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21 de julio de 2010

Poema

Mirando al viento, intuyo
brisa, espacio cercano
y ausencia de lo remoto.


Mirando al viento anhelo

briznas de pasado,

en el presente burladero.


Cambio de mirada sabiendo

que nada veo, las respuestas

reposan en el baúl del tiempo.


Miro,

vivo..

..y también muero.


Muero en eterna agonía
de un pasado siempre preso,
y un presente que porfía.


Muere el sonido y el canto.
Encanto de cuanto sueño,
que sueña su desencanto.


Miro al viento, para ver
y en cuanto veo, me veo.


Mirar para no creer,
en nada de cuanto veo.


Creer para no mirar,
a nada de cuanto creo.

8 comentarios:

Sirenoide dijo...

Touché!
Precioso poema que llega al corazón. Me ha parecido leve y sutil como la brisa, melancólico y evocador como el baúl del tiempo...
Gracias por compartirlo. Un beso.

bassho dijo...

IMPRESIONES SOBRE EL POEMA:
Gracias por tu poema. Me gusta. Lo he leído varias veces para poder darte mis impresiones:
Tiene un aire juanramoniano tanto por la forma breve de los versos, como por lo conceptual de las palabras y por el juego brillante que realizas con ellas. También el tema íntimo y profundo sigue los pasos del maestro en donde interior y exterior se contradicen y encuentran musicalmente.
Predomina el octosílabo para que la sílaba y el verso vuelen, naveguen ligeros.
La musicalidad, el ritmo y la belleza son cualidades del poema y una expresión propia y original independientemente de las influencias comentadas. (Bueno dejo de actuar como crítico y en la siguiente entrada te mando un texto, de lo que quizá llaman "prosa poética" también poasiblemente influida por el mismo autor)

bassho dijo...

LO INDECIBLE

Desde muy temprano tuvo el recuerdo del miedo, del temor al daño, de esa inseguridad que paraliza y te hace creer pequeño, apenas sin importancia para los demás.
No supo, no pudo salir de ese agujero oscuro y profundo en el que periódicamente caía, una vez y otra y, sin darse cuenta, de nuevo estaba en el fondo, temblando, aterido, acongojado.
En alguna ocasión llegó a rozar la tragedia y hasta sintió muy cerca el filo brumoso de la locura... Pero de nuevo tendía la rutina su manto sobre él, y la vida normal de la gente normal le acunaba sonriente y reconciliadora: El error y el acierto columpiándose, el valor y la cobardía turnándose frente a ti.
Solo el tiempo atenuó esos movimientos pendulares, cíclicos... erosionando las puntas, difuminando los contornos.
Fue a los cinco años, rozando los seis, cuando por primera vez descubrió deslumbrante y cercanísima la belleza: un pavo real orgulloso y enorme abría sus plumas para ser observado por un niño que absorto lo contemplaba. Aún conservaba aquel sabor lácteo en el gusto de una imagen que se disolvía por todos los sentidos, gozosa.
Quizá sobre los seis años vislumbró de forma consciente el asombro, el misterio de un enorme cielo estrellado andaluz, en un mes de julio o agosto. Miraba sin prisa, dibujando con su cabeza el círculo del horizonte nocturno, en solitario, acompañado por la cálida noche
Y aquello lo unió, para siempre, con lo indecible.
Y cada cierto tiempo acudía a la cita: Ante un paisaje extenso y apenas sin confines, en instantes quietos y tranquilos donde nada sucedía, en los recovecos de algunos sueños, sobre la música que fluía como agua entre su mente y su piel.
Afloraba entonces un estado de ánimo singular que reconocía procedente de un tiempo inmemorial, tanto, que a veces pensaba que le acompañaba desde antes de su nacimiento.
En los árboles, en los colores, en las imágenes en movimiento o quietas, en el vuelo de las aves, en el rumor amoroso del mar, en los cambios de las luces y las sombras, en el transcurrir de los momentos del día, en el paso de las estaciones... Allí se manifestaba de nuevo, y entonces volvía a quedar mudo.
Mucho más tarde, tras alguna desesperación, pérdidas, retrocesos… vislumbró que no era él lo importante, ni los otros estaban tan lejanos, ni aquello se mostraba sin sentido, ni el miedo era un nudo indescifrable, o la angustia la dueña que campaba tan libre. Sobraban las palabras, pero en ese momento todas las guardaba.
Encontró entonces en su camino y dentro de sí mismo una religión sin iglesias ni sacerdotes, que no rechazaba ni negaba lo anterior. Pero su fe, su constancia, y su amor eran tan fuertes como las de cualquier devoto de las religiones conocidas.

bassho dijo...

