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2 de agosto de 2016

Ejército


Un ejército de desheredados habita entre nosotros, en nuestros barrios, en nuestras mismas casas, en los parques donde juegan nuestros hijos, en las oscuras cavernas del metro habitan.
Son huestes indistinguibles, en apariencia normales, carentes de signos externos que desvelen su condición de apestados. Entre ellos hay hombres y mujeres, jóvenes, maduros, viejos, los hay de distintas razas y religiones, inmigrantes, nacionales y comunitarios.
Mesnadas de parias de andrajosas almas, de segregados espíritus, de macilentas emociones se debaten en las ciudades por alcanzar las migajas de un subempleo, mendigos del trabajo, desventurados esperadores de un empleo enmarcado en tono oscuro, casi negro.
Son legión, se aglutinan en las colas de los eufemísticos servicios de empleo, viven en privado, viven privados de derechos, de recursos, viven sin apoyos y sin rentas, viven sin esperanzas ni ilusiones, viven sin motivo ni anhelos. ¿Viven? Sobreviven a la penuria económica, pero sobre todo a la penuria mental, al desahucio interior, al oprobio y a la vergüenza autoinflingidas.
La pobreza avanza a un ritmo proporcional al que la riqueza crece y se concentra, los recursos diezmados se agotan para los de siempre, para la inmensa minoría. La sociedad mira a otra parte, todos quieren dejar de lado la miseria, el espectáculo de los pobres es zafio y estridente para unos ciudadanos adscritos al lujo barato, a la inmoralidad de las modas, al miedo, al pavor a perder lo poco que poseen: casa, coche, smartphone…
Pero las milicias de desdichados crece, se multiplica, se enquista con un paro estructural de larga duración. La escasez es la norma para muchos, hoy los potentados son los parias de ayer; funcionarios, empleados de grandes compañías, mileuristas…
La sociedad se derrumba desolada ante el paso de este ejército de imposibles, mientras los informativos bombardean con los acuerdos políticos que no se producen y las altas temperaturas estivales, reescribimos el idioma con plurales en ambos sexos, desesperamos por no tener el nuevo Iphone o perseguimos pokemons por las calles.
Mientras, la horda desorganizada padece sin rechistar en supervivencia silente y descarnada y las ideologías de otro tiempo comienzan a prosperar en la vieja Europa reclutando nuevos ejércitos.

2 comentarios:

Sirenoide dijo...

Soy carnicero, soy peluquera, soy psiquiatra, soy creativo(¿?), soy investigadora, soy maestro…incluso, soy parado.

¿Soy mi trabajo o la ausencia del mismo? ¿Soy lo que hago o dejo de hacer? ¿Soy lo que aparento o lo que los demás ven? ¿Quién SOY YO?

Pocas veces nos lo preguntamos y de forma casi instintiva, nos solemos presentar contando nuestra ocupación. Hasta ese punto llega la identificación con el trabajo.
Identidad, integración, aceptación, inclusión, posición…a esto asociamos el trabajo, si lo tienes parece que ya tienes todo, si te falta, entonces es la nada.
Muchas personas se sienten completamente excluidas y abandonadas por su entorno. Familiarmente se sienten incomprendidos, hastiados por tener que estar dando tantas explicaciones, que acaban aislándose de los más cercanos. Socialmente se sienten fuera. Fuera de todo y de todos, sin ninguna salida ni posibilidad de encontrarla. Un número más de las gélidas cifras que casi como letanía se repiten mes a mes acompañándose de porcentajes y gráficos en los informativos…qué sabrán ellos.
Entonces van excavando una cueva cada vez más oscura que les lleva a la apatía máxima: desesperación, inseguridad, inacción y depresión.
Sólo cuando tenemos conciencia de que SOMOS mucho más allá de lo que hacemos, que no estamos solos en ese camino de incertidumbre y desvelo y que además, hay vida laboral más allá de las empresas y administraciones, podemos atisbar una pequeña luz de esperanza que lo cambia todo. Cuando aceptamos que podemos vivir con menos, que la presunta seguridad de una nómina no es más que un señuelo y que tenemos valor independientemente de lo que tengamos en la cuenta corriente, es el momento en que se produce el milagro. Emerge el SER y se llena de la energía que tenía secuestrada en su victimismo, se ilumina su camino hacia la salida de la cueva y se abren nuevas oportunidades jamás antes contempladas…

Así renacen muchas personas que se daban a sí mismas por perdidas.
No es que lo crea, es que lo sé. He visto esa magia suceder y, sobre todo, la he vivido.

bassho dijo...

Pobreza, enfermedad, vejez... Tan cerca de nosotros y tan marginadas. Es verdad que la pobreza se siente como el mayor mal, ya que además está unida a los demás. Cierto que no queremos verla, como el avestruz que al taparse la cara piensa que no existe lo que tiene delante.

Sirenoide, también está "soy mi ira, soy mi enfado". Hoy escarbo en ellos y encuentro este poema de Antonio Colinas:

Que este celeste pan del firmamento
me alimente hasta el último suspiro.
Que estos campos tan fieros y tan puros
me sean buenos, cada día más buenos.
Que si en tiempo de estío se me encienden las manos
con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno
los sienta como escarcha en mi tejado.

Que cuando me parezca que he caído,
porque me han derribado,
sólo esté arrodillándome en mi centro.
Que si alguien me golpea muy fuerte
sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo
de la fuente serena.
Que si la vida es un acabar,
cual veleta, chirriando en lo más alto,
allá arriba me calme para siempre,
se disuelva mi hierro en el azul.
Que si alguien, de repente, vino para arrancarme
cuanto sembré y planté llorando por las nubes,
me torne en nube yo, me torne en planta,
que sean aún semilla mis dos ojos
en los ojos sin lágrimas del perro.

Que si hay enfermedad sirva para curarme,
sea sólo el inicio de mi renacimiento.
Que si beso y parece que el labio sabe a muerte,
amor venza a la muerte en ese beso.
Que si rindo mi mente y detengo mis pasos,
que si cierro la boca para decirte todo,
y dejo de rozar tu carne ya sembrada,
que si cierro los ojos y venzo sin luchar
(victoria en la que nada soy ni obtengo),
te tenga a ti, silencio de la cumbre,
o a ese sol abatido que es la nieve,
donde la nada es todo.

Que respirar en paz la música no oída
sea mi último deseo, pues sabed
que, para quien respira
en paz, ya todo el mundo
está dentro de él y en él respira.
Que si insiste la muerte,
que si avanza la edad y todo y todos
a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa,
me venza el mundo al fin en esa luz
que restalla.

Y su fuego
me vaya deshaciendo como llama
de vela: con dulzura, despacio, muy despacio,
como giran arriba extasiados los planetas.