Viajaba en su viejo barco; un barco, noble, decidido y marinero, pero viejo. Se trata de un navío de otro tiempo, un tiempo cercano pero abismalmente distante. Un tiempo en el que la mar y el navío surcaban juntos la realidad, porque eran parte de lo mismo.
20 de julio de 2009
Virtualidad
3 de julio de 2009
Beneficio
Los conceptos cambian casi sin darnos cuenta, mutan, se transforman redefiniendo su significado y generando nuevos ámbitos de realidad en torno suyo.
Del “bien que se hace o se recibe”, definición tradicional de beneficio, hemos pasado al beneficio-ganancia o al beneficio indicador de riqueza: de empresas, de países, de personas.
Es este un cambio sustantivo, pues aquél beneficio que antes estaba en función del “bien”, ahora se sitúa en el entorno del provecho que se saca de algo, de la ganancia obtenida, quedando excluida toda referencia al bien. Nótese el cambio; bien que se da o se recibe – provecho que obtengo u obtiene alguien de algo. Un enfoque este último que implica un arraigado sentido de propiedad de carácter planetario.
Sin embargo, quizás por la brevedad de este proceso de cambio, tal vez porque todo conserva parte de su origen, el caso es que habiendo sufrido una mutación tan perversa, el término beneficio sigue pareciendo o al menos aparentando encerrar, un bien neto e incuestionable.
Asumimos así, apoyado con vehemencia por los divulgadores de los pensamientos únicos, que beneficio es sinónimo de riqueza, pero que pareciera destinada a alcanzar a todo el tejido social o aún más, a la humanidad entera.
Beneficio, concepto metamorfoseado, trasmutado; de paradigma de perfección humana, a máxima del avaro egoísmo postmoderno. Tecnicismo economista que como recién estrenada religión, necesita acuñar términos que apoyen su expansionismo, contribuyendo a divulgarla.
Estamos en la era de un nuevo beneficio, aquel que criba sin piedad los dividendos. Resultado espurio entre gastos e ingresos siempre positivo, gracias a una contabilidad que hace coste cero de todo bien natural, de todo residuo industrial, de todo proceso de fabricación y de diseño que se desvincula contablemente de la responsabilidad de perpetuar la vida en el planeta.
Cualquier educador corregiría al alumno que para hacer un trabajo de clase pretendiera horadar los cimientos del colegio, sin embargo en la edad adulta nadie corrige el sistema de generación de beneficio que atenta contra la supervivencia del propio sistema y contra la vida misma, encubriendo su criminal actividad con términos modificados lingüísticamente y acuñados en el crisol de una nueva mitología.
Del “bien que se hace o se recibe”, definición tradicional de beneficio, hemos pasado al beneficio-ganancia o al beneficio indicador de riqueza: de empresas, de países, de personas.
Es este un cambio sustantivo, pues aquél beneficio que antes estaba en función del “bien”, ahora se sitúa en el entorno del provecho que se saca de algo, de la ganancia obtenida, quedando excluida toda referencia al bien. Nótese el cambio; bien que se da o se recibe – provecho que obtengo u obtiene alguien de algo. Un enfoque este último que implica un arraigado sentido de propiedad de carácter planetario.
Sin embargo, quizás por la brevedad de este proceso de cambio, tal vez porque todo conserva parte de su origen, el caso es que habiendo sufrido una mutación tan perversa, el término beneficio sigue pareciendo o al menos aparentando encerrar, un bien neto e incuestionable.
Asumimos así, apoyado con vehemencia por los divulgadores de los pensamientos únicos, que beneficio es sinónimo de riqueza, pero que pareciera destinada a alcanzar a todo el tejido social o aún más, a la humanidad entera.
Beneficio, concepto metamorfoseado, trasmutado; de paradigma de perfección humana, a máxima del avaro egoísmo postmoderno. Tecnicismo economista que como recién estrenada religión, necesita acuñar términos que apoyen su expansionismo, contribuyendo a divulgarla.
Estamos en la era de un nuevo beneficio, aquel que criba sin piedad los dividendos. Resultado espurio entre gastos e ingresos siempre positivo, gracias a una contabilidad que hace coste cero de todo bien natural, de todo residuo industrial, de todo proceso de fabricación y de diseño que se desvincula contablemente de la responsabilidad de perpetuar la vida en el planeta.
Cualquier educador corregiría al alumno que para hacer un trabajo de clase pretendiera horadar los cimientos del colegio, sin embargo en la edad adulta nadie corrige el sistema de generación de beneficio que atenta contra la supervivencia del propio sistema y contra la vida misma, encubriendo su criminal actividad con términos modificados lingüísticamente y acuñados en el crisol de una nueva mitología.
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