LO INDECIBLE

Desde muy temprano tuvo el recuerdo del miedo, del temor al daño, de esa inseguridad que paraliza y te hace creer pequeño, apenas sin importancia para los demás.
No supo, no pudo salir de ese agujero oscuro y profundo en el que periódicamente caía, una vez y otra y, sin darse cuenta, de nuevo estaba en el fondo, temblando, aterido, acongojado.
En alguna ocasión llegó a rozar la tragedia y hasta sintió muy cerca el filo brumoso de la locura... Pero de nuevo tendía la rutina su manto sobre él, y la vida normal de la gente normal le acunaba sonriente y reconciliadora: El error y el acierto columpiándose, el valor y la cobardía turnándose frente a ti.
Solo el tiempo atenuó esos movimientos pendulares, cíclicos... erosionando las puntas, difuminando los contornos.
Fue a los cinco años, rozando los seis, cuando por primera vez descubrió deslumbrante y cercanísima la belleza: un pavo real orgulloso y enorme abría sus plumas para ser observado por un niño que absorto lo contemplaba. Aún conservaba aquel sabor lácteo en el gusto de una imagen que se disolvía por todos los sentidos, gozosa.
Quizá sobre los seis años vislumbró de forma consciente el asombro, el misterio de un enorme cielo estrellado andaluz, en un mes de julio o agosto. Miraba sin prisa, dibujando con su cabeza el círculo del horizonte nocturno, en solitario, acompañado por la cálida noche
Y aquello lo unió, para siempre, con lo indecible.
Y cada cierto tiempo acudía a la cita: Ante un paisaje extenso y apenas sin confines, en instantes quietos y tranquilos donde nada sucedía, en los recovecos de algunos sueños, sobre la música que fluía como agua entre su mente y su piel.
Afloraba entonces un estado de ánimo singular que reconocía procedente de un tiempo inmemorial, tanto, que a veces pensaba que le acompañaba desde antes de su nacimiento.
En los árboles, en los colores, en las imágenes en movimiento o quietas, en el vuelo de las aves, en el rumor amoroso del mar, en los cambios de las luces y las sombras, en el transcurrir de los momentos del día, en el paso de las estaciones... Allí se manifestaba de nuevo, y entonces volvía a quedar mudo.
Mucho más tarde, tras alguna desesperación, pérdidas, retrocesos… vislumbró que no era él lo importante, ni los otros estaban tan lejanos, ni aquello se mostraba sin sentido, ni el miedo era un nudo indescifrable, o la angustia la dueña que campaba tan libre. Sobraban las palabras, pero en ese momento todas las guardaba.
Encontró entonces en su camino y dentro de sí mismo una religión sin iglesias ni sacerdotes, que no rechazaba ni negaba lo anterior. Pero su fe, su constancia, y su amor eran tan fuertes como las de cualquier devoto de las religiones conocidas.

bassho dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
palabrerías dijo...

Gracias a ambos por vuestros comentarios y gracias Bassho por tu emotivo e intenso texto.

Sirenoide dijo...

Ciertamente intenso y muy humano tu texto Bassho, me ha gustado mucho porque muestra con valentía los miedos que a todos nos atenazan y la inmovilidad que esto produce.
Me escribo a fuego los valores que apuntas al final como claves para superar esos temores y seguir adelante: fe, constancia y amor, a lo que añado dos más fundamentales para mi, LIBERTAD y ALEGRÍA.
Besos para los dos.

Sirenoide dijo...

Palabrerías cerró en agosto por vacaciones, no? :(