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7 de marzo de 2012

Empatía


Apareció de improviso en el semáforo de la esquina, como para importunarnos. Surgió un día cualquiera en medio de la crisis. Su atuendo y aspecto no dejaban lugar a dudas de sus intenciones y situación. Desde aquel día fue fiel a su cita en la confluencia de las dos calles. Cada mañana, llegaba andando desde el rincón del paso elevado donde vivía y se plantaba en el semáforo, para mayor desazón de los ya desesperados conductores, que de camino al trabajo, se veían obligados a detener su vehículo ante aquella luz roja, ahora con inquilino.
La prisa, la individualidad, el hedonismo, alejaban a los que le veían de aquel abyecto ser, que pedía una limosna desde el extremo de un universo, apenas separado por una ventanilla.
Su oriundez, su desaliño, la mirada dura y esquiva, las manos oscuras, el pelo fosco y ralo, su lenguaje gutural, más propio de animal que de ser humano, lo situaban en los márgenes de la compasión.
Nadie le daba lo que pedía, o lo que se interpretaba que pedía, ya que era imposible entenderle. Nadie le daba nada; ni una limosna, ni una sola caridad, ni una mirada de aliento, ni una sola palabra de consuelo, ni un mínimo momento de atención.
Los conductores, invadidos de prisa, sumergidos en el convulso movimiento de la ciudad y de la vida, ignoraban a aquel ser detenido en el semáforo. Algo en su inmovilidad lo hacía especialmente diferente, sospechoso, desemejante del dinamismo y la premura de los conductores.
Había algo en su actitud relativo a la velocidad de movimientos que lo diferenciaba, lo distinguía, era una velocidad indigna de este “primer mundo” y algo más propia, por lo habitual, de ese que llamamos tercero, hasta en su mirada había una flema parsimoniosa que contrastaba con la precipitación con que vivía el entorno.
Su pobreza no se movía ni un ápice día tras día, su miserable condición permanecía inalterable, pareja a su tardo proceder. Como si de un designio se tratase permanecía en él siempre el mismo aspecto, el mismo tempo, el mismo inmundo lugar en que morar. Era un ser incómodamente invisible, situado en un umbral del que los exquisitos ojos occidentales no tenían registros. Un ser inalcanzable, lejano, en las antípodas de la holgada comodidad a la que incomodaba.
Siguiendo el mantra de todo habitante de gran ciudad, la gente hacía como que no le veía, cuidándose de no cruzar, ni por descuido, con él la mirada. Sólo se percibía que había sido detectada su presencia, por el precipitado cierre automático del seguro de las puertas o por el intento esquivo de eludir la línea del semáforo, adelantando o retrasando el vehículo.
Pero también estaban los abiertamente incomodados, ciudadanos incontenibles en la expresión de su disgusto por lo que consideraban una especie de ultraje a la excelencia, en la que pretendían vivir. Si un día aparecía fumando, eso refutaba su criterio de que la indigencia era simplemente un mal en el que algunos se habían instalado, si no ¿cómo era posible que pidiera dinero para gastarlo en cigarrillos?, estaba claro que era simplemente un haragán del que no se podía esperar un acto de voluntad que lo distinguiera. Como si los “civilizados ciudadanos” no tuvieran vicios ni perversiones de ninguna clase, como si el modelo consumista compulsivo sólo alcanzara a los ejecutivos o a los enamorados.
El invierno arreció aquel año y una mañana de lluvia y tenue luz, mientras pedía entre los coches, un motorista lo arrolló más de diez metros en la calzada. Los civilizados conductores, armados de sus teléfonos móviles hicieron casi cien llamadas a los equipos de socorro, sin bajarse de sus coches.
Esta vez sí, todos sin excepción, le miraron yacer inmóvil sobre el invernal asfalto.

11 comentarios:

Sirenoide dijo...

