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6 de septiembre de 2010

Ajeno

La desgracia en soledad sólo es superable por la desgracia compartida con un ajeno, con el desconocido que se cruza en nuestra vida en ese instante vital, doloroso y dolorido, en el que nos asola la desgracia y con el que nunca antes, ni después, volveremos a tener la más leve coincidencia.
Es un espectador ocasional, que se asoma a un largometraje pero del que sólo ve un instante. Sin génesis ni epitafio, sin nudo ni desenlace, sin conexión en suma con nada de lo sucedido ni lo por suceder. Es alguien que se encuentra frente a un marrón vital incapaz de referenciar y al que no le une nada más, que la fortuna insidiosa que lo llevó al lugar inoportuno. Un ajeno.


La desgracia vista así, desde el espectador ocasional que todos llevamos a flor de piel, es una escena sórdida, histriónica a veces, sobreactuada otras, malinterpretada siempre. Sin embargo para el protagonista la situación que le supera, le hiere, le hiende, se quiebra aún más ante la apoplejía temporal de este accidental compañero.


Es una suerte de confluencia de accidentes; la desgracia sobrevenida y sobrepuesta a ella, la presencia del desgraciado que la contempla inopinado. Estupor de quien sufre el doble drama.

Toda palabra, toda queja, cualesquiera explicación, se estrella contra el refractario muro del que se entiende ajeno al suceso, al fortuito acontecer del que no quiere formar parte alguna. Sin vislumbrar que ese encuentro casual le hace partícipe fundamental de una contingencia, que le une con quien la padece en lo más profundo del sufrimiento humano, por tanto común, cercano por tanto, y universal y cotidiano.

El sufrimiento humano, que nos alcanza aun sin quererlo, que nos golpea aunque venga de lejos, deferido como miembros de la misma humanidad y de su suerte compartida. Un sufrimiento del que nadie puede escapar, ni siquiera ese espectador inesperado que se cuela en la desgracia de otros, sin querer entender que hasta el acontecimiento más alejado y remoto, si es humano, es también suyo, es de todos.

6 comentarios:

bassho dijo...

Has elegido una palabra dura para el título de tu texto. La palabra hace honor a su significado: Esa incomprensión radical de quién somos y por lo tanto de quién es el otro. No sabemos nada ni queremos saber, por eso nos molesta tanto el dolor "ajeno", para que no nos toque el sufrimiento negamos y rechazamos la evidencia.
Gracias por tu texto.

bassho dijo...

Mi aportación: HOMBRE ESENCIAL

Ayer, en algunos momentos del día, conseguí acercarme a la esencia humana:
Sentado a la sombra de unos árboles descansé sin más, disfrutando de una brisa fresca y de un entorno verde y acogedor.
Más tarde caminé por un sendero, junto a otros familiares, contemplando un extenso paisaje, charlando amigablemente, realizando un ejercicio físico agradable.
Por la noche, escuché el silencio que envolvía la casa que ahora habito, presentí las montañas cercanas y los llanos a lo lejos.
La vegetación nos protege, el universo entero nos mima y nos mira.
Los sonidos de los animales, las plantas y las cosas, aun no estando dirigidos a nosotros, pueden deleitarnos y acercarnos al mundo que nos rodea; nos ayudan a entender y comprender la naturaleza como cobijo de vida amorosa, pausada, rítmica y tranquila.
El aire es translúcido hacia todos los puntos cardinales y en sentido horizontal y vertical. Ese aire omnipresente entra y sale de nosotros, sosteniéndonos, equilibrándonos, interrelacionándonos con el resto de los seres que comparten este alimento primario.
Es entonces, cuando caemos en la cuenta de que quizá seamos una realidad creada expresamente para ayudar, cuidar… y no destruir o abusar. Olvidar la fiera agazapada en el miedo, enterrar la bestia enrocada en la codicia, y permitir que nazca una forma nueva de ser, de estar, de pensar y de sentir.
Darnos cuenta de que ese hombre esencial que somos nos rodea por todas partes, habita en múltiples lugares, tiempos y formas distintas.

palabrerías dijo...

Me hace recordar aquel pensamiento de que sólo cuando miramos y vemos y vivimos, las cosas son.

Sirenoide dijo...

El extraño es ajeno por definición, pero , ¿no es mucho más triste el ajeno “cercano”? En muchas ocasiones, nos rodean personas que son absolutamente lejanas, ajenas a lo que sentimos y a lo que somos. Seguimos adelante como androides programados para consumir, trabajar y volver a consumir. No nos miramos unos a otros a los ojos, no dejamos espacio para la humanidad, para el disfrute de las pequeñas cosas, de los momentos especiales. Cohabitamos robotizados sin preocuparnos realmente unos de otros, todo lo que no nos afecta directamente, nos es ajeno. La miseria, el racismo, el maltrato…es ajeno. No me ocurre luego no me preocupa.
Pero lo peor de todo es que acabamos siendo ajenos a nosotros mismos, perdemos nuestros anhelos y nuestra esencia en pos de lo que se espera de nosotros, del qué dirán y de cómo se supone que debemos vivir. Pasamos por la vida de una forma superficial, viviéndola fuera de nosotros mismos, estamos enajenados.
Cómo podría nadie acercarse a nuestra esencia si ni nosotros mismos nos paramos a encontrarla, ensordecidos ante tanto ruido de fondo. Como bien expone Bassho, el contacto con la Naturaleza nos conecta con el Universo y con nuestro más profundo ser pero esa conciencia de Ser, de pertenencia a algo universal, no llega sino somos capaces de escuchar a nuestro corazón. Al final, nos convertimos en seres ajenos hasta para nosotros mismos. Nuestra vida parece no pertenecernos. La Humanidad se deshumaniza.

Sirenoide dijo...

Bassho, qué serenidad me ha generado tu escrito, cuanta paz. Gracias. Justo escribía sobre el disfrute de las pequeñas cosas y tu lo plasmas con una sencillez hermosa.
Creo que se trata de tener conciencia de la experiencia de estar vivo y la aceptación de lo que somos, en esencia, parte de la Naturaleza, del Universo, de Todo.

bassho dijo...

Me gusta y me alegra la existencia de la expresión de estas tres "sensibilidades" (Palabrerías-Sirenoide-Bassho).
Gracias Sirenoide por tus aportaciones.