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1 de junio de 2017

Palabras

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Por el árbol trepa lentamente la silueta alargada de la duda. Las ramas largas, estilizadas penetran como dedos en la nube de hojas de una copa gris aterciopelada.

La ladera descarnada rompe la luz en la sombra, luz que se evade sosegada entre tierra baldía, escombrada. Sones imprecisos salpican el aire, el viento los lleva y los trae.

La noche se extiende más allá del barrio, amplia, rotunda, luminosamente sombría. Rumores callados, acechantes, atraviesan el páramo.

Una media luna alta y solitaria mecida en su órbita, cabalga el cielo enigmática, algunas estrellas atrevidas parpadean en la bóveda oscura y suave.

Buscaron palabras y no encontraron mas que vacíos imposibles de llenar, buscaron entre las esquirlas de vida y no hallaron sino nudos entrelazados en sí mismos.

Ninguna voz se oyó fuera, ninguna caricia alivió el momento, ninguna palabra fue pronunciada, sólo el dolor y la angustia de un instante infinito, de paso lento, un dolor arraigado en algún lugar profundo e indefinido, un dolor piélago, perenne, sempiterno.

El silencio se prodigó aplacando cualquier sonido, sosegando el sentimiento. Cayó la vida en ese instante mágico, silente, acordado. Y el silencio se hizo tangible, casi razón, fue sólo entonces cuando la Vida desprovista de la informe materia antigua, se abrió paso hacia aquel horizonte infinito al que van las almas cuando son libres.

5 comentarios:

bassho dijo...

Precioso, gracias Palabrerías.

Por mi parte, aporto una reflexión sobre el último libro que he leído: "Sostiene Pereira" de Antonio Tabuchi Editorial Anagrama.

Abro este libro tranquilo y me deslumbra la luz del Átlántico que surge de él, un periodista gris da cuenta de la brisa del océano, fe de la corriente del Tajo.

Todo transcurre lentamente en esta Lisboa de 1938, mientras Europa y España arden.
Pero tras la rutinaria cotidianidad, tras la falta de toma de partido del personaje, poco a poco, se va abriendo u soplo de breve sorpresa, un guiño cómplice que lleva al lector hasta la orilla de un volcán. Y allí se asoma s lo extraordinario y profundidad de cualquier vida aparentemente simple.

bassho dijo...

Veinticinco, tarde de domingo

¿Reconoce el viento lo que toca,
recuerda
quizá
por donde transcurre su movimiento?

¿Puede la luz ocultarse,
detenerse,
retirarse
envuelta entre siglos de nubes?

¿Es posible que cada sonido
hable de aquello que quiera el que lo escucha,

o que el silencio no exista,

y que la profundidad se encuentre vacía?

Pero este inmenso desconocimiento de todo
que nos cerca tan dulce y vigorosamente
tiene que tener algún significado.

El universo, la vida. quizá el misterio,
nos mantienen vivos.

palabrerías dijo...

Un viento homeópata que mantine el sutil recuerdo de lo que toca, una luz voluntariosa y tímida ocultándose entre nubes, sonidos empáticos atentos a quien los escucha, silencios sonoros, profundidades vacuas, personajes todos de un universo mágico plagado de un misterio niño y vital

Sirenoide dijo...

Qué bellos textos, me ha gustado mucho leeros a ambos. Vuestras palabras juegan con mi mente y acarician mi alma inquieta.

Estas noches de verano, una luz tenue ilumina mi desvelo,el aire caliente lo invade todo y el reparador sueño se ausenta.
Me embarco en un viaje de lecturas y saboreo este fragmento que ahora quiero compartir con vosotros:

"A la mente le gusta contemplar los finales. Por eso teje historias. El placer de acabar y el placer de dar algo por terminado corresponde a ese otro placer, definitivo, que es el de contemplar un todo, una historia. Por eso argumenta, por eso representa, para ver en un tiempo finito lo que en sus propios límites nunca sería capaz de ver con respecto a sí misma: el principio y el final, la conclusión de una historia, su totalidad definida por el marco de la narración o de la imagen. Huérfana de sí misma en su transcurso, incapaz de apresarse, es adicta a la representación y crea historias, cuenta, narra, condensa, apresa, comprime, dice y realiza con las palabras el milagro de la ficción: una vida de sesenta, ochenta años en apenas treinta minutos.

La mente necesita direcciones para el decir y, por ello, nunca está en el centro y nunca calla."

Chantal Maillard, Filosofía en los días críticos

Leo a Chantal y vuelvo a tus preguntas, Bassho, esas que se van con el viento de los pensamientos misteriosos e inquietos. Y tus reflexiones, Palabrerías, siempre plenas de lirismo y poesía. Ambos curiosos, ambos sabios.
Y me pregunto si, como escribe Bassho, todo tiene que tener algún significado o es acaso que nuestra mente la que nos ofrece un final a las historias, una construcción para satisfacer su necesidad de conclusión.

Sea como fuere, la vida nos muestra a cada paso que nuestros constructos son desmontables, que siempre hay más caminos y oportunidades de los que creemos saber en nuestra inmensa ignorancia y que nuestro tiempo es volátil: VIVIR es prioritario.

bassho dijo...

Curiosa coincidencia Sirenoide.
Ayer estuve leyendo textos e informándome sobre Chantal Maillard. Me llamó la atención su vida, enfermedad grave reciente, y muerte de un hijo (estoy rastreando escritores que hayan vivido la muerte de un hijo y cómo ha influido en su vida y obra). Decía en una entrevista que tras creer en filosofías y metafísicas orientales y otras ahora vivía un tiempo "descreído" o más bien que valoraba pequeñas cosas relacionadas con la naturaleza y el instante presente.
Habrá que echar un vistazo a sus últimos poemarios, "Matar a Platón" e "Hilos"

Coincido con tus reflexiones, especialmente el final. Es verdad, que por suerte, o por milagro, o como cada uno quiera llamarlo, siempre hay más caminos y oportunidades de los que creemos... Y cuando sé eso y lo siento puedo abrirme más confiado al transcurrir de la vida.