ANTIPATÍA

En el metro sube una madre cargada de bolsas con su hija pequeña. Nadie las ve, cada uno embebido en su i-pod, en su libro, en sus problemas, en su vida, en su ensimismamiento... no advierten que la niña se tamabalea y en el primer frenazo está a punto de caerse. Nadie echa una mano. Nadie cede el sitio. Nadie MIRA.

En el autobus entra una viejita, le cuesta subir, apenas se mantiene con la "conducción deportiva" con que nos sacude el conductor. Todos dirigen sus miradas a la calle, el cristal de la ventanilla es la mejor escapatoria para esta incómoda situación. Nadie cede el asiento. Nadie MIRA.

En el supermercado un padre necesita subir el carrito de su bebé por unas escaleras. La gente pasa rauda a su lado, veloces como el viento, suben los peldaños de dos en dos, no vaya a ser que les toque cargar con el carrito. El padre busca una mirada cómplice, necesita ayuda. Nadie establece contacto visual, ese temido vínculo que te lleva inexorablemente a interaccionar con otro ser humano. Nadie se para a ayudar. Nadie MIRA.

La terrible, antipática y sangrante visión de robots con apariencia humana...

Vania dijo...

hola que tal! estuve visitando tu blog y me pareció interesante, Me encantaría enlazar tu blog en los míos y de esta forma ambos nos ayudamos a difundir nuestras páginas. Si puedes escríbeme a ariadna143@gmail.com

saludos

bassho dijo...

Empatía, simpatía, antipatía.

Me gusta el texto de Palabrerías, aunque su mirada es luminosamente crítica y ácida. Y las palabras de Sirenoide cuentan cosas que observo todos los días en el transporte público y la vida cotidiana.
En mi caso no me queda más remedio que fijarme en la enorme "simpatía" que corre por todos lados. Es cierto que está escondida, que no es fácil divisarla... Pero mueve el mundo, y hace que sigamos existiendo como especie. Cura, cuida y protege. Sostiene cada una de nuestras vidas y está en el fondo de cada una de nuestras miradas. Como la profunda visión de empatía con la que Palabrerías observa a ese vagabundo, o Sirenoide percibe esas no-miradas, temerosas de encontrarse con la necesidad, es decir, con lo que da sentido a nuestra existencia.

palabrerías dijo...

Tres visiones interesantes de la interacción humana y todas ellas presentes día a día.

No obstante, existe una visión netamente occidental que es esquiva con la mirada de los otros, de los que nos cruzamos en la calle, es casi un dogma de comportamiento. Frente a ella la que encontramos en países menos "avanzados", donde todo el mundo se mira en todas partes, con interés, incluso con impertinencia, es un hecho humano que denota creo yo mayores dosis de "ingenuidad" y menos sofisticación.

Conchita dijo...

Realmente, Palabrerías, ¿crees que tu vagabundo quería que lo miraran? Curiosamente hace unos días escribí este relato que también habla del poder de una mirada, sinónimo de que estás, de que eres, de que existes.

"La fila"

Llueve. Suaves gotas destiladas empapan mi cara y resbalan, ligeras, frágiles, asustadas, para esconderse por el cuello de mi camisa, la misma que antes empuñaba con empaque y con una energía endemoniada. ¿Cuánto hace de eso? ¿Dos años y medio? ¿tres? La fecha no la he olvidado. Jamás podré olvida esa fecha inoportuna, 23 de julio de 2009, cuando dejé de controlar las horas, los meses, los días de la semana. Desde entonces el tiempo marcha indiferente, monótono, como los Misterios Dolorosos de un rosario.



Llueve. Las dóciles gotas hace rato que empaparon mi camisa, la que se niega a permanecer blanca, mientras espero en una fila que cada día se hace más larga. Se nos acabó el subsidio por desempleo, la ayuda familiar, en mi caso la que da el gobierno porque de mis familiares no recibí siquiera ni un poco de pan ácimo. Junto con mis sueños perdí mi casa, mi coche, mi prestigio… pero, ¡ahí de mí, que no la vergüenza!



