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4 de septiembre de 2008

Olvido

La costumbre de vivir nos hace olvidadizos de la muerte; de la propia muerte, la que ocurrirá inexorablemente, aquella que nos devolverá a nuestra verdadera dimensión: inmaterial, etérea. La consciencia de la provisionalidad de la vida, hace modificar su concepción y su sentido por completo, haciéndola más cauta, menos interesada en la nadería intrascendente, más ocupada.

El olvido de la muerte, es el olvido de un destino pre-escrito, es el desarraigado de la procedencia, la omisión de la única certeza. Un olvido así no es circunstancial o casual, sino causal, es la ocultación deliberada de un hecho que implica la concisión de la vida, como paréntesis entre al menos otras dos realidades, el antes y el después.

Anestésico olvido que con su flagrante omisión elude la trascendencia, presentando el primer plano de esta realidad que es la vida como plano único, posición de lo accesorio en lo importante, identificación de lo efímero con lo esencial, de lo fugaz con lo imperecedero, de lo temporal y volátil con lo permanente y palmario.

Omisión coartada, que envuelve de dormidera la razón humana… loco olvido.

3 comentarios:

bassho dijo...

Muy interesante tu reflexión, porque lo haces sobre el punto más esencial que existe y por la claridad y certeza con la que lo expones.

Hace unas semanas escribí:

“La muerte es un milagro siempre sorprendente. Puerta al gran misterio, tránsito absoluto, pausa ineludible, giro copernicano, truco sin trampa, magia sin doble fondo. Cuando menos se piensa en ella más se pierde la vida”

palabrerías dijo...

En línea con lo que escribes, porque es verdad que no pensar en la muerte implica perder parte esencia de la vida. El concepto de umbral, entender la vida como un tránsito, aporta un sentido de trascendencia que nuestra cultura a suplantado por un sentimiento de pérdida, que eleva a la vida a la categoría de TODO, ignorando el antes y el después sin ningún reparo.

Sirenoide dijo...

Bajo mi punto de vista, todo tiene su momento en el vivir: el momento de llegar, el momento de permanecer y el momento de partir. Una mitad de la vida es para subir la montaña y gritar a los cuatro vientos: “Existo”. Y la otra mitad es para el descenso hacia la luminosa nada, donde todo es desprenderse, alegrarse y celebrar.