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4 de noviembre de 2008

Memoria

Un artesonado de nubes ha puesto techo a una ciudad en blanco y gris. Un aire fresco y húmedo llena el espacio. Avanzo por calles que parecen túneles. El viento enfría la cara colándose a borbotones por la visera abierta del casco, hay algo excitante hoy en este trayecto cotidiano. La ciudad parece otra, se ve distinta, las calles resultan desconcertantemente desconocidas.

Todo parece más reducido. Un atisbo de niebla desdibuja vehículos y transeúntes. Se cruza un recuerdo antiguo, un pulso que actualiza la visión libre y siempre nueva de la mente infantil, es el recuerdo de una manera de percibir, de una manera de ver y de entender el mundo alrededor, una visión caleidoscópica que retenía múltiples recuerdos de una misma situación, de una misma calle, de un mismo tránsito. Colección diferenciada de instantáneas que conformaban un gran collage de cada lugar, de cada escena. Mirada siempre nueva, realidad en permanente renovación, percepción clarividente del cambio, ojos en constante estreno.

Hoy, por un momento, me aproximé a aquella mirada infantil que registraba instantes con la precisión que otorga una memoria recién inaugurada. Y le di gracias por ello, al niño que fui.