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18 de octubre de 2006

Sexto sentido

Un terrible descuido matutino le separó de uno de los apéndices más prodigado de nuestro tiempo, una herramienta imprescindible cuya ausencia le abocaba irremediablemente al autismo. Al descubrir, que digo descubrir, al atisbar tan sólo el tremendo descuido, un helador escalofrío recorrió su espalda y azarados pensamientos sobrevinieron a su confusa mente matutina, primero como rotunda negación de un hecho tan desafortunado como evidente, luego como una suerte de desasosiego, que en forma de angustiosas volutas de pensamiento aconsejaban un inmediato regreso sobre sus pasos en desesperado intento de recuperar aquel perdido grial.

Como en un sueño, como si de la película de su vida en el momento postrero se tratara, apareció en su mente toda la jornada venidera en prodigiosa sucesión de imágenes, anticipación dramática de un futuro incierto; la reunión prevista para la tarde, la confirmación de la comida de trabajo la preparación de la presentación de primera hora de la mañana..., el padell..., todo, todo apareció delante suyo como si de un premonitorio trailer se tratara, fue entonces cuando desde lo más profundo de su interior afloró una inquietud que se fue convirtiendo en certeza a medida que alcanzaba las capas superficiales de su mente y un sentimiento de invisibilidad le invadió súbitamente, era la certidumbre de su invisibilidad, de su inexistencia.

Alcanzó de golpe la comprensión de la evanescente existencia del ser contemporáneo, la soledad del no ser, no ser nada, ser vacío, ente incompresiblemente desconectado del mundo que le rodeaba. Descubrió la consecuencia de un simple olvido, la dependencia profunda de este su sexto sentido, la imprescindibilidad de ser un ser permanentemente comunicado.

Pero ¿desde cuando?-se preguntó- ¿desde cuando no podía prescindir de aquello?, recordó entonces, entre las brumas de la memoria, como retazos primero y con claridad después, momentos clave del paso del ser humano que fue, al ser tecnológico que era, los antiguos procesadores de texto que utilizaban las secretarias del departamento, los primeros ordenadores, aquellos teléfonos móviles con maleta incorporada, la llegada de los portátiles, I N T E R N E T, su primera agenda electrónica, la tablet PC. Hasta hoy, dramático día en el que había desaparecido su PDA capaz de integrar todas las necesidades de comunicación de un hombre como él, y con ella se desvanecía parte de su vida, de su trabajo y su puerta de acceso al mundo; no móvil, no agenda, no correo, no archivos, no informes, no MP3, no presentación, no spot, no campaña...

Llovía, después de muchos meses, llovía, y no sólo lo hacía en la ciudad, sino también en el alma y en el corazón de aquel apuesto ejecutivo, que se enfrentaba lleno de congoja y tristeza al día mas gris de su meteórica carrera, se enfrentaba al anonimato a la inexistencia misma, al desprecio del hecho tecnológico mismo. Sintió una leve presión en el cuello y se aflojó la impecable corbata, decidió emprender un precipitado camino de regreso sobre sus pasos hacia la cafetería donde, como cada mañana, había desayunado antes de ir a la oficina, pero no lo hizo sin antes comprobar que el brusco tirón que dio sobre el nudo de la corbata no había destorsionado la armonía del conjunto, vio con nitidez como la etiqueta de la corbata estaba en su sitio, perfectamente descentrada sobre el eje de la rayada tela y vuelta sobre si misma para que todo el mundo pudiera comprobar que, su portador pertenecía a la élite, que era parte de ese selecto círculo interno, alguien que podía gastarse 150€ en su corbata Hermés, que guardaba perfecta sintonizada con la fina raya de su traje.

Apresuró el paso, la ciudad estaba verdaderamente gris, más gris que nunca, pensó mientras doblaba la esquina de la calle y su atención se detenía hipnótica, atrapada por ese tiempo ralentizado que marca lo esencial, mientras la rueda de aquel mugriento taxi pasaba despreocupada por encima del codiciado objeto, al tiempo que parpadeaba por última vez el display anunciando la entrada de una llamada.

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