Llueve. Dos pasos más y alcanzaré el alero del tejado. Me guareceré de la lluvia, si, pero no de las miradas. Miradas usurpadoras, cargados de preguntas esos ojos. Como monos de feria, nos muestran en mitad de una calle, en columna mal dirigida, en una hilera que come de la caridad. En esta etapa, en que cada día he perdido algo, he aprendido a vivir con poco, con apenas nada, pero me dejo empapar de mi orgullo, porque ese, ese no lo perderé en esta batalla.



Llueve. Las gotas de lluvia me ofrecen una cortinilla protectora que me aísla y levanto la cabeza. El dolor en los omoplatos me indica que llevo tiempo en tensión, encorvado, y oteo la avenida por el rabillo del ojo. Sorprendido, descubro que la mayoría de los transeúntes nos miran de reojo, que no a la cara. Sólo se paran unos pocos, menuda calaña, y otros se persignan a su paso. Me pregunto qué clase de viandante sería yo, ¿me atrevería a contemplar esta hilera de pedigüeños? Hasta el respeto a nuestra intimidad nos han negado. En la calle, en la fila de los Ángeles de la Noche Malagueña espero, un plato de puchero caliente, para él, para mi niño.



Para Luisito, si. Por él me encuentro aquí. ¿Te acuerdas, Luis, cuando te compré tu coche nuevo? ¡Qué buenas tardes echábamos entonces! Altanero, con tu vehículo debajo del brazo preparabas obstáculos mientras nos dabas instrucciones. Entre la basura me las he encontrado esta mañana, estas pilillas dentro de un muñeco desvencijado. ¡Hay que ver lo que tira la gente! Hoy, cuando escampe, cogeremos el teledirigido y nos iremos al parque. Tengo pensado un nuevo recorrido. El barro será mi aliado.

palabrerías dijo...

Me ha gustado tu texto de "la Fila", como antítesis de la mirada de "empatía", el asunto es que la mirada va más allá de ver, implica interés/desinterés, gusto/disgusto, simpatía/antipatía pero también vergüenza, desasosiego..., me interesa la yuxtaposición de los dos textos, un mendigo pide y "nadie le ve", un montón de ellos hacen cola para comer y se convierten en el blanco de todas las miradas....

Sirenoide dijo...

Querido Bassho, completamente de acuerdo en que existen muestras de simpatía y de esa alegría luminosa y radiante que se muestra en pequellos destellos a diario, pero cada vez encuentro menos simpatía y casi nada de empatía, ¿será por la situación que atravesamos, por ese temor paralizante y contagioso que han conseguido que se instale entre nosotros?

Hola Conchita, me ha encantado tu relato, creo que me ha conmovido por la descripción certera de algunos sentimientos en los que me he visto reflejada (empatía pura).
Entiendo bien lo que explicas: la sensación extraña de sentir esas miradas escudriñantes de los que juzgan sin saber, de los ignorantes cuajados de prejuicios cuya vida vacua, limitante y limitada hace que se fijen más en las vidas de otros y las critiquen.
Detesto esa forma de ver sin mirar más allá, de oir sin escuchar y echo irremediablemente de menos la humanidad de dos personas que se miran a los ojos reconociéndose como iguales, sin juicio. Extraño la mirada entre congéneres, los ojos que me hacen sentir que existo para otro, que importo, que estoy, que SOY. Quizá esa mirada hubiera sido un leve consuelo en algun momento para el vagabundo, quizá...
Muchas gracias por compartirlo, me ha gustado mucho.

bassho dijo...

Gracias Conchita por tu texto, está lleno de poesía que fluye como el agua que cae sobre ese hombre que sobrevive refugiado en una fila de la calle lleno de amor,junto a su hijo.
El tiempo roto que se convierte en rosario monótono, la pérdida de los sueños pero no de la verguenza.
Sobrevivir en la escasez arropado por el orgullo....
Sirenoide y Palabrerías, insisto: bien sé de la enorme indiferencia que hay hacia el "otro" en este "primer mundo", pero tanto allí como aquí la simpatía y empatía es la que sostiene por debajo la antipatía floreciente, la que arrastra al resto, la que influye y dirige en silencio, la que tiende la mano en las ocasiones más extraordinarias, la que susurra en los momentos más oscuros...

