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8 de mayo de 2008

Obediencia

Obediencia debida, obediencia de vida, o tal vez una vida de obediencia.

Jueves noche, documental: “Los fantasmas de Abu Ghraib”, de Rory Kennedy. Estremecimiento sobrecogedor por aquellos sucesos de sobra conocidos, pero sobre todo, por la naturalidad, por la normalidad que muestran unos soldados que hacen teñirse de prosaico la barbarie, la vejación y la tortura a las que sometieron a los detenidos en aquel infierno.

Normalidad, rostros occidentales, de los nuestros, gentes rubias, individuos bien nutridos, jóvenes y jóvenas de familias normales norteamericanas, capaces de protagonizar terribles atrocidades sin pestañear o incluso sonriendo, como muestran tantas imágenes digitales que pasaron de cámaras a discos duros y a recopilaciones en CD. Chicos y chicas normales, que reconocen haber participado en aquella orgía de sadismo, porque “era lo que se hacía”, “era lo que hacían los demás”, “eran prácticas habituales de inteligencia militar” y los soldados carceleros, secundaban de grado.

Atroz la declaración de la soldado Sabrina Harmon, que aparece en una fotografía hecha por un compañero, sonriendo agachada sobre el cadáver de un preso, con visibles signos de haber sufrido torturas. Junto a un rostro demacrado y sanguinolento la simpática joven sonríe con una sonrisa amplia y convincente, una abismal sonrisa, tan terrible, como su desgarrador testimonio asegurando que “ella siempre sonríe en las fotos”; como si lo importante ante la inhumanidad, fuese el hecho de ser fotografiada, como si el cadáver con el que comparte plano no estuviese allí, como si detrás de las torturas que dejaron sin vida a un ser humano lo único que se pudiera hacer es posar y sonreír, como si lo ocurrido pudiera ser un souvenir, como si semejante escena mereciera quedar en el recuerdo.

No alcanzo a valorar qué es más cruel, cuál de los actos es el más inhumano: la tortura, la sonrisa o la apariencia de normalidad, porque la tortura ejercida, siempre en posición de superioridad, sobre un ser que no puede defenderse y se encuentra a merced de los caprichos y sadismos de otros, que además actúan en grupo, es sencillamente la mayor de las vilezas y la peor de las cobardías posibles, algo en las antípodas de lo humano. Pero y la sonrisa, la sonrisa que planea sobre el escándalo de muerte y perversión va más allá, es la burla de la propia atrocidad, es no conceder ninguna importancia a la vileza, es la desafección más cruel y desgarradora que pueda darse en la actitud humana. Y la apariencia de normalidad instala en la cotidianeidad la mayor de las locuras, constituye el clímax de la barbarie instalada en la rutina más absoluta, transformando todo en mera intrascendencia, privando de toda importancia a lo de esencial que hay en la vida, en la muerte y en el ser.

Atroz testimonio sustentado, una vez más, en la obediencia, cuanta simpleza, cuanta crueldad subyace tras el artificio de civilización construido por el hombre, y cuán frágil es esta artificialidad que se desmorona ante nuestros ojos, frente al más leve relajo moral. Civilización impostada detrás de la cuál, adormecido, habita paciente un monstruo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo me quedo sin palabras. Afortunadamente, tú has usado las necesarias para exponer tal barbarie.

Brida.

bassho dijo...

Reflexión aguda, no tanto sobre la obediencia, como sobre el monstruo que se esconde tras nosotros.
Es sorprendente esa cotidianidad del mal absoluto... Pienso en la necesidad del bien y de la responsabilidad del espejo.

bassho dijo...

La decisión correcta

Muchas veces pensamos que solo existen las decisiones y que cualquier otro adjetivo sobra.
Creemos que lo importante es tomar decisiones, es decir, ser activos, productivos, emprendedores, valientes... y en cierta forma es así: dar pasos hacia delante implica construir el propio camino.
Sin embargo, lo que decidimos, también es esencial, de hecho es “lo esencial”.
¿Y cómo saber qué hemos de decidir, por qué hemos de optar, qué debemos escoger?
Hay que atreverse a pensar, ser capaz de reflexionar, razonar los pros y los contras, sopesar... sí, sí, está claro, pero...
Sobre todo hay que escuchar al corazón, dejar que en el silencio nos cuente, o que en la noche o el sueño nos susurre... Es un latido insistente que indica el camino que queremos tomar, un pulso que señala la dirección que debemos seguir. El corazón es implacablemente moral, ético.
Entonces sí estamos en la decisión correcta, que no es otra que aquella que elegimos, que sabemos nuestra, independientemente del resultado. No hay error en lo asumido. Lo que suceda estará bien, en el sentido de que es nuestra propia vida la que vivimos.
El daño aparece cuando no queremos oír lo que sabemos, cuando tapamos lo que descubrimos, cuando elegimos aquello que no hemos decidido.

Sirenoide dijo...

Cuanta sabiduría en esta reflexiónde Bassho. Estoy completamente de acuerdo, no hay decisión equivocada.
El problema es que vivimos inmersos en el ruido. El ruido lo llena todo, todo lo ocupa e impide tener un hueco para liberar la mente y el espíritu y ejercer de forma real nuestra libertad de pensamiento, de ahí nuestra atadura a lo material, a lo que da seguridad (por supuesto irreal).
Resulta esperanzador saber que hay gente capaz de escuchar a su corazón, de sumergirse en un relajante silencio.