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13 de febrero de 2013

Igualdad


Con la llegada del último convoy del metro la salida expulsa una bocanada de viajeros. Es invierno y el frío intenso. La salida del metro es una enorme escotilla semejante a la abertura de acceso de un gigantesco hormiguero. De él manan ahora un número ingente de personajes que desde el punto de convergencia que es la boca de metro, divergen en el exterior dispersándose en todas direcciones.
Con movimientos rápidos, inquietos, se trasladan los recién nacidos del fondo de la tierra, seres surgidos de las catacumbas de una ciudad que se agita en una aparente búsqueda insaciable, siempre nerviosa, de pulso frenético. Una actividad ferviente impregna a cada uno de los individuos que manan a raudales al frío de un desapacible asfalto ceniciento.
Individuos rígidos, mecanizados, de convulsos movimientos que tienen algo de maquinal, de involuntario, son movimientos ajenos a sus propios dueños. Pero hay algo más inquietante en la escena, las individualidades se difuminan hasta que el conjunto toma la apariencia de un único individuo, un individuo colectivo.
Los colores, o mejor la ausencia de colores unifican el conjunto con pinceladas de irrealidad, todos los personajes llevan trajes oscuros, todos parecen uno y el mismo, la uniformidad es completa y la escena, decolorada, está como realizada en blanco y negro, un extraño aspecto de igualdad impregna una imagen más cinematográfica que real.
El frío contribuye a esta visión quimérica que hace de la realidad fábula y de la fábula realidad. Seres lejanos, grises, seres autómatas, seres extraños vomita esta mañana la boca del metro, como liberándose de aquello que no ha podido digerir, el resultado de una mala digestión. 
La mañana avanza y el uniformado aluvión humano se disuelve ahora, esperando paciente hasta la próxima hora punta, tan similar a esta como los términos de una igualdad.

6 comentarios:

bassho dijo...

Un texto que tiene la fuerza que da el arte, es decir, la captación trascendente y atónita de lo que nos rodea y su belleza, a veces escondida.

Sirenoide dijo...

Quería compartir con vosotros este texto que me ha encantado. Por ser mi oasis literario, personal y espiritual. Gracias de nuevo!!

"Ya sé que no está el patio para muchas alegrías. Pero en momentos de grandes cataclismos son las cosas personales las que nos salvan: una carta, un pequeño proyecto, el homenaje a un amigo. No sé si a ustedes les ocurre lo mismo. A veces, muy pocas, tengo la impresión de que el mundo no se ha ido todavía al carajo gracias a esos pequeños oasis de la vida diaria, acontecimientos mínimos a escala humana que son el mejor antídoto para el frío de los inviernos muy largos."

Susana Fortes

Sirenoide dijo...

BESO ASCENDENTE

Ese instante suspendido
lo recuerdo en tu mirada
una vida en un momento
la pasión que se desata.

Tu subías a buscarme
yo bajaba ilusionada
y aquel beso que me diste
quedó para siempre en mi alma.

Ese beso entre peldaños
detuvo el espacio y el tiempo
No había nada, sólo eso
la escalera, TÚ y TU BESO!

bassho dijo...

Estoy de acuerdo con la importancia de esos pequeños oasis, Sirenoide. También recuerdo que hace un tiempo leí en alguna parte que podemos vivir en el desierto más desolado, que si estamos junto a alguien que nos escucha, nos acepta, entonces es como si estuvieramos en el paraíso.
Otra aportación:

DOCE CABALGAN JUNTOS. DESIGUALDAD
Pasean por los campos del Pardo, con gallardía, montados sobre animales magníficos y bellos.
Dos o tres conversaciones cruzadas de las que solo atrapo retazos: una frase en latín por aquí, una voz engolada por allí…
El envaramiento de sus jinetes, la escogida indumentaria que muestran, la apariencia saludable y juvenil que derraman a su paso por estos caminos arenosos… No hay lugar a dudas: pertenecen a cualquier élite de la ciudad que se extiende un poco más allá.
En la firmeza que muestran al coger las riendas, nos señalan la práctica y el dominio de otros ámbitos en donde resuelven y deciden sobre la vida de los demás.
Posiblemente se llamen Teodoro, Luisa, Ricardo … y aún otros nombres mucho más escogidos.
Yo transito junto a ellos con mi equipamiento de día no laborable, de vagabundo de incógnito en busca de unos árboles amigos, que me conocen y conozco.
No hay rebajamiento: Inexistente el saludo que todo caminante otorga en el campo.
Se alejan con su felicidad interesada, culta y algo bobalicona.
Cuando han desaparecido sonrío y susurro a mi imagen: ¡pobres!

(Sirenoide, gracias por ese "beso ascendente" que acabo de leer, tan fresco y total.)

palabrerías dijo...

Sucesos sencillos, ceñidos a lo cotidiano, un paseo por el Pardo, un beso, un día en el metro, nos trasladan a otras realidades, que podrían quedar ocultas, pero sin embargo brotan de esa escena sencilla y nos descubren otra cosa: la pobreza de las élites, la pasión o el carácter de ser vivo que cobra el metro y la ciudad. Es posible que no exista nada más allá de lo cotidiano, aunque nos empeñemos en huir de ello. ¿Qué más original que el nuevo descubrimiento hecho sobre lo cotidiano?

palabrerías dijo...

Sucesos sencillos, ceñidos a lo cotidiano, un paseo por el Pardo, un beso, un día en el metro, nos trasladan a otras realidades, que podrían quedar ocultas, pero sin embargo brotan de esa escena sencilla y nos descubren otra cosa: la pobreza de las élites, la pasión o el carácter de ser vivo que cobra el metro y la ciudad. Es posible que no exista nada más allá de lo cotidiano, aunque nos empeñemos en huir de ello. ¿Qué más original que el nuevo descubrimiento hecho sobre lo cotidiano?