Conchita dijo...

Muchas gracias Sirenoide, Bassho y Palabrerías por vuestros comentarios. Veo que todos andamos sobrados de sensibilidad aunque eso sí, somos cuatro personas y cinco puntos de vista diferentes. ¡Fantástico!
Palabrerías, hablamos de dualidad en tu anterior tema, "el desierto", y ahora también ha surgido con respecto a las miradas. A ver que sucede en tu próximo escrito, espero que sea pronto.
Sirenoide, con dos sencillas palabras, "Nadie MIRA", describes muy bien situaciones que suceden con asiduidad. Sin embargo, junto con esa conducta, siempre he presentido que no somos tan indiferentes, si así lo hiciéramos estaríamos frente a una sociedad enferma. Todas las civilizaciones tenemos mucho que mejorar, que enseñarnos unas a otras. Creo que ahí radica nuestra grandeza: ser perfecto es la mar de aburrido.
Por último, Bassho, me ha encantado tu comentario acerca de la simpatía y empatía, "la que tiende la mano en las ocasiones mas extraordinarias, la que susurra en los momentos mas oscuros". Muestras una sensibilidad extraordinaria y le has puesto música a tu escrito. M ha encantado. Enhorabuena.

Sirenoide dijo...

Reflexionando sobre "Intocable", una peli francesa de la que habreis oido hablar y que os recomiendo encarecidamente, he recordado las palabras de Bassho: "la simpatía que mueve el mundo, y hace que sigamos existiendo como especie. Cura, cuida y protege".
Hay momentos en que el barrizal de la superficie me impide ver el agua cristalina de la bondad y la alegría que está en el fondo. Silenciosamente lo riega y alimenta todo, sino fuera así, efectivamente hace tiempo que no existiriamos como especie. Creo en la bondad de la gente y en su capacidad de mirar d verdad pero reconozco en mi, momentos de flaqueza que me llevan a desconfiar de la naturaleza humana...
En la película que os comento se cuenta una historia sencilla pero a la vez llena de simbología y matices, de dos personas completamente distintas, de contextos y circunstancias opuestas que se encuentran, se hablan, se rien, se escuchan, se miran de verdad,indagan por el alma del otro a la vez que descubren cosas de sí mismos. Crecen juntos como personas, se aportan uno a otro, se necesitan, se ayudan. En definitiva, conectan superando límites y prejuicios, con el sentido del humor como mejor vía para abrirse y dejar que otro entre sin tapujos. Esta película, como la vida, tiene momentos para reir abiertamente y otros para llorar calladamente. Muestra tambien, como en la vida, como alguien que puede tener en principio todo lo negativo, acaba aportando todo lo positivo...en definitiva, cuenta cómo podemos llegar a ser una mejor versión de nosotros mismos cuando esa conexión mágica con otra persona se produce y la dejamos fluir.

Conchita, hay algo que escribiste y desde que lo leí no he conseguido comprender: "Veo que todos andamos sobrados de sensibilidad aunque eso sí, somos cuatro personas y cinco puntos de vista diferentes". Quizá estoy torpe o espesa o ambas a la vez pero no entendí a lo que te referías.

Gracias a los tres por vuestra empatía, por vuestra simpatía, por vuestra forma de MIRAR, por conformar parte de ese pequeñito grupo de personas que me hacen reflexionar con sus sabias palabras e intentar ser un poco mejor cada día.

Conchita dijo...

"Intocable". Sirenoide, me tomo nota para verla.Ya te contaré.

Con respecto al comentario: "somos cuatro y cinco criterios diferentes", está basado en un chiste. Quiere decir que ante una misma cuestión cada uno de nosotros piensa de distinta manera, que no hay ningún nexo en común entre nosotros. Por supuesto, esto nos hace pensar.

Seguimos en contacto.