
Legiones de jóvenes y adolescentes consumidos por el
deseo de un consumo que no podrán satisfacer, esclavos de su propio anhelo
inalcanzable, enfrentados a una realidad que les corta el paso, ahogados en la
tensión de la desigualdad.
Porque la igualdad ya no es un asunto social ni tan
siquiera un derecho, hoy la igualdad, la relación igualitaria inter pares
depende del nivel de consumo que se ostenta. Un nivel de consumo que, cuál
espejismo, ha mantenido a las clases medias occidentales en la ensoñación de
una riqueza sustentada por las deudas.
No saldremos indemnes de este descalabro que va más
allá de una crisis financiera, económica o de confianza, estamos ante una
crisis sistémica que orada los cimientos de un modelo de pensamiento y de una
actitud ante la vida. Modelo especulativo y suicida incorporado al ADN de la
humanidad entera, un modelo en el que el deseo nos aleja de lo que somos.
Lo que empezó siendo un mero malestar, difuso,
inconcreto, se va materializando poco a poco en la indignación del que percibe
que sus cimiento son de barro y luego, tal vez, sobrevendrá la catástrofe,
entendida como cambio rotundo de modelo. Y mientras esto le sucede a la
ciudadanía, los gobiernos niegan la mayor, miran hacia arriba, sin entender,
sin saber que “cuando los de abajo se mueven, los de arriba se caen”.
Hemos hecho dejación de decisiones en favor de unas
élites que sólo velan por su subsistencia y por el interés de los afines a su
mundo estratosférico e ilusorio, un mundo que se desmorona ante la atonía
generalizada.
Vivimos un momento de reemplazo, reemplazo de la
opulencia por la necesaria contención, de una hegemonía occidental que cede
ante la pujanza de Asia, un momento de revisión de la preponderancia de la globalización
económica frente a la localización de los problemas y conflictos, un tránsito desde una realidad enfrentada a lo virtual a una condición humana mestiza virtual-real. Asistimos a
la mutación del estado del bienestar, garante hasta ahora de la paz social, en
el malestar creciente con el estado. El patrimonio de la clase media es hoy una
cárcel para la liquidez.
Necesitamos un cambio del paradigma económico que
como poco recupere la base del capitalismo puro (aunque sólo sea eso), haciendo
valer la producción frente al poder de la pura especulación, se hace necesaria
la introducción de valores en los mercados para poner freno a la depauperación
de millones de vidas humanas, por convertir alimentos y materias primas en
futuros financieros.
Un mundo entero obrando para beneficio de bancos y
especuladores, debe modificar algo su trazado, o nos saldremos de él en alguno de
los giros.